El trabajo de un chiste lo completa siempre el lector. Pocos entendían eso con la profundidad de Guillermo Mordillo. El célebre humorista gráfico falleció el sábado por la noche en la localidad mallorquí de Palmanova, España, donde residía. Mordillo era probablemente el humorista argentino más universal gracias a sus viñetas mudas y su capacidad para abordar con un tono generalmente inocentón temas transversales a todas las culturas, como el amor, la soledad, los animales o el deporte (fútbol y, curiosamente, golf eran los más elegidos).

Vivió la mayor parte de su vida y desarrolló lo más importante de su carrera en Europa, pero viajaba con frecuencia a la Argentina. Cuando volvía al país se quedaba en casa de su madre, donde guardaba una colección de originales de sus colegas que quitaban el aliento, y cenaba con otros dibujantes. De esas reuniones, por ejemplo, surgió el germen de lo que luego sería el Museo del Humor porteño, del que integró el Consejo Asesor. Al respecto y sobre el material que tenía en su casa, una vez declaró que “tengo originales de José Luis Salinas, no es justo que esos trabajos estén en un armario de Villa Ballester, son de interés público para todos los argentinos”. Por su talento, pero también por esa postura ante la disciplina, tenía el respeto de sus compañeros de oficio y en octubre iba a recibir el Premio a la Trayectoria que otorga cada año el Movimiento Banda Dibujada como parte de sus Premios BD a la producción local de historietas.

No era el único galardón para sus estanterías. Durante la década del 70 recibió distinciones en abundancia. Fue el momento más explosivo de su carrera, cuando los cortos animados basados en su obra se difundieron por todo el mundo (en la Argentina los emitió ATC). Por entonces se alzó, entre otros, con el Yellow Kid italiano (un mercado muy receptivo a sus talentos), fue medalla de Oro de la Asociación de Dibujantes Argentinos y hasta ganó el Premio Nakanoki en Japón.

Su derrotero artístico fue, en sus propias palabras, “una suma de casualidades”. Cuando contaba cómo había empezado a publicar chistes mudos, primero señalaba todas las cosas que no habían sucedido: no se había casado en Argentina ni en Perú. Había renunciado a la codiciada tarjeta verde estadounidense. Se había aburrido de la animación, cuyos resultados no lo convencían. En Francia (después de irse de la España franquista que lo incomodaba), vivió durante años de dibujar tarjetas de felicitaciones “para cumpleaños, casamientos y esas cosas” hasta que, en París, renunció cuando no le quisieron aumentar su sueldo. Y ahí se abrieron las puertas de la célebre revista Paris Match. Pero como no se tenía confianza con el idioma, que aún estaba aprendiendo, envió sus primeros trabajos sin palabras, mudos. Fue tal el éxito que descubrió que era mejor dejarlos así. Eso los volvía universales y le abría la posibilidad de nuevos trabajos, nuevas publicaciones y otros públicos.

Su obra se publicó en todo el mundo, incluso en China, y solía recordar que a veces sus viñetas tenían lecturas inesperadas. Una muy famosa, de un hombre que iba preso por colorear su casa en un barrio repleto de chalecitos grises, solía interpretarse como una crítica al comunismo. Él aseguraba que se había inspirado en un paseo por una campiña europea (suiza u holandesa), en esos pueblitos como de postal, todos idénticos a sí mismos. Y que la idea era apenas un chiste gráfico.

El pasaje final de la extensa entrevista que concedió a Página/12 en diciembre de 2009 es representativo de su mirada ante el humor:

–¿Jamás pensó en incorporar el texto?

–No, porque me di cuenta de que había encontrado una forma de expresión muy buena. Yo publico en todos los países del mundo. Hasta en China tengo siete libros publicados. ¿Por qué? Porque no hay nada que traducir. Creo que hasta los esquimales podrían entender lo que hago. Y no lo hice a propósito. No hubo premeditación, sino un concurso de circunstancias. Yo no llegué a casarme en Argentina, no llegué a casarme en Perú y tampoco en Nueva York. En París sí.

-¿Hacer humor gráfico mudo lo vuelve universal?

-Sí, claro. Pero fue casual. Me salió bien y llevo en esto más de cuarenta años. Sucede que los dibujos míos también son atemporales. Por eso un tema que aparece mucho es la soledad, que es ancestral, actual y futura.

-¿Por qué le interesa tanto el tema?

-¿La soledad humana? ¿Es que acaso no estamos en soledad permanente? No todos lo sienten, pero estamos solos. Empezando por el planeta, que es un puntito en una galaxia y no sabemos si hay más. En la inmensidad del planeta, de la especie humana, no sabemos si estamos solos o no. Pasa que con el tipo de dibujo que yo hago, tengo mucho tiempo para pensar. Además, duermo poco, no más de cuatro o cinco horas al día. Y como mi trabajo es pensar... llego a conclusiones. También me hago preguntas sobre la muerte, la religión. Todo lo que tiene que ver con el hecho humano.