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TUCUMAN El jardín del norte
La pequeña superficie de Tucumán se esmera en concentrar belleza. El paseo por la ciudad capital y los alrededores es un viaje al corazón de la historia argentina y de algunos de los valles más bellos del noroeste. Por Graciela Cutuli Algo de verdad hay en los sobrenombres. Tradicionalmente, Tucumán es el Jardín de la República, y aunque el nombre no se destaque por la originalidad, es innegable que la imponente vegetación de los valles tucumanos y las arboladas plazas y paseos de la ciudad hacen pensar en un gigantesco jardín, endulzado por las cañas de azúcar y aromatizado gracias al embriagador perfume de los extendidos cultivos de naranjos, limones y otros cítricos. Gran pequeña
capital Ubicada en un lugar privilegiado y bendecida por la naturaleza
y el desarrollo industrial durante el siglo XX, Tucumán no tardó
en convertirse en el principal centro cultural de la región,
proyectado desde sus tres universidades hacia las provincias vecinas
y generador de una animada vida social. Por historia y trazado (fundada
en 1565 en otro emplazamiento, en 1685 el gobernador Fernando de Mendoza
y Mate de Luna ordenó trasladarla al sitio actual) se parece
a otras ciudades de origen hispano, con su cuadrícula organizada
en torno de la plaza Independencia, bordeada a su vez por la Catedral
y los principales edificios públicos. La frescura de la arboleda
y la estatua de la Libertad de Lola Mora son el principal punto de interés
de la plaza, desde donde se cruza a la Catedral, en la esquina de 24
de Septiembre y Congreso, para visitar el bello interior de aire neoclásico.
Paseando por el centro, hoy se distingue fácilmente el corazón
original, de calles estrechas, del cinturón de calles más
anchas y bulevares agregados durante la ampliación de la ciudad
a mediados del siglo XIX. Pasear cuando se acerca la primavera es una
delicia para los ojos y las cámaras fotográficas, que
se esfuerzan en captar los colores de los lapachos en flor (y pronto
también de los jacarandás), envueltos en el perfume de
los azahares. Circuitos tucumanos Tanto el Circuito Chico como el Grande son los paseos más tradicionales desde Tucumán para conocer los cerros cercanos y acercarse a la fauna y flora regional. Los primeros puntos del itinerario chico son el Museo Miguel Lillo, con sectores dedicados a la botánica, zoología y geología, y el Parque Nicolás Avellaneda, a partir de donde comienzan los suburbios. Se puede hacer picnic en el Parque Guillermina y en Villa Marcos Paz, para seguir camino luego hacia la Reserva de Flora y Fauna de Horco Molle (hay visitas guiadas para conocer la fauna de la región). A partir de allí comienza el ascenso al cerro San Javier, cubierto de una capa de vegetación subtropical que incluye laureles, lapachos, tipas y jacarandás. El camino es bellísimo, pero de cornisa cerrada y poco apto para impacientes. El primer descanso es en el kilómetro 17, con vista hacia la ciudad. Tres kilómetros más adelante, otro parador ofrece mirador y mesas. Después de esa área de descanso, cuando la altura supera los mil metros, la vegetación comienza a hacerse más espaciada: ya se está cerca del Cristo Redentor, una figura monumental que de noche se ilumina y se puede ver incluso desde la capital. Las escaleras que llevan a la base del Cristo son la mejor plataforma para la vista panorámica de los alrededores, a veces empañados por alguna niebla. Desandando el camino hacia el sur, el camino llevará luego a Villa Nogués, una villa veraniega, con su hostería y capilla. El descenso se hace por un camino de cornisa, con varios miradores que otra vez permiten divisar la zona llana: al terminar el cerro comienzan las plantaciones de caña de azúcar y se encuentran los establecimientos del ingenio San Pablo, que alguna vez tuvo 2000 empleados entre los poco más de 4000 habitantes del pueblo.
Tafí Viejo y el dique El Cadillal El Circuito Grande, saliendo también de Tucumán, es el doble de largo del anterior, y lleva a la ciudad de Tafí Viejo, zonas de plantaciones de cítricos y el dique El Cadillal, donde los fines de semana se practican deportes náuticos. Pasando el kilómetro 85, se pueden comprar dulces caseros, dulce de leche y miel elaborada por los monjes del monasterio benedictino que se levanta en el lugar. Lo que sigue es un camino de ripio de tramos sinuosos y curvos, entre bosques y lomadas. Algunos kilómetros más adelante, el Potrero de las Tablas es en el verano el lugar ideal para refrescarse en el río, antes de seguir camino pasando por la fábrica Papel del Tucumán. En esta época, en la parte del circuito que sigue por la RP380 se pueden comprar frutillas en las fincas de la zona. La capilla de San José de Lules es uno de los puntos más interesantes, cuando el circuito ya se aproxima al anterior Circuito Chico para volver a la ciudad: son las antiguas instalaciones del establecimiento jesuítico que comenzó en la provincia la explotación de la caña de azúcar, luego reanudada por el obispo Colombres. Este pantallazo a la historia tucumana puede remontarse más aún si se sigue hasta Tafí del Valle, donde se desarrollaron las culturas indígenas y hoy se pueden visitar los bellos emplazamientos del Parque de los Menhires, la Reserva Arqueológica La Bolsa, la capilla jesuítica de La Banda y El Mollar.
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