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CATAMARCA
A la sombra de la cordillera

“Un camino largo que baja y se pierde” entre las sierras que el atardecer tiñe de un color rojo intenso.

Desde la Cuesta del Portezuelo...

Como canta la zamba, un recorrido por la vertiginosa cuesta hasta El Totoral, subiendo la sierra de Ancasti. Y un paseo por las calles de San Fernando del Valle de Catamarca, la tranquila capital de la provincia que se recorta contra la sierra de Ambato. Desde aquí se pueden comenzar itinerarios que llevan hasta la Puna catamarqueña y parajes de enorme valor arqueológico.

Texto y fotos:
Graciela Cutuli

Catamarca podría compararse con una chica linda pero discreta. Rodeada de vecinas que mediatizaron muchos de sus atractivos, también ella tiene mucho para asombrar, pero a veces bastante bien guardado. Hay que darse el tiempo de conocerla, de pasear por las calles tranquilas de la capital, de recorrer rutas solitarias, de descubrir los frutos de su tierra. Quien lo haya hecho una vez no querrá sino volver para seguir adentrándose en sus secretos, y cada vez encontrará algo nuevo, tanta es la riqueza de los paisajes y la historia de esta provincia extendida entre las sierras y la Cordillera.

Subiendo la Cuesta Este paseo por uno de los caminos más sinuosos y bellos que puedan imaginarse se puede hacer en distintos tramos, que llevarán hasta más de un día si se sigue el circuito completo que permite llegar hasta El Totoral. Algunas partes están pavimentadas y otras son de ripio, pero lo fundamental es que las curvas del camino no permiten distraerse: a cambio del vértigo, sin embargo, se podrá gozar de paisajes increíbles a medida que se va subiendo hacia la Sierra de Ancasti –bien merecedora de su nombre, que significa “nido de águilas”– por la Cuesta del Portezuelo.
El camino avanza entre los árboles típicos de esta región: lapachos, quebrachos y palos borrachos que ponen toques de color blanco y rosa en la época de floración. A siete kilómetros de la base se encuentra el primer mirador, desde donde se divisan el valle de Catamarca y la sierra de Ambato, declinados en tantos verdes que parece que no alcanzara la vista para distinguirlos.
Si se sigue subiendo, se puede ascender durante otros diez kilómetros de camino angosto y curvas muy cerradas (por eso no se puede hacer este camino cuando se pronostica lluvia) para llegar hasta la cumbre. En esta elevada altiplanicie, ya no quedan árboles sino pastos de altura, y la temperatura puede ser bastante más baja que en el valle. Dejando atrás este sector, el camino sigue por el pueblo de El Alto, el dique Collagasta –donde se pescan pejerreyes– y Las Cañas, hasta llegar a Bañados de Ovanta, la cabecera del departamento. En Los Altos hay secaderos de tabaco, y se pueden visitar también La Viña y el dique Sumampa antes de adentrarse en la Cuesta del Totoral, esta vez para descender las cuestas montañosas en medio de un paisaje inesperado: una exuberante selva subtropical. Otra vez aparecen los lapachos, los violáceos jacarandás, los palos borrachos, los alisos, además helechos favorecidos por la humedad de estos faldeos donde se concentra la humedad de las lluvias. La cuesta culmina a 1200 metros de altura, que permiten divisar sin obstáculos a la vista el valle del río Paclín.
Este mismo curso es el que se sigue en el resto del recorrido, de regreso hacia Catamarca, entre las sierras de Graciana y el Alto-Ancasti: y aunque hoy día esta bellísima ruta es fácil de recorrer, vale la pena recordar que en el siglo XVI, por estas tierras vírgenes y en carretas tiradas por bueyes, se adentraron los fundadores de pueblos y ciudades catamarqueños que aún hoy conservan memorias de la hazaña.

En Catamarca las cosas se pintan de otro modo: la Catedral es rosada y la Casa de Gobierno, blanca.

