Un cuarto de siglo de trayectoria. Dicho así, suena a bronce. Y sin embargo, el aniversario que están cumpliendo Los Cazurros transcurre con la frescura de siempre, y en plena actividad. El dúo ha logrado en este tiempo instalarse como un modo de hacer teatro “para chicos”. Las comillas tienen que ver con que ese modo involucra necesariamente a los adultos, con el humor como guía y sostén privilegiado, con una mirada sobre el mundo que no esquiva la opinión y la toma de postura, y al mismo tiempo con el juego por encima de todo. Los Cazurros celebran las Bodas de Plata con una temporada en el Chacarerean Teatre que comienza mañana y con su espectáculo Súper hits (ver aparte). Pablo Herrero y Ernesto Sánchez, sus integrantes, charlaron con PáginaI12 sobre el camino recorrido, sobre el presente y sobre aquel inicio que –ay, el paso del tiempo–parece que fue ayer nomás.  

  Los Cazurros eran los juglares del malandraje en la Edad Media, los que se las rebuscaban como podían, los que eran capaces casi de cualquier cosa por unas monedas. Ese es el nombre que Pablo Herrero padre, “El Juglar” –toda una institución en materia de teatro y títeres itinerantes para chicos– les sugirió a los dos amigos estudiantes de teatro a cuando empezaron a pensar en armar una propuesta para toda la familia, a principios de los 90. Se habían conocido en 1992 en el taller de teatro de Martin Salazar, uno de los Macocos. “Pablo me propuso hacer un espectáculo para chicos, él me mostraba el material que venía haciendo dentro de El Juglar, la compañía familiar. Ahí mismo surgió la pregunta que después mantuvimos en el formato Cazurros: ‘¿Qué nos gustaba a nosotros cuando éramos chicos, qué nos divertía?’ Ese fue el germen y eso es lo que todavía sigue latiendo como germen”, repasa Sánchez. “Ahora mismo estamos pensando un espectáculo nuevo, para estrenar el año que viene. Y la pregunta de partida sigue siendo la misma: ¿Qué nos gustaba cuando éramos chicos? ¿Y qué nos gustaría si fuésemos chicos hoy? Ese sexto sentido todavía está”, completa Herrero. 

La historia de Los Cazurros es la historia de un paso a paso que incluyó temporadas en la costa a la gorra, presentaciones en la Feria del Libro en los comienzos, y que se extendió hasta llegar a la calle Corrientes, con una idea artística y una puesta más desarrolladas, música original, proyecciones, muñecos, y la producción de Cuatro Cabezas. Siempre como emprendimiento independiente, su trabajo incluyó series en Pakapaka (Cazurros misión astronómica y Cazurros al cuadrado, por el cual ganaron un Martín Fierro), dos libros editados por Planeta, CDs con la música original de sus espectáculos y los DVDs de sus obras, un canal de YouTube “Los Cazurros Oficial” con contenido audiovisual especial, y en la actualidad la formación de chicos . Además, claro, de espectáculos como Al rescate de la imaginación, Diversión, Juego divino, El túnel del juego e Invasión, que llevaron por el país, y otros pedidos por Tecnópolis o YPF. 

  Tras todo ese recorrido, desde la escuela de El Juglar –de la que también salió Javier Herrero, hermano de Pablo, que tiene el grupo Mundo Arlequín–, desde las épocas más hippies a las más profesionales, desde el retablo a la calle Corrientes y al teatro San Martín, pasaron un par de generaciones de niños y niñas, y de padres y madres. Por eso no dejan de sorprenderse, cuentan, cuando los adolescentes o los ya padres de veintipico los recuerdan como parte de sus infancias.  

–¿Cuál fue la influencia de El Juglar en Los Cazurros?

Pablo Herrero: –Más que influencia, fue el cobijo y el abrirnos puertas. Si ves las cosas que hace mi viejo, nuestro camino fue desde el vamos distinto. La influencia tuvo que ver con la forma de encarar un espectáculo no pensado para pibes, eso era lo que llamaba la atención del trabajo de mi viejo. Por eso cuando lo convoqué a Ernesto le dije: vamos a hacer algo para chicos pero no pensamos en lo infantil, pensemos desde noso- tros. El lenguaje va a ser el nuestro. Desde ahí les vamos a hablar a los chicos, y a los grandes.  

Ernesto Sánchez: –Algo que hicimos bien fue aprovechar todas las puertas y todos los circuitos que nos ofrecieron. El de El Juglar, ni hablar, fue el primero y muy valioso. En su momento Valeria del Mar, Cariló, fueron lunes y viernes de armar el retablo durante diez años. Luego la Feria del Libro, otro gran lugar que nos abrió El Juglar. Pudimos apropiarnos de esos lugares poniendo lo nuestro. El teatro Cendas, cuando Mariela Pruss nos abrió las puertas, también lo hicimos propio durante tres años. Lo mismo el teatro San Martín. Otra cosa re linda es que en todos los lugares por los que pasamos nos siguen recibiendo con los brazos abiertos.  

–¿Qué descubren cuando repasan estos 25 años?

P. H.: –Pensando en todo el camino recorrido, en toda el agua que corrió, lo primero que siento es que fue ayer. Tengo todavía la arena en la zapatilla de estar armando el retablo. Y que el impulso siempre fue el de seguir haciendo cosas. Nunca nos propusimos nada y nos propusimos todo. 

