En 2019 el Delorean para viajar en el tiempo se llama Stranger Things 3 (desde este jueves sus ocho episodios están disponibles en Netflix). La referencia al film de Robert Zemeckis no es un guiño cómplice con la audiencia pues los hermanos Duffer vienen aplicando el mismo modus operandi desde la temporada inicial de la ficción: un tiempo y espacio añorados, consumismo encriptado junto con una historia y un elenco notablemente aceitados. Y en su flamante tercer arco, los creadores se hacen cargo del fenómeno generado tras una segunda temporada en automático y la que en 2016 inició el culto masivo. Es decir, ST3 ofrece entretenimiento sin culpa con grandes cuotas de oscuridad y metamensajes.

La historia comienza justo a mitad de los ochenta. Es el verano boreal de 1985. Exacto, el mismo momento en que Marty McFly necesitó de 1.21 gigawatts y pisar el acelerador a 88 millas para trasladarse al pasado. En Hawkins abren un mall y las piletas están atestadas de calor y mallas enterizas. En ese contexto, Eleven (Millie Bobby Brown) y el resto de la troupe vive su ebullición hormonal. Excepto Will (Noah Schnapp) quien todavía añora jugar a Dungeons & Dragons y lo empiezan a hacer a un costado. Particularmente Mike (Finn Wolfhard) que dejó el juego de rol en el placard para besuquearse con la nena de poderes telequinéticos. Lo cual no le hace demasiada gracia al sheriff Hopper (David Harbour), que ya es formalmente su papá y está bastante obsesionado con que la nena rompa con el noviecito.

“Son pibes de 13 años, entonces ¿qué significa el romance en ese período de tu vida? Nunca va a ser tan simple ni lógico, así que va a haber diversión e inestabilidad”, dijo Shawn Levy. El productor y uno de los directores del envío (cargo repartido con el alemán Uta Briesewitz y los hermanos Duffer) es de los mayores responsables en darle a la audiencia lo que quiere. Claramente hay un camino recorrido para estas criaturas y la nueva trama no los aparta de sus carriles. ¿Ejemplos? Nancy (Natalie Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) mantienen su juego de seducción ahora como pasantes en un diario local. No faltan los pasos de bromance entre Steve (Joe Keery) y Dustin (Gaten Matarazzo) ni las canchereadas de la hermanita de Lucas o el flirteo entre la mamá de Mike con Billy (Dacre Montgomery). Este último personaje, uno de los mayores fórceps de la temporada anterior, ahora tendrá su justificación argumental como villano real y ya no como un mero émulo de Rob Lowe en plan bravucón. La locura de Joyce (Winona Ryder), en esta ocasión, brota por la pérdida del magnetismo en su entorno. También hay personajes nuevos como Robin (Maya Hawke), quien trabaja en la heladería del centro comercial junto a Steve, y el nuevo alcalde del lugar, Larry Kline (Cary Elwes), un político encantador de serpientes que se la jugó fuerte por el shopping mientras los negocios del pueblo de Indiana van quebrando.

Claro que Stranger Things no sería nada sin la inyección de ciencia ficción y horror que proveen el “Upside Down”. “Hay una especie de diversión y relax en el ambiente mucho más claro antes de que las cosas, inevitablemente, se vuelvan súper tenebrosas”, confesó Levy. Es que Eleven no cerró el portal definitivamente con el otro lado y Will todavía siente la presencia del mal que va a pasar a esta parte del mundo. “Acabaremos contigo, con tus amigos y con todos”, anuncia una lúgubre voz contagiada por el lado oscuro. Paradigmáticamente el centro comercial de Starcourt será el lugar clave de este nuevo argumento. Los chicos están más grandes y se puede jugar con un terror más hostil que en las temporadas previas. Aunque haya pérdidas y momentos tristes que darán para el debate y memes, se da por descontado que el capítulo octavo (“The Battle of Starcourt”) no será el último para la pandilla que anda en bicicleta, se comunica por walkie talkie y combate a fuerzas misteriosas.

Además de la galería de personajes y la mezcla de géneros, la tercera pata de Stranger Things es su imaginería retro, el zeitgeist ochentoso. Ahora bien, con la excusa de que el epicentro narrativo es un shopping, ST3 funciona para una desvergonzada promoción de productos. Por estas horas el newsjacking ligado a la serie sirve para publicitar hamburguesas, zapatillas de la marca de la pipa y hasta hace uso del gaffe de la “New Coke”. Cuánto sirve o molesta el artilugio a los fines narrativos excede a estas líneas. Lo cierto es que la serie nunca ocultó su intención de operar como un parque de diversiones que, entre sus juegos, incluye toneladas de referencias, explícitas o sutiles, a la Industria Cultural del pasado. En esta temporada el pastiche de íconos del entretenimiento entrega menciones a John Carpenter y George Romero; fichines en 8 bit, además de pelis como Fast Times at Ridgemont High, Alien, Karate Kid, Experto en Diversión y, claro está, Volver al Futuro. Así que si por estos días empiezan a verse jeans nevados en las calles, peinados con brushing y un flúo chorreante al estilo poster Pagsa, ya se sabe a quién culpar.