Bailar hasta la extenuación como enchufadas a 220. Llevar el vínculo paterno a escena y teñirlo de libertad. Improvisar bailando con un baterista y entregarse al vértigo. Recorrer el camino solitario de la búsqueda de lo innombrable. Cuerpos desnudos en su estado más esencial. Todo esto y más se hará carne en el escenario del Teatro Sarmiento desde hoy con la Retrospectiva Leticia Mazur, un programa oficial que invita a un creador a revisitar varias de sus obras, estrenar una nueva y dar un taller. Comenzó con Proyecto Pruebas de la Compañía Buenos Aires Escénica de Matías Feldman y siguió con la retrospectiva del grupo Piel de Lava. Ahora es el turno de Mazur (Buenos Aires, 1978), una de las coreógrafas más  personales y potentes de la escena actual. En su producción el cuerpo despliega una presencia y fuerza notables, abismándose a zonas desconocidas y eludiendo la literalidad. Está muy contenta y emocionada con revisitar sus obras, casi como mirar un álbum de fotos de su vida. Tiene la voz algo tomada por el frío y el cansancio, a pocos días del re-estreno de  las cinco piezas que forman la retrospectiva: Watt (2004), La lengua (2012), Mi papá, tu papá, tu hija y la mía (2016), Jugadora muda en bata (2017) y Los huesos (2017). “Elegí las que me daban más ganas de hacer y eran posibles de traer al Sarmiento y hacerlas convivir. Son muy diferentes entre sí y muestran un recorrido muy movedizo, que siento que habla de mí”, cuenta la artista formada con distintos maestros. “Reboté en todas las instituciones –confiesa–. Hasta cuando fui a Bruselas a la escuela P.A.R.T.S. que dirige  Anne Teresa Dekeersmaeker, volví al año. Y si terminé el secundario fue por la fuerza de mi padre porque en tercer año ya me aburría. Ya iba todos los días a las clases de danza de Armar, la escuela de Silvia Pritz y Silvana Cardell”. 

Los jueves habrá dos obras breves: Mi papá, tu papá, tu hija y la mía y Jugadora muda en bata, separadas por un intervalo musical de  Manuel Schaller con su theremin, ese instrumento electrónico que parece mágico porque el intérprete no llega a tocarlo con sus manos. En las dos obras baila Mazur. En la primera con su padre, su amiga bailarina Margarita Molfino y el padre de ella. “Fue muy emocionante. Me interesa investigar qué pasa al llevar una relación de intimidad al escenario porque se abre un espacio de libertad que no está en la vida cotidiana”, adelanta. Cuenta que los padres se la bancan, que bailan a la par de ellas. La otra obra es un dúo con un baterista, los dos con batas japonesas, mucha energía, un diálogo entre cuerpo e instrumento  y algunas sorpresas. Los viernes presentará Watt, la más vieja de sus creaciones, ese dúo explosivo que bailó con su amiga Inés Rampoldi, acompañadas por un bailarín y un Dj en vivo, un mix de cuerpos en un diálogo físico extremo, juegos de luces y música electrónica. “Es un placer reponerla, volver a trabajar con Inés después de tanto años, ver el video miles de veces, viajar a esa época y pasar la información a otras bailarines porque nosotras no la bailamos ahora, la dirigimos”, aclara. Eligieron a tres intérpretes imperdibles, Flor Vecino, Emilia Claudeville y Gianluca Zonzini, y Manuel Schaller a cargo de los beats. La puesta tiene coreografía y partes improvisadas. “Trabajamos mucho hasta dónde la obra tiene que mantenerse con sus criterios y dónde abrirla porque son otros los que la están bailando. Armamos unos audios con las voces de Inés y la mía diciendo algunas palabras y pensamientos sobre la obra. Este material no estaba en la puesta original y Manuel lo va a poner en algunos momentos”, comenta.

Los sábados interpretará La lengua, el unipersonal de una precisión y una complejidad asombrosas sobre el tránsito de una mujer en un espacio cerrado, acaso su mundo más profundo e inconsciente. “Gianluca Zonzini, mi asistente de dirección de toda la retrospectiva, me dice: ‘La lengua es tu templo’. Es una obra que quiero mucho y que me hace muy bien. Es exigente, con un grado de presencia absoluto y me gusta que los trabajos demanden que tengas que estar entera. Me gusta esa cosa medio samurai”, señala. No fue fácil recuperar la secuencia de movimientos de distintas fuerzas, velocidades y energías: “Veía el video y algunos movimientos me venían enseguida pero otros no tanto. Pero una vez que fui recuperando ese lenguaje es increíble cómo el cuerpo recuerda. Me volvieron los recorridos internos que yo tenía, los estados en los que iba entrando”, agrega. En Los huesos (los domingos), Leticia se corre de la interpretación y se dedica a dirigir exclusivamente a los cincos intérpretes totalmente desnudos durante toda la obra. Cuerpos cis, un cuerpo trans y una grúa lumínica que puede simular un planeta, un sol o un animal, en un entramado de situaciones variadas. Como un mundo donde lo diverso convive e interactúa. “Los huesos son lo más interno de nuestros cuerpos y lo que nos sobrevive cuando morimos. Sustancia primera y final del cuerpo, hecha del mismo material que las estrellas. Eso somos, polvo de estrellas”, concluye. Y apuesta a volver acto esas diferencias y esas similitudes, a ir más allá de las categorías, a la posibilidad de mirar sin tantos condicionamientos.

* Las funciones serán de jueves a domingos a las 20.30 hasta el 28 de julio, en el teatro ubicado en avenida Sarmiento 1215.