Los resultados del décimo monitor del clima social del Centro de Estudios Metropolitanos son claros. No hay ningún veranito, por lo menos no lo hay para la mayoría de los habitantes del área metropolitana de Buenos Aires. Se mantiene inalterable un altísimo malestar social, en el que predominan las preocupaciones por el presente y las incertidumbres futuras. Un clima muy alejado del que había en la última elección, la de octubre de 2017.

Donde hay un aún peor clima social es entre los jóvenes, principales perjudicados por el desempleo y la inflación. Ocho de cada diez jóvenes consideran que la situación del país es mala o muy mala, no le alcanza sus ingresos y tienen miedo de perder su trabajo. Cerca de un 60 por ciento  afirma haber disminuido su plato de comida por la crisis económica. A esos jóvenes, a esas argentinas y argentinos, la “euforia de los mercados”, la alegría del mundo de la especulación y la financiarización, le queda muy lejos.

El monitor describe una situación social muy distante de la que vivíamos hace casi dos años, en las últimas elecciones legislativas. Esto se condice con los indicadores que se publicaron estos días. La leche aumentó casi 100 por ciento en un año, las carnes un 68 por ciento, el pan arriba del 60 por ciento. La inflación hoy se acerca al 60 por ciento anual. En octubre de 2017 era de alrededor del 25 por ciento. Hoy se “festeja” que la inflación mensual es de 3,1 por ciento, en aquel mes fue de 1,5 por ciento. Bolsillos mucho más flacos.

Esto se acompaña de una caída sostenida del poder de compra de los salarios. En consumo de carne hay que ir hasta el año 1958 para encontrar un consumo per cápita tan bajo; en litros de leche hay que ir hasta 1992. Un país donde se compra menos alimentos, donde en las góndolas de los supermercados se ofrece alimentos falsos (falsa leche, falso queso, falsa miel, etc.) o outlet (carne a punto de vencer), es un país donde no se puede hablar de un “veranito económico”. Salvo que se sea parte de la minoría ganadora de este modelo económico. 

Al miedo a no llegar a fin de mes se suma el miedo al desempleo. En la última medición del Indec en el Conurbano la desocupación era de 11,6 por ciento. En el sur de la Ciudad de Buenos Aires asciende al 17 por ciento. En el último año se perdieron 266.000 puestos de trabajo registrado. Hoy la mitad de los entrevistados en el monitor piensa que puede perder el trabajo en el corto plazo. Ese temor paraliza, impide proyectar, impide capacitarse. La crisis que experimentamos los argentinos convierte al futuro básicamente en una amenaza. En ese clima nos acercamos a votar.

La campaña electoral del gobierno parece encaminarse a tener dos pilares: un falso veranito económico y la polarización política. La situación social no acompaña ese plan. La mayoría de los argentinos tiene un fuerte malestar social, lleno de incertidumbres y miedos. El desafío de la oposición es ofrecer esperanza ante ese malestar, frente a un oficialismo que sólo ofrece más de esta medicina, una medicina que enferma. 

* Director del Centro de Estudios Metropolitanos.