MEXICO
La ciudad de Guanajuato
Una mina de
arte
De las riquísimas
minas de oro y plata de la época colonial, a una ciudad donde hoy destella
el arte. Emplazada en una hondonada profunda entre laderas escarpadas,
Guanajuato es uno de los lugares más bellos de México. Intensos colores,
un laberinto de túneles y una vida cultural que durante el Festival
Cervantino transforma las callejuelas, plazoletas, fuentes, escalinatas
y atrios en fantásticos escenarios.
Por Florencia
Podestá
A
2000 metros de altura en el desierto montañoso del Bajío
mexicano, Guanajuato tuvo un devenir curioso, de ciudad mineral a ciudad
de arte. Sobre las riquísimas minas de plata y oro que se descubrieron
en 1559 nació la ciudad en un terreno imposible, una hondonada
profunda con fondo en V y laderas escarpadas. A pesar de esta ubicación
un poco insensata, los barones de la plata crearon una ciudad esplendorosa,
de rasgos hispánicos, casi moriscos, que todavía se conserva
intacta y ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Esa riqueza hizo brotar las mansiones, iglesias y teatros que hacen
de Guanajuato uno de los lugares más bellos de México.
Durante dos siglos el 40 por ciento de la plata del mundo se extraía
aquí. Con el tiempo las minas se agotaron, y con ellas la riqueza.
Entonces Guanajuato, casi casualmente, encontró su otro destino;
su naturaleza escenográfica la convirtió en lo que ya
era: un gran escenario.
Música, cine... y entremeses Guanajuato tiene fama de ciudad
de arte por varias razones. A partir de 1950, y como homenaje a Cervantes,
comenzó a celebrarse un festival anual de teatro y artes escénicas,
el Festival Cervantino, que con el tiempo se convirtió en uno
de los principales del mundo hispano, y el más importante y concurrido
de México. En esas tres semanas de octubre, según cuentan
algunos nativos azorados, la ciudad se llena de gente hasta un punto
difícil de imaginar. Y prácticamente todos los rincones
de Guanajuato se convierten en escenarios de grupos de teatro, danza
y música de todo el mundo, en todos los idiomas, estilos y corrientes.
El año pasado, mientras en una esquina un grupo de Marruecos
tocaba música tradicional y en otra se proyectaba un film mudo
alemán de 1920, en el centro daban un recital los cubanos del
Buena Vista Social Club. La mayoría de los espectáculos,
en general los mejores, son gratuitos. También para el cine esta
ciudad es particularmente fotogénica. Es y fue elegida por varios
directores, favorita sobre todo de Buñuel en su período
mexicano (recordamos El).

Luces de
la ciudad La noche es el día de Guanajuato. Una afirmación
arriesgada, porque esta ciudad tiene como paisaje natural el sol del
desierto. La luz del mediodía no encuentra obstáculo:
el laberinto formado por callejones zigzagueantes, escaleras que suben
o se hunden, iglesias enormes y barrocas entre coloridas casas superpuestas
en racimos; todo bajo el sol diurno parece detenido en el tiempo; el
contraste con las sombras es tan intenso que a pesar de los colores
tan mexicanos de los muros, en el recuerdo predomina una
impresión de fotografía en blanco y negro. Por eso, cuando
baja el sol, Guanajuato parece iluminarse con una luz interior más
verdadera, acaso porque en esa penumbra sutil, casi teatral, la luz
se convierte en la expresión de la forma espiritual de la ciudad.
Caminamos por Sopena. En el final de la calle estrecha aparece iluminado
el frente imponente del Templo de San Francisco, sus muros rojizos matizados
por las sombras que crean las mil volutas del barroco americano. Las
fachadas de las casas, en color lila, verde, rosa, azul cielo, bajo
la luz nocturna de los faroles se saturan como emitiendo un propio resplandor.
Este paseo es una experiencia impresionista, y expresionista también.
Cada tanto las fachadas ventanas, balconcitos desaparecen
en un hueco de oscuridad: un callejón que trepa la ladera de
la montaña y, un par de metros más allá, el farol
que hace foco en una escalerita de piedra. La ciudad erigida en el fondo
agudo de un barranco obliga a esta topografía irregular, un poco
loca, que dramatiza las perspectivas. Cada vista, siempre parcial, siempre
recortada, es un ángulo en el escenario de una gran ópera
anónima; incluso las caras de la gente que camina tranquila en
la noche buscando un lugar para bailar, o para escuchar música,
se encienden y se apagan en la iluminación callejera. Pasamos
bajo los balcones de La Dama de las Camelias, el lugar cool para bailar
buenamúsica centroamericana y flamenco en vivo. Un conjunto de
casas que brotan de la montaña en torno de una placita traen
reminiscencias de Granada.
