Espigado, vitriólico, ¿asustadizo? El Drácula de Alberto Breccia mantiene varios de los rasgos y elementos que desde siempre identificaron al famoso personaje creado por Bram Stroker pero también otros que lo distancian, son novedad, y permiten ahondar de manera particular en los intereses, puntos de vista y preocupaciones específicas del genial dibujante de Mort Cinder, Sherlock Time y Perramus, uno de los nombres más grandes de la historieta mundial. “El Drácula de Alberto se enmarca en la tercera etapa de su obra: la de la revolución del color, el humor y el horror”, explica Juan Sasturain, guionista de Perramus y conocedor profundo de su obra. “Un trabajo pictórico y cargado de simbología”, agrega Laura Caraballo, curadora de la muestra alrededor de sus historietas que hasta hace pocos días pudo visitarse en la Casa Nacional del Bicentenario por los 100 años de su nacimiento, y prologuista de ¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah...!, el libro editado por Hotel de las Ideas que compila cinco episodios alrededor del vampiro más icónico que el Viejo publicó en Europa a mediados de los ochenta pero que hasta ahora habían permanecido inéditos en la Argentina.

“Historietas (que) despliegan la ironía brecciana en su grado más cáustico y ponen en evidencia una serie de operaciones de parodia y de sátira, evocando la cruel realidad de la Argentina bajo el terrorismo de Estado”, escribe Caraballo en referencia al penúltimo relato del libro, planteado efectivamente en el contexto de una Buenos Aires dictatorial y con unos generales muy parecidos a los que por la misma época estaba dibujando para Perramus, la excelente saga que creó con Sasturain, sólo que en color. Y con un Drácula que termina asustado por el horror que ve a su alrededor (cuerpos picaneados, ejecutados o reprimidos según el caso) y debiendo recurrir al Jesucristo de una humilde parroquia para hallar un poco de sosiego y fe. Ironía en estado extremo que Breccia también aplica en los otros episodios (sólo que ubicadas en otras ciudades o regiones) y que habilita a preguntarse por su interés y motivaciones. ¿Qué lo llevó a escoger un personaje tan “gastado” por infinidad de versiones en cine, radio, televisión y por su puesto historieta como Drácula? ¿Cómo se ubica esta obra respecto a las otras del mismo periodo y qué peso o valor tiene en su conjunto? ¿Cómo impactó en la historieta el hecho de que, a diferencia de todos sus trabajos más famosos, se haya hecho cargo en exclusiva del guión?

Patricia Breccia, hija de Alberto y también dibujante, se recuerda visitándolo en su casa de Haedo y conociendo de primera mano ese nuevo proyecto en el que estaba trabajando. “Iba todos los fines de semana y veía los avances. Me acuerdo todo: el proceso de creación, su entusiasmo, las ganas de ver qué pasaría cuando saliera”, relata. “Desde el primer momento su objetivo fue hacer a Drácula pero como sátira. Una adaptación fuera de lo convencional. ‘Me quiero cagar de risa yo’, me decía. ‘Me quiero divertir’. Tenía una obsesión con la injusticia, siempre la tuvo, y quería que ahí también estuviera presente”, cuenta respecto a esa preocupación latente en muchas de sus obras y que en este caso se verifica cuando –pese a no dejar de estar subrayado en sus rasgos y acciones más temibles– Drácula se quiebra y muestra su costado más humano o vulnerable.

“El Viejo agarra los tres estereotipos más fuertes del personaje que son la mordida, la sangre y su condición vampírica y los da vuelta”, analiza Sasturain. “Con la mordida resulta que por sus colmillos necesita ir al dentista y el asunto no concluye de la mejor manera. Con la mujer que vampiriza, termina enamorado y ayudándola insólitamente con una transfusión. Y con la sangre, elemento de terror por antonomasia, es él quien termina aterrorizado ante los crímenes de la dictadura y hasta recurriendo a Dios”. En todos los episodios la narración es una secuencia muda que parte casi siempre del famoso castillo del conde, su lugar seguro en el mundo, para descender a la frustración, al peligro, al horror. O sea, la ciudad de los hombres. “Ahí, en ese ir hacia al carnaval de Venecia, los bares de Baltimore o las calles de Buenos Aires, se puede ver cómo rompe la estructura de la página: cómo arma los cuadros verticales, horizontales, cambiando continuamente la ubicación y los tamaños para darle vértigo a la narración. Al no estar condicionado por la necesidad de meter los globos, se ve que trabaja más liberado”, describe Sasturain. “Cambia continuamente el encuadre de la cámara y eso le da un dinamismo especial”.

Editado como libro a principios de los 90 en Francia (donde de inmediato fue saludado por la crítica, consigna Caraballo), ¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah...! tuvo su primera publicación serializada entre el ‘83 y el ‘84 en la revista española Comix Internacional, donde el autor compartió páginas con otros argentinos notables (Juan Giménez, Francisco Solano López y Horacio Altuna, entre otros) y pudo mostrar hasta dónde había llegado su ¡tercer! salto estilístico. En un medio donde lo habitual era que un autor consagrado profundizara el tono o estilo encontrado, Breccia agotaba en pocos años determinado rumbo o aproximación para pasar rápido al siguiente. “Él siempre decía: ‘no me voy a quedar con una receta cómoda’”, revela Patricia. “Estaba en su esencia romper. Por eso siempre estaba adelantado a su época. Y por eso Mort Cinder cuando salió, no se vendía, muchos no lo entendían. Recién cuando fue un boom en Europa tuvo su rebote acá”.

