No hicieron falta discursos: apareció ella y el Salón Dorado entero aplaudió de pie para recibirla. Palmas que se repitieron al recordar cómo a fines de 2018 fue aprobada la iniciativa para declararla Ciudadana Ilustre de la Ciudad. Lidia Borda genera eso. Un salón repleto de amigos y admiradores genuinamente emocionados, como si en su reconocimiento se los reconociera también a cada uno de ellos –y quizás algo de eso había-. A Borda la acompañó su banda y su equipo de producción, pero también un montón de figuras de la cultura, como Susana Rinaldi, Rita Cortese, Cristina Banegas, Ariel Ardit, Victoria Onetto, Tute y su infaltable compañero al piano Daniel Godfrid.

El legislador Carlos Tomada, uno de los impulsores de la distinción, contó cómo incluso sus mucho más jóvenes compañeros de bloque habían pensado en Lidia para el homenaje, pero sobre todo se refirió a las canciones “inexplicablemente olvidadas” que Borda recupera en cada uno de sus trabajos. “Ella las canta como nadie y a mí me conmueve como espectador el sentimiento plebeyo que le pone a sus letras”, señaló.

La ex ministra de Cultura nacional Teresa Parodi, colega de Borda, describió el canto de su amiga como “un decir estremecido” y celebró “ese talento con el que ella se para a cantar en el lugar que sea, en nombre de todos nosotros”. Y agregó que lo de la homenajeada era “cantar esa manera de convocar al otro, de compartir un sueño, una memoria, un cielo, un territorio; una emoción, un tiempo para escribir la historia”.

El académico Gustavo Varela también subió al estrado y contó que forma parte de un grupo de estudio sobre tango en Flacso. “Uno imagina que ella es alguien que viene a escuchar. No. Interviene fervientemente, ¡interrumpe fervientemente! Hace preguntas difíciles. Pero además tiene una sabiduría sobre el tango muy extensa. Aparecen letras y ella, con buen tino, las canta”, relató. Varela destacó que los rescates casi arqueológicos que hace Borda de tangos del 30, del 40, son un “gesto de amor” al género y un “volver a la madera entre tanto plástico”. No sólo la inscribió en una tradición de cantores, también apuntó a su condición de vehículo fundamental para el resurgir del tango en la década del ’90, cuando el neoliberalismo volteaba todo. “Volver a los tangos como hizo Lidia no era solo una cuestión estética, sino un gesto político. Era cantar lo que venía atrás para marcar una diferencia. Quedarse acá, con la certeza de que vamos a volver”.

La propia Lidia, sin explicitarlo, anudó esa idea con otras, con su memoria de infancia de pueblo y la vocación trunca de su madre (y de tantas otras mujeres), y su militancia musical, que es “tratar de entender el sentido de la gente, y conducirlos a su propia emoción a través de palabras y canciones prestadas”. Y advirtió: “ya no quiero ser original. Cada día más quiero parecerme a mis ancestros, encontrar en ellos a quien soy”. Y luego cantó, claro. ¡Cómo cantó!

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