El mismo Poder Ejecutivo que no acudió al Congreso de la Nación cuando se pedía que informara sobre el rimbombante proyecto de ley “bases” y etc. -ya fenecido-, el mismo presidente que le dio la espalda a les representantes del pueblo en la Asamblea Legislativa para inaugurar su mandato, de pronto está dando entrevistas día por medio. Sí, sí, a quienes no van a repreguntarle o a quienes le preguntan pavadas que no vienen al caso que más nos importa: la crisis de pobreza más profunda que tuvo este país -¿Quiere tener hijos?, inquirió incisivo Luis Majul, que también mostró con ternura una foto del perro del presidente-; pero evidentemente algo huele más en las encuestas, los focus groups y sobre todo en las paradas de bondis y trenes y el gobierno siente que algo tiene que darle a quienes lo votaron con esperanza y también con rabia. Decir que el Congreso es “un nido de ratas” para alimentar el odio antipolítico, atacar a una cantante popular, son batallas que se entregan cotidianamente como una forma de desgaste, de quemar (para no usar el término en inglés “burn out”) la cabeza de ciudadanos y ciudadanas que a este momento del mes ya no sabemos qué malabar hacer para seguir viviendo, sin metáforas, hasta el próximo ingreso, si es que se tiene el privilegio de tenerlo.

El anuncio del vocero Manuel Adorni sobre el cierre del Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) entra en esa línea, un sebo más para los leones del circo romano al que nos someten a diario. La excusa es que es una “fuente de empleo militante”, una “caja de la política”, “no sirve para nada”, como si no estuviera en manos del gobierno que está ahora mismo en funciones volver eficientes las herramientas del Estado. También aclaró Adorni que no pueden hacerlo ahora, que hay trabas burocráticas, “si se quiere empezamos ahora con su cierre definitivo”. Claro, el Inadi fue creado por ley el 28 de julio de 1995, un año y diez días después del atentado antisemita a la AMIA durante el gobierno de Carlos Menem, no es posible cerrarlo automáticamente. La traba burocrática es una ley que ocultan para elegir victimizarse como si alguna mano negra le sujetara las suyas al gobierno de la motosierra. Humo, como todos los días, un poco más de humo que no tapa las ollas vacías de los comedores comunitarios pero que colabora con mantener a la ciudadanía en vilo, para alimentar las hogueras de sus tuiteros militantes, para asestar golpes simbólicos.

“Me pega duro lo del INADI, cuando tenía 10 años me crié sabiendo que habia un lugar que te defendía de la discriminación, y en esa compresión de la niñez me daba esperanza y argumentos saber que existía "un INADI"”, escribe alguien que sabía ya a esa edad que estaba en riesgo de discriminación, en uno de los múltiples chats que nos mantienen comunicades en círculos de militancia y activismo, de reparo y apañe colectivo tan necesarios ahora mismo.

La periodista Victoria de Massi publicó en X una nota que lleva su firma, publicada en el diario Clarín en 2018. En ese texto se cuenta la situación de una persona sorda que se comunicaba con su grupo de trabajo a través de su capacidad para leer los labios hasta que su jefa lo había relocalizado, de espaldas a sus compañerxs. En la crónica aparece parte de la mediación de la que participaban la persona damnificada y la empresa, que una vez llamada a esa cita mostraba voluntad de solucionar la situación. La mayor cantidad de intervenciones del Inadi tiene que ver con cuestiones laborales en las que la discapacidad, la orientación sexual o la identidad de género tienen que ver. Eso quiere desmantelar el gobierno de Javier Milei, no quiere hacerlo eficiente, porque qué le importa, si ahora mismo entre la desregulación de las obras sociales, la falta de entrega de medicamentos y el ajuste en general está empujando a las personas discapacitadas directamente a la categoría de descarte.

El inadi también aporta fundamentos en casos judiciales, casos de gatillo fácil contra jóvenes racializados, intervino en el juicio por el travesticidio de Diana Sacayán, recomienda buenas prácticas -y no aplica castigos ni tiene capacidad de obligar- para que una nacionalidad no sea un insulto, para que el color de la piel o el lugar de nacimiento no sean la causa de indignidad en la atención de la salud, el acceso al trabajo, a la educación etc, etc. El Inadi es una herramienta, nada garantiza que sea bien usada en manos de un gobierno que hace del insulto y la violencia discursiva una práctica cotidiana, que se jacta de tener mejores cuentas sin que le duela ni un poquito que eso se haya conseguido sacándole dinero a jubilados y jubiladas, que también son una población históricamente discriminada y reducida siempre a la categoría de “abuelos”, una categoría biológica que oculta y minoriza sus trayectorias vitales y laborales. Pero jactarse de su eliminación es provocar, otra vez, como con el sainete del aborto.

“Si te discriminan andá a la justicia”, escriben en X los trolls de turno que ven en el castigo la única solución a los conflictos. Cuando en 2010 un hombre apuñaló la puerta de mi casa con un cuchillo de carnicero al grito de “tortilleras de mierda” el conflicto no se resolvió con una pena, sino con una intervención que hizo que el hombre tuviera que pedir disculpas, aunque insuficientes, tuviera que presentarse en un sitio donde lo confrontaron con su propia lesbofobia. Su odio seguro no se terminó, pero no volvió a agredir. Y es cierto, no fue por el Inadi nada más, fue porque a los pocos meses se sancionó la ley de matrimonio igualitario y perdió a todos sus aliados odiadores o compasivos con su odio que había en el barrio. Es la sociedad en su conjunto la que puede establecer sus buenas prácticas, la herramienta del estado está para proteger esos acuerdos, anularlos por decreto es autoritario; patotero.

El anuncio de Adorni es un golpe simbólico, uno más, que quiere darles “algo” a sus pocos seguidores convencidos -no olvidemos que esos y esas son apenas el 30 por ciento del electorado- y a los algunos más que fueron sumando, para maquillar un poco la miseria a la que también los y las someten. Podemos acusar el golpe, pero necesitamos de la inteligencia y la imaginación colectiva suficiente para hacer, como se decía hace mil años en la escuela, “espejito de goma”, el que rebota y explota en el agresor, para seguir insistiendo en un mundo común que hoy no parece posible, pero tenemos que imaginarlo, tenemos que convertirlo en ese imposible que sólo tarda un poco más. Porque eso y no otra cosa es lo que podría refrescarnos la cabeza quemada, ponerle paños fríos a las bravuconadas constantes de este gobierno.