“Era Pichetto o una mujer”, “El primero en la lista es Massa, el tercero Máximo Kirchner; la segunda, una mujer”. Son dos ejemplos de titulares o videograph –esas frases que acompañan las imágenes televisivas– que circularon estos días y que delatan, así, sin pudor alguno, cuál es el valor, en la política partidaria, de los nombres que se dicen en femenino. Es triste, pero es una verdad revelada. Igual que cuando, a principios de los ‘90, se consiguió la ley de cupo en la representación parlamentaria. “¿Quién pone a la mujer?”, era una pregunta repetida cuando se sellaban alianzas o frentes electorales, quién pone a la mujer no era un halago, era la incómoda incógnita sobre qué partido o qué fuerza iba a tener que resignar a alguno de sus hombres para cumplir con ese primer 30 por ciento que desde entonces empezó a hacer visibles a las mujeres que militan a diario y que sin embargo, todavía hoy, siguen siendo las menos conocidas, las que quedan fuera de las “mesas chicas” donde se toman las decisiones, las que siguen funcionando, no para la política pero sí para los políticos, como piezas de canje a la hora de disputar elecciones. Ellas ponen el cuerpo, ponen ideas, ponen militancia; pocas veces toman decisiones. Lo saben las que militan en los movimientos sociales también. Lo saben porque vienen organizándose en asambleas de mujeres, justamente, para poder poner en común el hartazgo frente a esa dinámica repetida: ellas sosteniendo comedores populares, ellas poniendo el cuerpo en cortes de ruta, manifestaciones, formándose políticamente, sosteniendo la vida cotidiana de las organizaciones y sin embargo sus voces siempre menos audibles que las de sus compañeros varones. Lo saben las que están en los sindicatos y casi nunca llegan a la secretaría general, salvo que sean secretarias, secretarias en el sentido de ese oficio que tanto se parece a veces a la vida doméstica: el de asistir a otro, a otros. Lo sabemos todas en nuestros lugares de trabajo o de estudio, lo sabemos en el cuerpo porque siempre hay una renuncia al alcance de la mano cuando se encarna una identidad femenina. 

Pasaron casi tres décadas desde la ley de cupo, esa herramienta que entonces fue resistida incluso por mujeres pero que permitió manchar un poco esas imágenes monocordes de sacos y corbata para las reuniones políticas. Llegó la ley de paridad, que se va a estrenar ahora, en estas próximas elecciones. Y sin embargo, cada vez más en los últimos días, esas imágenes vuelven –y es casi gracioso que vuelvan con fuerza renovada desde el partido oficialista que pregona no volver al pasado–, vuelven con fuerza conservadora, vuelven como una pesadilla. Como si las calles no se hubieran llenado una y otra vez en los últimos años de fuerza feminista transformadora, como si no se hubiera arrancado una fecha de paro a la CGT después de la primera huelga internacional feminista, como si el primer paro al gobierno de Mauricio Macri, en octubre de 2016, no lo hubiéramos hecho las feministas. Es una constante que las acciones feministas sean tomadas como accesorias o notas de color por la jerarquía de la política formal. Se olvidan que la politización masiva de adolescentes en los últimos cuatro años vino de la mano de los feminismos, de entender las relaciones de poder a partir de entender el poder en las relaciones de género. Y sin embargo, esos y esas adolescentes son poco más del 20 por ciento del padrón electoral ¿quién le habla a esos y esas votantes? 

Ayer se hizo una acción en redes que creció desde esas complicidades feministas que sabemos tejer las que por fuerza aprendimos que nos tenemos cuando de empujar los límites del patriarcado se trata. Fue una acción transversal a todas las fuerzas políticas, una demanda que tuvo un soporte virtual pero que se hizo fuerte y clara porque sabemos que colectivamente somos capaces de rasgar el cielo de lo posible. El hashtag fue #FeministasEnLasListas y esto habla de una maduración necesaria para estar a la altura de la historia. No alcanza con ser mujeres, se necesitan feministas. Feministas que entienden que no hay tema ni conflicto social que quede fuera de la lectura interseccional que hacen los feminismos populares. No se puede hablar de pobreza sin leer que sobre los cuerpos femeninos esa pobreza se duplica y que este doble castigo también golpea a les niñes y a las personas vulnerables de cada familia. No se puede pensar el fin de la moratoria previsional sin entender que las más afectadas son las que se dedicaron a las tareas de cuidado durante toda su vida. No se puede hablar de igualdad de género sin poner en agenda que esas tareas de cuidado son una responsabilidad colectiva en las que el Estado es responsable.

Mientras esa acción de demanda por más feministas en todas las listas sucedía, también eran noticia tres cuerpos de mujeres asesinadas. Una de ellas por una bala policial en la frente, en Santiago del Estero. Esa impunidad que explica el aliento al gatillo fácil de la doctrina Chocobar de la que se jacta la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Ningún hecho más gráfico para reclamar feministas y no sólo mujeres en las listas. Otro de los cuerpos podría ser de una chica a la que se buscaba en Resistencia, Chaco desde hace más de una semana. Al menos dos proyectos de ley para investigar correctamente femicidios fueron presentados en el Congreso por feministas entre el año pasado y éste. El tercero apareció en Colegiales, en un conteiner de basura, casi una cita macabra con el femicidio de Angeles Rawson. Sin feministas en todos lados, estos hechos quedarían relegados a pequeños textos en las páginas policiales en los que se habla de crímenes pasionales. Pero desde los feminismos se hicieron otros relatos sobre los modos en que opera la violencia machista. Y también desde las feministas se presentaron proyectos de ley que no sólo buscan la persecución penal sino transformar la sociedad: la ley Micaela, por ejemplo, para que todos y todas las funcionarias del Estado se formen con perspectiva de género. 

La emancipación frente a la violencia machista generó un tembladeral en las organizaciones políticas, porque el hartazgo frente a los abusos es demasiado. Y es fácil leer cierta restauración machista en las filas partidarias para acallar las denuncias de lo que estaba naturalizado. Pero las feministas en política aportan mucho más que denuncias. Aportan una mirada transversal sobre los conflictos sociales que es necesaria para elaborar colectivamente otra forma de Justicia que sea también económica, cultural, social y política. Y por eso las necesitamos en las listas, para poder votarlas y votar así por otras formas de vida. Porque queremos el aborto legal y la Educación Sexual Integral, pero también otros modos de distribución del ingreso. Porque queremos el fin de la violencia machista y también el fin de las dobles o triples jornadas laborales, porque queremos cupo laboral trans y no queremos más que las lesbianas tengan que negar su existencia para participar de las decisiones políticas. Queremos feministas en las listas, es una demanda que ayer se hizo en redes pero se tejió en la calle. Y a las calles, sabemos cómo llenarlas.