San Fernando del Valle de Catamarca Bastará una mañana para recorrer los puntos principales de esta ciudad que concentra la mayor parte del comercio y la actividad social en una región donde sólo la rodean pequeños pueblos agrícolas: el resto es simplemente para disfrutar los negocios de artículos regionales –dulces, alfajores, empanadas, aceitunas, ponchos y otros tejidos en telar–, el tiempo que siempre alcanza, la conversación con los vecinos encantados de atender al forastero. La visita empieza, por supuesto, en la Plaza 25 de Mayo, a la sombra de grandes palos borrachos, palmeras y naranjos: todavía hoy, puede estar orgullosa de haber sido una de las primeras plazas de la Argentina que durante el siglo XIX incorporó árboles, agua y luz.
Frente a la plaza se levanta la Catedral y Santuario de Nuestra Señora del Valle, la virgen venerada en Catamarca, cuya imagen se guarda en el camarín del piso superior (al que se llega después de atravesar una galería repleta de exvotos de las más diversas formas y tamaños). El frente de la Catedral es de un rosa intenso que contrasta con el blanco de la contigua Casa de Gobierno. Flanqueada por dos torres coronadas de cúpulas azules, sólo puede encontrar un rival en la ciudad: la cercana Iglesia de San Francisco, cuyo frente barroco se ve realzado por un gran atrio de acceso donde se levanta la estatua de fray Mamerto Esquiú. La gran reliquia de San Francisco es justamente el corazón del fraile, conservado en una urna de vidrio, pero lo más agradable es el silencioso interior y el claustro del convento, al que se ingresa desde el atrio de la iglesia. Forma parte el Complejo Cultural Esquiú el Museo Arqueológico Adán Quiroga, que vale la pena visitar por las colecciones de objetos aborígenes, desde el 500 antes de Cristo, que reunió uno de los religiosos del convento.
Caminando por las calles céntricas de Catamarca, en torno a la plaza, se podrán ver algunos edificios más significativos para la historia local: el Colegio Nacional, creado sobre el modelo del Colegio Nacional Buenos Aires; el Archivo y Museo Histórico de la Provincia, el Seminario Conciliar, la casa del arquitecto Luis Caravati, que proyectó la Catedral y buena parte de los edificios significativos catamarqueños; la mansión de la familia Mercado. Para terminar el panorama, se puede pasear por la peatonal Rivadavia y luego alejarse un poco del centro para visitar, cerca de la llamada Manzana del Turismo, la Fábrica Artesanal de Alfombras, un recinto donde se puede ver el proceso de tejido en telares y comprar otras artesanías, en especial alfarería y tallas en la piedra símbolo de la provincia (y piedra nacional argentina): la rodocrosita.

Capillas catamarqueñas Los alrededores de la capital están jalonados de pequeñas capillas: situadas en poblados muy tranquilos, frente a plazas que algunos no dudarían en describir casi como jardines personales, sus fachadas blancas o amarillas, de rasgos que van desde lo colonial hasta el estilo italianizante, ponen un toque especial a lo largo del valle de Catamarca. En un solo día, si-
guiendo el circuito junto a la Sierra de Graciana, se pueden visitar, por ejemplo, las iglesias de San Isidro Labrador, Villa Dolores, San Antonio de Padua, San José y el Señor de los Milagros. Nuestra Señora del Rosario, una de las más sencillas, fue declarada Monumento Histórico Nacional porque aquí se detuvo Manuel Belgrano para hacer bendecir la bandera durante su travesía hacia el Alto Perú. Sin embargo, el lugar que realmente veneran los catamarqueños es la Gruta de la Virgen del Valle, a sólo siete kilómetros de la capital, escenario de multitudinarias procesiones en abril y en diciembre.

Datos útiles
Dirección de Turismo de Catamarca: Sarmiento 450, teléfono (03833) 437413.
Casa de la provincia de Catamarca: Avenida Córdoba 2080, Buenos Aires. Teléfono 4374-6893.
Información en Internet: www.catamarcaturistica.com.ar