En
nuestro paseo nocturno pasamos bajo un puente peatonal, El Campanero,
y al subir nos encontramos con otra plaza rodeada de casas bajas prácticamente
incrustadas en la montaña. Tras un portal sube una escalera angosta.
Desde arriba llega una música extraña, un piano y un cello,
a veces parece jazz, a veces cualquier otra cosa. Una puerta abierta
y una música así no dejan opción: subimos. Al final
de la escalera nos espera la mejor sorpresa de Guanajuato: el BarFly,
y su dueño/director artístico/ideólogo Enrique
Perescancio, también poeta y ensayista. Es el segundo piso de
una vieja casona de grandes habitaciones y ventanas, ahora con algunas
mesitas bajas y altas, y dos espacios para presentar grupos de música
en vivo. El ambiente es cosmopolita y relajado: los habitués
son europeos y mexicanos, y hasta asiáticos, muchos de ellos
artistas, especialmente músicos. Mientras corren la cerveza y
el vodka, afuera comienza a hacer frío. Desde los balcones se
ve la placita colonial como otra escenografía y cada paseante,
acaso un parroquiano del BarFly, como un actor súbitamente revelado
por los focos de luz. Al rato, una violinista rusa da un recital de
música gitana mientras canta y baila. Después, el grupo
de fusión mexicano SonJazzEros, con vientos y percusión
traen aires de Cuba y Africa. Más tarde, hasta la madrugada,
se bailará reggae con el grupo canadiense Free Flow.
Cada calle,
una historia Los nombres de las calles de Guanajuato no conmemoran
próceres o lugares. Más bien, detrás de cada nombre
hay una historia, o mejor dicho, una leyenda. En efecto, después
de estos días, algunos nombres misteriosos se nos quedaron en
la mente: Pasaje del Muerto, Callejón del Beso, Callejón
del Truco, Calle de la Cabecita (la cabecita milagrera de un decapitado,
explican aquí), Plaza de los Carcamanes, Calle de la Buena Muerte.
El Callejón del Beso, por ejemplo, encierra la leyenda de los
Romeo y Julieta locales. Este es el más angosto de los angostos
callejones de Guanajuato. Allí los balcones enfrentados de las
casas prácticamente se tocan. Se dice que una familia rica vivía
en una de estas casas, cuya hija se enamoró de un minero claro
pobre. Se les prohibió encontrarse, pero el minero rentó
la habitación de enfrente, y así los amantes intercambiaban
besos desde los balcones. Dado el fácil abordaje que permite
la cercanía de los balcones, se sospecha que intercambiaron algo
más que besos, y así cuando fue descubierto el romance
la historia acabó con la muerte de los protagonistas.
Otra leyenda de Guanajuato, en otro sentido, es el pintor Diego Rivera,
quien nació y creció en Pocitos 46, donde hoy existe un
maravilloso museo con parte de su obra.

Un colorido
laberinto Casi toda la ciudad es peatonal. Los automóviles
se mueven en un universo paralelo que consiste en túneles y pasajes
subterráneos cavados en la roca viva, tal como las minas. Por
eso es casi imposible orientarse mediante un mapa; la ciudad no se desarrolla
en superficie sino en volumen, con lo cual un mapa fiel a lo real debería
ser tridimensional. De hecho, una de las actividades más maravillosas
en Guanajuato es perderse. En este laberinto colorido nos dejamos llevar,
y por un pasaje de medio metro de ancho salimos, por ejemplo, a la Plaza
de la Reforma, de allí por otro pasaje a la Plaza San Roque con
su escenario permanente frente a la iglesia, y de allí en barranca
hacia la Plazuela San Fernando, andaluza, arbolada y llena de cafecitos
al aire libre.
Hablando de las rarezas de Guanajuato dice un lugareño: ¿Ves
esta calle aquí abajo? Hay algo que todavía no entiendo.
Si con el auto sigues toda la calle desde esta plaza, después
de diez minutos vuelves exactamente al mismo lugar, pero con el auto
de la mano contraria.
La noche se escurre imperceptible. Cada tanto se escuchan las campanas
de las iglesias. Tres golpes... veinte... uno... ¿Cuál
es la lógica de lascampanas? No hay lógica,
nos dicen. Siempre fue así. Suenan en cualquier momento,
con cualquier número de golpes. No señalan la hora, no
se sabe qué cosa señalan. Tal vez a sí mismas,
a su propia presencia, quién sabe.
