Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH LAS12

GRECIA
Atenas y las islas del Egeo

El azul y blanco destella en las casas y molinos de viento. Los colores griegos del mar Egeo.
Un tour
al Olimpo

Cada viaje a Grecia es una visita renovada a las raíces del mundo moderno. Envueltos en el fascinante encanto mediterráneo, las ciudades del continente y los pueblitos isleños son como las perlas de un rosario desparramado en el mar que cada viajero puede recoger a su manera.

Por Graciela Cutuli

Aunque tenían uno para cada cosa, Grecia no tuvo un dios para el turismo. Eran otros tiempos: Menelao estaba preocupado por recuperar a Helena de manos de Paris; Zeus y Hera se peleaban en el Olimpo por las divinas infidelidades y en tierra había quienes –dicen que inspirados por la deslumbrante claridad del Mediterráneo– sentaban las bases de la filosofía moderna. Sin embargo, Grecia tuvo uno de los primeros viajeros, al menos en el sentido amplio de la palabra: ¿qué otra cosa fue si no Ulises, que tardó nada menos que diez años en volver de Troya a su Itaca natal, distrayéndose en el camino con sirenas, hechiceras, cíclopes y ninfas? Por lo menos 2500 años después, los viajeros de hoy siguen siendo herederos de Ulises. Aunque sus sirenas son otras: se llaman amor por la arqueología, tentación por la dieta mediterránea o sujeción al hechizo de las playas del Egeo...

DESTINO GRIEGO ¿Con qué se encuentra el viajero que llega a Grecia? Antes que nada, con que las cosas han cambiado mucho desde la época de los mitos. Atenas, el principal punto de llegada y partida, es mucho más que el Partenón: hoy es una ciudad en plena expansión, con un tránsito que empequeñece el desorden porteño y expone la gloria de su pasado en los monumentos de la Acrópolis y el Museo Arqueológico Nacional. Puede escribirse mucho sobre la arquitectura y el arte griegos, sobre la belleza y armonía de sus proporciones, pero no hay mejor ejemplo que contemplar el Partenón y monumentos como el Pórtico de las Cariátides, el Templo de Atenea Niké o el Teatro de Herodes Atico en la Acrópolis. No hubo guerra, saqueo, terremoto ni contaminación que haya podido dañar la espléndida majestuosidad de estos lugares, aunque todos estemos tan acostumbrados a las imágenes de columnas partidas y templos sin frisos que resulta más sorprendente todavía imaginarlos con el esplendor original. Vale la pena dedicarle tiempo al Museo de la Acrópolis, construido por debajo del Partenón, donde se conservan estatuas, frisos, cariátides y ánforas, la mayoría con decoraciones alusivas a los mitos griegos y halladas durante las excavaciones en la Acrópolis. También se han hallado importantes templos y edificios públicos en la zona del Agora, antiguo corazón político y religioso de Atenas en sus años de esplendor.

REINO DE TENTACIONES Sin duda, hay dos barrios que no se pueden dejar de recorrer para asomarse a toda la animación de la que es capaz la capital griega: uno es Plaka, donde florecen los anticuarios y las tabernas para probar el vino griego. Allí se conservan el Monumento a Lisícrates, que fuera levantado en homenaje a los ganadores del festival de coros del Teatro de Dionisos, así como la bella Torre de los Vientos, construida dos siglos antes del nacimiento de Cristo. Por su parte, el barrio de Monastiraki, junto al Agora, rebosa de negocios, negocitos y puestos callejeros donde podría agotarse la imaginación humana antes de terminar la lista de objetos que se venden. Los turistas en busca de souvenirs han entrado al reino de las tentaciones: de aquí se sale con joyas de plata, las más variopintas estatuillas, exquisitos tejidos y bordados, vasijas o libros, preferidos sobre todo por quienes han tenido alguna experiencia en el estudio del griego y aunque sea como curiosidad se los llevan para descifrar algo a fuerza de imaginación y diccionario. De todos modos, a los fines prácticos el idioma no es un problema: teniendo en cuenta que el turismo es el principal recurso de Grecia, siempre habrá quien lo atienda en inglés, en francés o en italiano (vecindad obliga).

