TUCUMAN
Tafí del Valle
El mayor
destino turístico de Tucumán combina ríos y montañas al abrigo de un
microclima privilegiado. Un pueblo sereno para entregarse al descanso
y el montañismo entre los espectaculares paisajes de los Valles Calchaquíes.
Las ruinas de la ciudad de los Quilmes, uno de los sitios arqueológicos
más importantes del país.
Por Julián
Varsavsky
En el trayecto
desde San Miguel de Tucumán a Tafí del Valle se asciende
por un camino de cornisa a través de las montañas del
monte tucumano, entre tupidos cañaverales y cascadas
que brotan de manantiales en las alturas. Cada tanto aparecen lapachos
florecidos de color fucsia. La vegetación se hace cada vez más
espesa, y el verdor estalla en una profusión de helechos, lianas
y árboles de gran porte con plantas colgantes, que a veces rozan
el techo del auto. A los 2000 metros de altura sobre el nivel del mar
la vegetación decae. Ya casi no hay árboles, pero toman
la posta los cardones, esos cactus gigantes que se elevan hacia el cielo
como dedos acusadores. De pronto, tras una curva, aparece el Valle de
Tafí. El sol cae a plomo reflejándose en el agua del embalse
La Angostura, y el valle entero irradia un fulgor que resalta el manto
de terciopelo verde que recubre las montañas.
Los indios llamaban Taktillakta (pueblo de entrada espléndida)
al antiguo Tafí. Pronunciar su nombre Tafí
del Valle, evoca por sí solo el aura serena de un
páramo silencioso entre altas montañas y suaves lomadas.
Una hilera de 20 sauces, con su resignada cabellera inclinándose
hasta el suelo, precede la entrada al pueblo. Algunos cardones crecen
entre las casas superándolas en altura, y unos pocos
autos circulan por la calle. En Tafí se ven caballos pastando
a una cuadra del centro, y se oye el canto de los gallos... después,
todo es silencio.

En la senda
de Tafí... Con el resplandor del alba partimos hacia las
ruinas jesuíticas de La Banda, un museo indígena y colonial
que relata la historia del valle entre los siglos XVI y XIX. El recorrido
continúa hacia la estancia Las Carreras, donde se fabrican quesos
desde 1779. Un cráneo de vaca señala la entrada, y un
tentador aroma a queso fresco invita a pasar. Al recorrer las salas
nos explican que el queso de Tafí posee una consistencia y un
sabor que lo distinguen de los demás, debido a ancestrales técnicas
artesanales y gracias a la microflora autóctona que ingieren
las vacas del lugar.
Todo el valle resguarda vestigios de la cultura diaguita-calchaquí,
en especial los restos de sus viviendas de piedra que aparecen a cada
paso. Frente al lago La Angostura, en la cumbre de la Loma Redonda,
se levantan unas estelas de granito de 3 metros de altura que fueron
recolectadas en todo el valle para formar el Parque de los Menhires.
Algunas tienen cinceladas figuras humanas, pero no se sabe a ciencia
cierta su significado ni su antigüedad, aunque se estima que tendrían
unos 2000 años.
Tafí ocupa el centro de un valle, sin dudas, encantado. Además
de personas con un hablar dulce y pausado, pueblan los rincones de estas
montañas una infinidad de seres mitológicos que cobran
vida en las leyendas de tradición oral que los lugareños
consideran absolutamente reales. Uno de ellos es el Padre de los Pájaros,
que interpreta el lenguaje de las aves y otorga al que se le acerque
una llave que abre los distintos reinos de la naturaleza. Hay quienes
aseguran haber encontrado a Mayu Mama, la Madre de las Aguas, que aparece
en las cascadas produciendo un sin fin de destellos dorados mientras
se peina. Además se afirma la existencia de seres como Yacumama,
una anciana vestida de blanco que purifica las vertientes de agua; Coquena,
el protector de las llamas y las vicuñas; y la Pachamama o Madre
Tierra, que representa la naturaleza toda y es venerada mediante
emotivos rituales en que se la alimenta a través de un hoyo en
el suelo (allí se deposita comida y hojas de coca). Estos seres
mitológicos reflejan la ancestral devoción de los lugareños
por la naturaleza y su conservación... un respeto inspirado en
supremas divinidades que, en algunos casos, existen desde el tiempo
de los indígenas, aquellos insignes adoradores de la tierra por
sobre todas las cosas.

