En el agitado Nueva York de los años 30 y 40, si había un asesinato, un robo, un incendio, un accidente, era muy probable que el fotorreportero Usher “Weegee” Fellig (1899-1968) llegase raudamente allí, antes incluso que la policía. En el baúl de su coche, que oficiaba de base de operaciones, había montado un laboratorio para revelar las imágenes, que pronto enviaba a rotativos como el Post, el Sun, el Herald Tribune, el Daily News. “Ser siempre el primero le permitió tener fotos sensacionales. No solo capturaba cuerpos ensangrentados: le distinguió su capacidad para preservar la acción en torno a los cadáveres. Convirtió así la muerte en entretenimiento”, señalan especialistas en tema sobre “el más rápido”, “el mejor”. Del que ha habido noticias los pasados días, al descubrirse más de 70 fotografías inéditas de su autoría. Fotos del célebre varón que, por caso, retratan a una joven pareja de chicos ricos, adolescentes, apresados por asesinar a la madre de ella con un hacha; dos sobrevivientes de un brutal accidente automovilístico; una mujer que prendió fuego a su hija de 7 y apuñaló a su hijo de 4; el incendio nocturno de un apartamento que resultó en 3 muertos, 15 heridos; y así. Las imágenes pertenecen al artista David Young: las compró casi medio siglo atrás en una tienda de segunda mano de Filadelfia, desconociendo quién era el autor. De allí que acabasen abandonadas en una caja, en un armario de su casa en Seattle... Empero, recientemente, al empezar a sospechar que podrían ser de Weegee, se puso en contacto con Christopher Bonanos, biógrafo del reportero gráfico, y corroboró lo que presumía. Un eureka que ha emocionado a muchos; entre ellos, a Christopher George, a cargo del legado del fotógrafo en el International Center of Photography (ICP), que al respecto ha dicho: “Es como encontrar 73 poemas desconocidos de Walt Whitman”. Claro que lo extraordinario no le quita lo morboso a esta (crudísima) maravilla inesperada, de este artista del bajo fondo neoyorkino. 


Fenómeno involuntario

Al bienintencionado David Lee Kwen, dueño de un almacén en Vancouver, Canadá, el tiro ecológico le salió por la culata. Quiso este varón respetuoso del medioambiente alentar a sus clientes a llevar sus propias bolsas reutilizables para guardar cada compra, y con esa meta entre cejas, decidió apelar a la humorada. En las bolsas plásticas descartables que vende a cinco centavos en su tienda, el East West Market, Kwen imprimió mensajes vergonzantes, esperando que le diera repelús a la clientela pasearse con semejantes eslóganes por la calle. Mensajes como “Mayorista de ungüento para verrugas”, “El emporio de los videos porno extraños”, “Cooperativa del cuidado del colon”... Y ya debajo, en letra más pequeña: “Evitá la vergüenza. Traé una bolsa reutilizable”. Empero, lejos de sentirse abochornadas, más y más personas quisieron tenerlas, encantadas del enfoque cómico de Kwen, cuyas bolsitas humillantes acabaron volviéndose un hit de ventas, valga la ironía. “Ahora que todos saben que son en broma, no solo quiero una para mí: estoy tentado a comprar adicionales para regalar a mis amigos” o “A menos que la intención haya sido vender más plástico, no ha sido una buena idea”, algunos mensajes de tuiteros locales que comenzaron a multiplicarse online. “Al menos, hemos motorizado una conversación importante, necesaria, sobre residuos contaminantes. Queríamos abordar el problema y no solo lo logramos: se ha vuelto un tema popular”, se consuela Kwen, evidentemente alineado con los planes anunciados por el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, días atrás: prohibir los plásticos de un solo uso para el 2021; entre ellos, bolsas de almacén, cubiertos descartables, sorbetes...


La ciencia y el arte de Unknown Pleasures

Vinilos rojos con funda blanca en edición limitada; novísimos videoclips de realizadores que fueron invitados por la banda (lo que queda de ella) a reimaginar sus 10 tracks fundacionales; remeras obsequiadas en rincones de Manchester; letras y arte de tapa proyectados sobre las principales fachadas de esta urbe industrial: apenas algunas de las recientes celebraciones que ha traído significativa fecha. Sí, sí, el 40 aniversario de Unknown Pleasures, disco debut de Joy Division que sigue sonando tan intenso y arrebatador como antaño, deviniendo álbum de culto desde su lanzamiento el 15 de junio de 1979 por Factory Records. Tan icónico el sonido como la portada, de impacto igualmente canónico según ciertas voces cultivadas, que se preguntan si acaso no ha superado a la música en términos de ubicuidad. Finalmente, la vemos en cortinas de baño, en tote bags, en ropita de bebé, en tatuajes de aficionados a Ian Curtis (y no tanto), distorsionada en demasiados memes (algunos incluyen gatos, caras de presidentes, de Mickey Mouse), la visten personajes de series y películas en sus camisetas... ¿Ya nadie va a escuchar tu remera? Difícilmente en el caso de esta joyita requete-vigente, diseñada entonces por un joven Peter Saville, de 22 años. Que sobre la mítica imagen monocromática de ondas, líneas y picos, sigue teniendo que aclarar: “No, no es un latido cardíaco”. Ya lo ha hecho innumerables veces en conferencias, en documentales (por caso, el corto Data Visualization Reinterpreted), pero la portada permanece elusiva para muchos. A ellos les explica: es el gráfico del primer púlsar –las ondas que emite una estrella al colapsar– descubierto por la ciencia, que Bernard Sumner –guitarrista del grupo– encontró en la Cambridge Encyclopedia of Astronomy y acercó a Saville para laburar. “La banda pidió que el fondo fuera blanco, pero yo estaba convencido de que quedaría más sensual en negro. Es una energía de radio desde el espacio. Y el espacio es negro”, recuerda hoy el diseñador mancuniano, que evidentemente ganó la pulseada. Recuerda además que la portada original no llevaba el nombre del disco ni de la banda: “No era necesario. Era condescendiente con la audiencia. Estábamos en contra del estrellato pretencioso. Los miembros del grupo, después de todo, no querían ser estrellas pop”. Era consciente, además, de que “una sola imagen puede evocar un tren de pensamiento completo”. Entonces, ¿qué opina hoy sobre la imparable proliferación de aquella imagen que lo convirtió en diseñador estelar? Pues, que “en cierta medida, en los últimos 20 años, su uso se ha vuelto gratuito, tedioso, un poco falso, hipócrita”. Da posibles razones para el postureo: “Es fácil de combinar con otras pilchas, y siempre luce cool”. Notese que el hombre no es un novato en la moda: colaboró con Yamamoto, Comme des Garçons, Benetton, Burberry, Alexander McQueen, Stella McCartney. Y en 2003, con el diseñador belga Raf Simons para la colección Closer, donde se sucedían parkas, suéters y chaquetas de cuero con las famosas ondas del púlsar. De allí que no le preocupe especialmente que llevar la popular remerita de Unknown Pleasures sea, en muchos casos, meramente estético. Lo reconfortará saber que su diseño sigue vivo: trasciende Internet, las tendencias, el reconocimiento específico de una subcultura. Y, claro, no está nada mal...