ISLAS MEDITERRANEAS Grandes o pequeñas, cercanas o lejanas, solitarias o concurridas, las islas del Egeo conquistan todos los gustos. Es difícil elegir cuáles visitar entre las muchas opciones, porque sin duda no hay viaje que permita recorrerlas todas. En las islas Jónicas –Corfú, Paxos, Léucade, Itaca, Cefalonia y Zante–, el estilo de vida más tradicional seconserva sobre todo en el interior de las tierras, pero muchos turistas las prefieren por su vida social –léase bares, discotecas, salidas nocturnas– para concluir jornadas tranquilas entre pueblitos de pescadores. La capital de Corfú, en particular, conserva su hermoso casco antiguo, cuyos edificios y monumentos muestran a primera vista que en esta encrucijada mediterránea se han dado cita los pueblos de media Europa, desde los bizantinos a los venecianos y los ingleses. Desde cualquier punto de la isla se puede visitar en el día el Achilleion, el palacio que se hizo construir la emperatriz Sissi para escapar de la corte vienesa.
Del otro lado de la península asoman del mar las islas Argo-Sarónicas -Salamina, Egina, Hidra, Spétses, Citera–, guardianas de un estilo de vida tradicional y ligado a la agricultura y la pesca. El monumento más famoso es tal vez el Templo de Afaia, en Egina, uno de los templos dóricos mejor conservados en toda Grecia. Y aunque nada quede, porque se trata de un mito, ¿cómo sustraerse al encanto de Citera, donde nació nada menos que Afrodita, la diosa griega del amor?
Las islas del norte se dividen tradicionalmente en dos grupos: las Espóradas y Eubea –Esciato, Escópelos, Alonnisos, Esciros y Eubea– y las islas del nordeste Egeo –Tasos, Samotracia, Lemnos, Lesbos, Quíos, Icaria y Samos–. En las primeras, la ocupación turca, la piratería y el comercio dejaron huellas indelebles, así como el turismo, que a partir de los años ‘60 las convirtió en meta exclusiva de quienes querían explorar un mundo todavía virgen. Hoy día eso cambió, pero no cambió la belleza de las playas, la dulzura de las frutas ni el encanto de las casas de campo rodeadas de cipreses y olivares.
En el segundo grupo, cada isla encierra un abanico de ecos históricos, literarios y mitológicos: Lesbos, la patria de la poetisa Safo; Samotracia, donde se encontró esa espléndida estatua de la Victoria alada; Lemnos, la isla volcánica donde naturalmente los griegos imaginaron el exilio de Hefestos –dios del fuego y los metales– cuando Zeus lo expulsó del Olimpo. Lesbos también es la capital del olivo ya que, si bien esta planta crece en torno a todo el Mediterráneo, se dice que los de esta isla son los más productivos de Grecia. Con unas 11 millones de plantas, no es poco decir... Durante un mes, entre fines de noviembre y fines de diciembre, los isleños se dedican a la cosecha de las aceitunas, parte de las cuales quedarán convertidas en un exquisito aceite de oliva.

Cabeza de la Medusa, el ser mitológico que petrificaba a todo aquel que osara mirarla.

CUPULAS AZULES En torno a la isla sagrada de Delos, las Cícladas conforman esa típica postal griega de casas blancas y cúpulas azules recortadas contra un cielo más intensamente azul. Veinticuatro de las 56 islas están deshabitadas; en las otras hay algunas tan famosas como Santorini y Mykonos. Cerca del puerto de Mykonos anda siempre dando vueltas el pelícano Petros, la mascota de la isla y en realidad heredero de Petros I, que tuvo ese papel nada menos que durante 29 años y hoy se encuentra embalsamado en el Museo Etnográfico local.
La pequeña Delos, la isla sagrada, fue el lugar de nacimiento de Artemisa y Apolo, lo que la convirtió primero en centro religioso y más tarde en nudo comercial de la región. Hoy posee uno de los patrimonios arqueológicos más valiosos de Grecia: aquí se encuentra el delicado mosaico de los delfines en una casa del siglo II antes de Cristo, el espléndido Teatro construido sobre un anfiteatro natural, el Barrio del Teatro –una antigua zona residencial de la época helenística y romana– y la célebre Terraza de los Leones. No menos célebre es Santorini, la islita en forma de medialuna que algunos creen que fue el reino perdido de la Atlántida: afortunadamente, no se han perdido lugares como Firá, la capital, y los pueblitos más alejados donde los románticos aguardan la puesta de sol.

HELENICAS Y MEDIEVALES Finalmente, en el extremo este, las islas del Dodecaneso –que por su posición más al sur también tienen un clima cálidomuy buscado por los turistas– fueron las últimas en sumarse a la Grecia moderna, pero comparten con ella una larga historia a lo largo de la cual vieron pasar pueblos y culturas. Cada una dejó su huella, y hoy cada isla del archipiélago es igual sólo a sí misma. Son especialmente célebres el monasterio de San Juan en Patmos, una mole de piedra con silueta de castillo que se levanta sobre un racimo de típicas casitas encaladas, y encierra un valioso tesoro de joyas e iconos; el Asklepieieion de Cos –una suerte de templo y sanatorio construido después de la muerte de Hipócrates, nativo de la isla, y consagrado al dios de la medicina, Asclepio– y la isla de Rodas, capital del Dodecaneso, con su ciudadela medieval dominada por las torres del palacio de los Grandes Maestres de la Orden de San Juan. Puertas, murallas, mezquitas y torres forman parte del casco antiguo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Entre el Palacio y el puerto se extiende la Calle de los Caballeros, donde se levantan las posadas de las distintas nacionalidades que integraban la orden de San Juan. Esta parte de la isla se lleva casi siempre toda la atención, pero Rodas –ya famosa en la antigüedad por el Coloso, una estatua del dios del sol que se cree alcanzaba unos 40 metros de altura– tiene muchos otros rincones urbanos y naturales para descubrir. Aunque es difícil elegir, hay uno especialmente difícil de soslayar: Lindos, dominada por la acrópolis amurallada y bordada de casas siempre florecidas, es tal vez una de las postales griegas más difíciles de igualar en animación y hermosura.
Entre todas estas islas hay una importante red de comunicaciones aéreas y marítimas, que permiten en un viaje relativamente corto saltar con facilidad de una a otra. Sin embargo, vale la pena tomarse el tiempo de elegir algunas para recorrerlas más en profundidad y dejar pasar las horas y los días sin apuro, para gozar el llamado mítico que llega desde lo más profundo del Mediterráneo.

Las torres del conjunto de construcciones medievales de Rodas.