La ciudad
de los quilmes A una hora de Tafí del Valle, las ruinas de
la ciudad de los indios Quilmes se despliegan en forma de terrazas escalonadas
sobre los faldeos del cerro Alto Rey. El segmento restaurado es apenas
una parte de lo que fue una gran ciudad indígena
que llegó a albergar a 3000 personas. Basta con internarse un
poco en la maleza, para toparse con infinidad de montículos de
piedra que alguna vez conformaron las gruesas paredes de las casas indígenas.
La ciudad fue uno de los asentamientos pre-hispánicos más
importantes del país. Solamente la base de las casas fue reconstruida,
utilizando las mismas piedras que yacían amontonadas en el sitio.
Vista desde las alturas del cerro, la ciudad se asemeja a un complejo
laberinto de cuadrículas de hasta 70 metros de largo, que servían
de andenes de cultivo, depósito y corral para las llamas. Hay
también numerosas casas de estructura circular que originalmente
estaban techadas con paja. Se calcula que el lugar comenzó a
poblarse alrededor del siglo IX d.C., y a mediados del siglo XVII unas
10.000 personas vivían en los territorios de los alrededores.
La ciudad era una verdadera fortaleza. Aún quedan los restos
de piedra laja clavados en la tierra, formando parapetos ubicados a
120 metros de altura, que ofrecían una protección infranqueable.
Los Quilmes, entrenados en el arte de la guerra debido a los conflictos
con las tribus vecinas, fueron el hueso más duro de roer para
los españoles en el norte argentino. Tenían un verdadero
ejército de 400 indios que resistió el asedio español
durante 130 años. Sus hermanos de armas eran los
cafayates, y no solamente resistieron en su ciudad fortificada sino
que también salían de ella en malón a destruir
las que iban fundando los españoles, propinándoles humillantes
derrotas bajo el mando del célebre cacique Martín Iquim.
Pasada la fiebre del oro en América, la conquista codiciaba a
los Quilmes como fuerza de trabajo. Llevaron a cabo una política
sistemática de destrucción de sus cultivos, y finalmente
lograron rendirlos en 1666, no por la fuerza ya que la ciudad
era indoblegable sino por el hambre y la sed. Existen testimonios
dramáticos de numerosos suicidios indígenas, quienes en
muchos casos preferían la muerte a la esclavitud. A los sobrevivientes
unas 200 familias se les fijó como lugar de residencia
la zona de la provincia de Buenos Aires que hoy se conoce como Partido
de Quilmes, a donde debieron llegar caminando bajo custodia militar.
Allí vivieron hasta 1812 en la Reducción de la Santa Cruz
de los Quilmes que funcionó como encomienda real, donde los indios
pagaban tributo a la corona mediante su trabajo.
El desarraigo implicó la pérdida sostenida de sus dioses
y sus técnicas pastoriles, mientras quedaban sumidos en una virtual
incomunicación con el mundo exterior debido a las barreras idiomáticas.
Los jesuitas abjuraban de ellos por sus costumbres licenciosas.
Su cultura se fue desangrando de a poco y sufrieron una fuerte caída
demográfica. Finalmente perdieron su lengua y se desintegraron
como grupo étnico. Los miembros de la comunidad se fueron desperdigando
con los años, pero aún hoy existen en Tucumán muchas
personas que se consideran Quilmes, por descender de los ancestrales
guerreros que defendieron sus tierras hasta las últimas consecuencias.
El proceso de sometimiento de los Quilmes fue paradigmático por
la efectiva metodología de desnaturalización
que se aplicó, y que al fin y al cabo fue la única que
pudo doblegar la fiereza de los combativos indígenas. Una carta
del Virrey del Perú al Gobernador Mercado y Villacorta ilustra
con las palabras más exactas que sea posible imaginar, la naturaleza
de este proceso: La ocasión que se ofrece de desnaturalizar
este gentío es la más a propósito que jamás
con él se ha experimentado y casi imposible de reducir otra vez
a tan oportuna razón (...) las razones que tengo, justifican
el fuero de la conciencia. Las ruinas de la ciudad de los Quilmes
son un testigo silencioso de la conquista. Al margen del oportunismo
económico de una apurada restauración discutida por los
arqueólogos actuales, visitar el sitio permite tomar contacto
directo con todo el peso de una historia que encierra la auténtica
densidad del lugar.

Datos
útiles
|
Cómo llegar:
Dinar Líneas Aéreas vuela a Tucumán por $ 262
(precio de acuerdo a la tarifa más económica). Desde
la capital tucumana salen micros a Tafí del Valle varias
veces por día. Tardan dos horas y el pasaje cuesta $ 8,50.
Una excursión en el día desde San Miguel de Tucumán
cuesta $ 55.
Dónde alojarse: La Rosada (3 estrellas). Belgrano
300 Tel.: 03867-421323. E-mail: [email protected] Precio:
60 pesos la habitación doble (enero y febrero). En temporada
baja, 48 pesos la habitación. El hotel Celia Correa
en la calle Belgrano cuesta 10 pesos por persona y es
el más barato de Tafí.
Dónde comer: La zamba y la chacarera están
presentes a la hora de la cena en los restaurantes, donde no hay
quien se resista al aroma del cabrito asado. Uno de los mejores
es El Parador Tafinista donde la especialidad son las empanadas
de humita, los típicos tamales de matambre, y un postre de
queso con dulce de cayote.
Trekkings y cabalgatas: Daniel Carrazano: Calle Perón
100 Tel.: 03867421241 www.tafidelvalle.com
Héctor Heredia: 0381-4226205.
E-mail: [email protected] |
