Nuevos tiempos, nuevos problemas. El jueves 20, los grandes jugadores de la industria musical firmaron un "código de conducta" para "condenar el streaming falso y comprometerse a trabajar juntos para erradicarlo". Como un eco de los tiempos de la fiebre antiNapster de comienzos de siglo, en el asunto intervienen las únicas majors en pie -Sony, Universal y Warner- y las editoras de música más importantes, como SONY /ATV, las plataformas Spotify, Amazon y Deezer y otros viejos conocidos como la IFPI (International Federation of the Phonographic Industry), la RIAA (Recording Industry Association of America) y la NMPA (National Music Publishers' Association). Las dos primeras fueron las más aguerridas representantes en la "guerra contra la piratería" iniciada contra los sitios peer-to-peer cuando a alguien aún le importaba algo llamado download. Aquella guerra resultó tan productiva coma la "guerra contra el narcotráfico" de los Estados Unidos en los '90: patadas de ciego, decisiones poco efectivas (¿alguien recuerda los "códigos anticopia" y el DualDisc?), persecución a perejiles. Solo cuando la industria supo diseñar una nueva forma de comercializar la música -hoy un modelo plenamente exitoso- fue que la sangría de recursos del download ilegal se convirtió en un nuevo río de ganancias. Una nueva cultura de consumo.

¿Alguna duda al respecto? El 2 de abril de este año, el Global Music Report de IFPI dio cuenta de un crecimiento general del 9,7 por ciento en 2018. En su cuarto año consecutivo de números verdes, la industria de la música movió 19 mil millones de dólares. El 47 por ciento de esa millonada ingresó por vía del streaming, que creció un 32 por ciento con respecto a 2017. El crecimiento de ese sistema superó largamente la declinación del 10 por ciento en ventas físicas y del 21,2 por ciento de downloads. También por cuarto año consecutivo, Latinoamérica fue el continente con mayor crecimiento en las cifras del streaming.

Todo hermoso... salvo por ese pequeño asuntito del streaming falso, definido como "una plaga desafortunada" por John Phelan, director de la International Confederation of Music Publishers (grupo basado en Bruselas que representa a editores de música), a la edición estadounidense de la revista Rolling Stone. "La manipulación del streaming conduce a una recaudación distorsionada, y a patrones de escucha también enteramente distorsionados. Hay un mercado negro de 'pagar por reproducir'. Debe hacerse algo".

En los años '50 las cosas eran más sencillas: un sobre por debajo de la mesa, unas cuantas pasadas en la radio, una canción que se convertía en hit y todos contentos... hasta que en 1958 estalló el escándalo de la payolaque se llevó puesto a Alan Freed, nada menos que el tipo que "patentó" el término "rock and roll" en los Estados Unidos gracias a sus programas radiales. Ahora el asunto es más complicado de rastrear: bots, "granjas de clicks", programas diseñados para que los controles de tráfico en la web registren clicks y más clicks que hacen que canciones y artistas trepen en los rankings, sellos fantasma con artistas ignotos pero ingresos engordados por una cantidad llamativa de escuchas online.

Es, si se quiere, una nueva y más sofisticada forma de piratería. Algunos cálculos aseguran que un 4 por ciento de todos los streams son de origen ilegítimo: teniendo en cuenta las cifras del informe IFPI, son casi 360 millones de dólares que se van por un camino, ejem, "alternativo". Pero la trama se espesa aún más por un hecho que en rigor sorprenderá a pocos, que es que en el sistema aparecen ciertas participaciones bajo cuerda de... los grandes jugadores de la industria. ¿Ejecutivos engordando cifras de los artistas con vistas al balance de fin de año? ¿A quién se le ocurre tan peregrina idea?

"Hay terceros que andan ofreciendo sus servicios, una oferta que aterrizó en los escritorios de algunas compañías. Y es claramente un acto ilegítimo, al borde de lo criminal", acusó más que sugirió Phelan en la entrevista con la revista estadounidense. Será por eso que llevó dos años consensuar el "código de conducta", y que su firma es en esencia un compromiso de "trabajar" en el asunto y no una obligación legal a llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias. Así como muchos se alegran del acta llena de ganchos y los nombres que en ella intervienen, no faltan los conocedores de la industria que lo ven más bien como un acto tribunero. Que señalan que el acuerdo no obliga a rever los "acuerdos privados" entre los servicios de streaming y propietarios de derechos sobre obras musicales. Gente de poca fe.

(En mayo de 2018, el diario noruego Dagens Næringsliv aseguró que la plataforma Tidal había inflado en 300 millones de clicks las cifras de reproducción de "The Life of Pablo" de Kanye West y "Lemonade" de Beyoncé. Se basó en la obtención de un disco rígido lleno de datos que hizo analizar por la Universidad de Ciencia y el Centro Tecnológico para la Ciberseguridad de ese país. Que el propietario de Tidal fuera Jay Z, habitual colaborador de Kanye y marido de Beyoncé, no agregaba precisamente transparencia al asunto. Tidal contestó con un comunicado que tachaba al artículo de "rídiculo, lleno de mentiras y falsedades".)

Por otro lado, nunca está de más recordar una discusión de fondo... que siempre sigue en el fondo. Un detallado informe del sitio Information is Beautiful da cuenta de qué es lo que significa cada click en una canción. Aunque en general hay diferenciación entre las escuchas de usuarios premium o con cuenta gratuita, el promedio arma una escala que va de 0,0007 dólares (YouTube) a 0,019 (Napster), pasando por Pandora, Amazon, Spotify, Apple Music, Deezer, Google Play y Tidal. Para llegar al salario mínimo de Estados Unidos (1500 dólares), un músico necesita 2,1 millones de reproducciones de más de 45 segundos en YouTube; algo más de un millón en Pandora o 370 mil en Spotify.

 

 

Eso quizá también explica la proliferación de pícaros "terceros que ofrecen sus servicios". En marzo de 2018, una investigación interna de Spotify dejó al descubierto una estafa tan sustanciosa como perfecta: un usuario con sede en Bulgaria armó dos listas de reproducción con 467 canciones de artistas desconocidos. De algún modo, las playlists "Soulful Music" y "Music From The Heart" empezaron a sumar clicks y más clicks, trepando en los rankings de la plataforma al punto de que la primera se ubicó en el puesto 11 ¡en todo Estados Unidos! Lo perfecto de la estafa es que todos esos clicks habían sido producidos por cuentas premium emitidas en regla y pagadas, y el usuario poseía los derechos sobre esas canciones: Spotify se encontró con un problema de difícil solución, ya que en rigor El Búlgaro no había infringido ninguna regla (El caso completo puede leerse en Music Business Worldwide ).

 

En agosto del año pasado, una encuesta de la organización británica YouGov señaló que solo el 10 por ciento de los ingleses bajaba música de manera ilegal, contra el 18 por ciento que lo hacía cuatro años atrás. "Hoy es mucho más fácil escuchar música por streaming que piratearla", dijo uno de los encuestados. Suena optimista, pero el ingenio tecnológico nunca descansa. Y algunos piratas cambiaron el barco por una nave espacial.