E. S.: –También el leiv motiv de Los Cazurros sigue siendo el mismo: llamamos al primer espectáculo Al rescate de la imaginación, y todavía estamos en eso. Es muy lindo comprobar también que la reacción de les chiques sigue siendo la misma, aunque en estos 25 años hayan aparecido los celulares y un par de cosas más. Desde nuestra primera función, de la que se cumplieron hace unos días los exactos 25 años, en una escuela de la calle Girardot en Villa Ortúzar, los pibes responden igual. Y eso es genial. 

–¿No tuvieron que adaptar la propuesta a lo largo del tiempo?

P. H.: –Tal vez algunos chistes o guiños para los adultos, pero no demasiado. La verdad es que, repensando nuestra propuesta, la sentimos súper valida y actual. No nos sonamos rancios, nos sigue pareciendo novedoso.

E. S.:– Es que el puente sigue siendo el mismo: el acordarnos de cuando éramos niños. Vos podés venir a ver un espectáculo con tus hijes, pero no solo va a ser para ellos, también para vos. Si conectás con ese puente, estás adentro. Y si no conectás porque tu vida no te deja, nosotros rompemos esa puerta de una patada y te invitamos a entrar, a compartir eso. Por eso podemos trabajar en un teatro comercial, en una localidad del interior, en un barrio carenciado, en una escuela, y la respuesta es la misma porque la esencia del niño no cambia. Cazurros es como un gran puente que nos conecta con los niños, también con los que llevamos dentro. 

P. H.: –Es muy loco esto de cumplir tantos años. Entre otras cosas, porque te hace ordenar los papeles (risas).

–¿Y qué encuentran? 

P. H.: –Aparecen fotos del Festival María Elena en el ECuNHi, multitudinarias, o un anfiteatro de Mataderos con 4500 personas y gente afuera, o cuando le llevamos la torta a la Abuelas de Plaza de Mayo en un aniversario. O cuando fuimos el primer espectáculo para chicos en la Ballena del CCK. Son cosas lindas y fuertes. Y más allá de todo eso que pasó, sé que hoy pongo eso mismo en escena y sigue siendo actual. 

–¿Qué otro momento emocionante recuerdan?

E. S.: –En general, los momentos de empatía con los chicos y chicas. Me emociona especialmente cuando vemos, y los padres nos cuentan, que chicos que tienen autismo por ejemplo, que no se pueden conectar con nada, conectan con nosotros.

P. H.: –Nos pasó ahora mismo. Estamos dando talleres para el programa Arte en Barrios, en el barrio Centro Comunitario 17 de Marzo, en La Matanza. El otro día vino una madre a decirnos que veía a su pibe distinto, cambiado. Ahí nos enteramos que ese nene nunca se reía, lo estaban tratando con el psicólogo, era un nene triste. Pero en el taller es otro nene, por completo. Es una conexión que se da, muy fuerte. 

E. S.: –Es algo que sucede y no se elige, y creo que parte de nuestro deseo de conectar. Con Pablo hablamos sobre ese chiquito que afuera no se reía pero pasaba el taller con la sonrisa clavada. Solo por eso, todo lo hecho cobra sentido. 

–¿Qué cambió con la producción de Cuatro Cabezas?

E. S.: –Mario (Pergolini) nos vio tres veranos en Cariló, y al tercero nos ofreció hacer teatro y tele, un proyecto que no llegó a salir pero que luego se rearmó en Pakapaka. Nuestro orgullo fue que nos permitió hacer lo mismo, con el mismo equipo de gente, solo que con más producción. Me acuerdo que Juanito Jaureguiberry, nuestro director de arte, nos dijo: ¿alguna vez se imaginaron tener cuarenta personas martillando para ustedes? Y era verdad, pasábamos de proyectar con una sábana, a tener una super pantalla. Pero el espectáculo seguía siendo el mismo. Ahí aprendimos un montón de producción. 

–Otra cosa que los distingue es que dejan su opinión, un poco en serio y un poco en broma, sobre el contexto actual. No es frecuente en lo infantil…

P. H.: –No, a excepción de Midón, y no muchos más, no hay un punto de vista ideológico en el mundo infantil, no hay opiniones. Nadie dice aborto sí aborto no, a nadie le preguntan tampoco. Entiendo que es delicado porque te dedicás a la infancia, pero una postura tenés que tener… 

E. S.: –Sin dejar de pensar en contar una historia para chicos, nosotros decimos cosas. En 2006, en Diversión, el Maléfico Todopoderoso era el dueño de un multimedios. Era antes de la guerra Clarín gobierno, y todo eso. Pero en ese momento pensamos dónde estaban los villanos en el mundo real. El Maléfico era el dueño de todo, y quería comprar también el juego; como no lo podía comprar, quería robarse el cajón de los juguetes. En El túnel del juego, como el Maléfico no logra su cometido, se junta en un cúmulo de malvados. Son los Fabulosos Malvados Internacionales: el FMI. Era el 2008, cuando el FMI ya estaba fuera del país, pero once años después, acá estamos. Y después llegaron los marcianos de Invasión que querían imponer su voluntad: “Vas a hablar de lo que yo diga, vas a bailar como yo diga, vas a jugar a lo que yo quiero que juegues”. Y la revolución venía del juego. Seguimos sosteniendo lo mismo: apostamos al juego, somos una máquina generadora de juego. Esa es nuestra revolución.