Según Sasturain, las tres revoluciones que Breccia opera sobre su obra sucedieron en apenas veinte años. “El primer volantazo lo pega en los 50 cuando, ya consolidado con Vito Nervio como uno de los mejores dibujantes de historietas de aventuras del país, se encuentra con Oesterheld y transforma su técnica, la narración, todo lo que lo caracterizaba hasta ese momento, para hacer primero Sherlock Time y después Mort Cinder. Ahí estalla todo”, historiza. “El segundo, a fines de los sesenta, cuando hace la reversión de El Eternauta (ya con su hijo Enrique Breccia al lado), las primeras adaptaciones de Lovecraft y se encuentra con Trillo para hacer Un tal Daneri. Ahí vuelve a cambiar su lenguaje. Y el tercero, ya en los setenta, cuando ‘descubre’ el color y empieza a aplicarlo de manera drástica a sus unitarios. Otra gran cambio a todo nivel”.

Su Drácula, entonces, es consecuencia directa de esta tercera “revolución”. Una época en que confluye también su gusto por contemporáneos de la pintura universal como el expresionista Lyonel Feininger y el uso no-naturalista de la paleta de colores que le permite mantener una cierta tensión en cada ámbito donde lleva el personaje: desde los tradicionales Transilvania y Venecia a los más actuales Baltimore y Buenos Aires. “Aun cuando (Breccia) trabajaba con tinta china, no se concentraba en la línea, sino en los volúmenes y en los blancos, esenciales en sus imágenes”, analiza Caraballo en el prólogo. “Acá, entonces, las masas de color yuxtapuestas dejan emerger la línea como una suerte de daño colateral, no como un fin en sí mismo. No hay trazo, hay mancha. Y en ese carácter expresivo del color y de las formas es que puede portar la carga grotesca que atraviesa de principio a fin su obra”, completa. Y refuerza Patricia: “Mi viejo tranquilamente podría haber hecho Drácula en blanco y negro. Es lo que más identifica al personaje. Pero al hacerlo en color lo acerca a la realidad argentina. Una realidad que le pega de frente y lo asusta”.

Creada sobre el final de la última Dictadura, no tuvo –como ya se dijo– una salida fácil. “Cuando finalmente, diez años después de haberla dibujado y poco antes de que falleciera, publicaron la historieta como libro en Europa, se puso muy contento y me regaló un volumen dedicado”, recuerda Patricia. “Mi papá era un tipo muy sencillo, muy simple en el día a día. Se alegraba como un chico cuando salía un libro suyo. Lo vivíamos como una fiesta”, agrega en lo que se desprende como un acto de justicia que su Drácula pueda tener al fin su edición local. Pero también un hecho de relevancia artística: “Lamentablemente no hay un lugar en el mundo donde puedas tener una mirada global de la obra de Breccia”, llama la atención Caraballo. “En Francia Drácula es muy conocida, siempre se la nombra como entre las más importantes, así que para Argentina sin duda significa poder sumar un libro importante que faltaba su bibliografía”. 

Un dato que se agrega al hecho también destacable de que no sólo el dibujo sino también el guión sean de su autoría. “El Viejo no decía ‘guión’, decía ‘argumento’. ‘Traeme el argumento, Juan’, me pedía cuando por la misma época estábamos haciendo Perramus, quizás un poco antes”, recuerda Sasturain con una sonrisa. “En este caso al tomar las riendas de la historia, me parece que pudo reconectar con sus orígenes humorísticos de los años cuarenta, cuando hacía cosas como Mariquita Terremoto en La Razón. O cuando dibujaba las planchas de humor en la revista Fígaro o las primeras Tía Vicenta”, especula. “Son antecedentes lejanos, pero que acá de algún modo resuenan”, observa a tono con el carácter paródico que efectivamente tienen los episodios. Y que, en palabras de Caraballo, guardan una referencia autobiográfica no tan a la vista: “Si se mira bien, se ve que la cara de Drácula tiene bastante de la cara de Breccia”, sostiene. “Una cara muy expresiva, medio vampira. Por eso para mí hay algo de autorretrato con el que resolvió el personaje. De ponerse ahí”, puntualiza. “Una obra que al día de hoy me sigue conmoviendo”, agrega Patricia que también por aquellos años ochenta publicó en Fierro sus primeras historietas; entre ellas la recordada y especial Sin novedad en el frente, luego recopilada por Colihue. “Siempre que vuelvo sus libros descubro cosas nuevas”, afirma Patricia que sabe que cuenta ahí, en esas historietas de llegada universal, una vía íntima de comunicación con los recuerdos de lo que fue y sigue siendo su viejo. El Viejo. “Encuentro colores y formas que no había visto. Movimientos que parecen salir de la página. Un descubrimiento continuo. Como si todavía estuviera vivo”. De alguna forma, así es.