La reacción de numerosas instituciones de la sociedad civil y de miles de personas a raíz del frio casi polar con que se presentó el invierno, permitió poner en evidencia cambios profundos que se han producido en la sociedad. Comparando estos días con la penosa crisis del 2001, encontramos que la miseria está más consolidada, que las personas y las familias que duermen en las calles son muchas más, las escuelas están más destruidas y el futuro del país ha sido comprometido con una deuda atroz. También que quienes se benefician del dolor del pueblo son siempre los mismos, pero las reacciones populares distintas. En el momento de la caída de la Alianza la gente salía con las cacerolas a gritar “Qué se vayan todos” en un alegato anti-político que levantó figuras que hoy forman parte muy activa del gobierno de Mauricio Macri. La consigna mostraba una sociedad despechada por una fuerza política que había traicionado sus promesas y también un repudio al Estado en sus diversas formas. Esa era una postura preocupante que, afortunadamente, no encontró forma de canalizarse: la sociedad había aprendido a poner un límite a la ruptura del orden constitucional por vías de facto. El peronismo puso en movimiento sus misteriosos instintos de sobrevivencia y reorganización, emergió el mejor que, sin duda, era Néstor Kirchner y el país pasó a otra etapa: derechos sociales, empleo, industrialización, ciencia y tecnología, universidades nuevas, planes para la secundaria, escuelas infantiles, estatización de las jubilaciones y de las empresas privatizadas, recuperación de la soberanía nacional y construcción regional. El neoliberalismo más helado regresó por medio del voto de la mayoría de la población y con él la miseria, la entrega, la humillación. Hay expresiones de lucha de sectores como los docentes, los trabajadores de las empresas que quiebran, las CTA, con esfuerzo la CGT. Pero para asombro de cierta mirada académica no se produce un levantamiento social de otras características. El clima ha venido siendo expectante. Cuando Cristina anunció la nueva fórmula encabezada por Alberto Fernández el escenario comenzó rápidamente a ordenarse. Y ayer, en la noche más fría en lo que va del año, la población salió a la calle, pero sin cacerolas anti-políticas. Llevaba las frazadas y los platos de sopa que el gobierno de Cambiemos ha quitado a tantos compatriotas a los que anoche seguía tratando con indiferencia. Los funcionarios de Macri, de Rodríguez Larreta y de Vidal seguían más interesados en el cambio de directora del FMI. Estando a semanas de las elecciones primarias y a tres meses de las nacionales, debe apuntarse que en este nuevo momento socialmente dramático hay una reacción colectiva solidaria que denota un enorme aprendizaje. Los procesos educativos de las sociedades no son indoloros ni puros, sino campos de lucha entre concepciones y finalidades distintos. La intensa actividad mediática de las corporaciones y del gobierno de Macri, que las representa, destinada a denigrar la política económico social del kirchnerismo (y de los países latinoamericanos a los que aplican de manera despectiva el término “populistas”), es evidente que se enfrenta a una población cuya mayoría ha razonado y recuperado la esperanza. Los hechos pedagógicos que calan en la sociedad no son patrimonio de las plataformas mediáticas, sino que se producen también en la relación entre los dirigentes y el pueblo, de modo que la campaña electoral que acaba de comenzar es una gran oportunidad para fortalecer pedagógicamente en cada acto, en cada reunión, en cada discusión, un acuerdo colectivo sobre el país justo, libre, soberano y democrático, que sostendremos.