En medio de definiciones políticas de cara a las PASO, el politólogo norteamericano Ryan Carlin dialogó con PáginaI12 sobre las motivaciones del voto y los factores en juego. Coeditor de The Latin American Voter (2015) y de The Ideational Approach to Populism: Concept, Theory, and Analysis (2019), el especialista señala cómo influyen la pertenencia de clase, la religión, las identidades étnicas y el género, a la hora de emitir el voto en Latinoamérica, Europa, y Estados Unidos. Estudioso de la historia política de la región, examina la fórmula presidencial Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner, la elección de Miguel Angel Pichetto como candidato a vice del oficialismo y las estrategias detrás de las mismas.

–En The Latin American Voter analiza distintos aspectos del comportamiento electoral latinoamericano. A partir de su estudio, ¿qué influye en la decisión del voto? 

–En principio hay que decir que el comportamiento del voto en América Latina no es muy diferente del comportamiento del voto en Estados Unidos (EUA), o en Europa incluso. Los mismos factores tienden a influir más o menos de la misma manera: clase social, religión, identidades étnicas, género. Por supuesto que siempre hay que atender la demanda social latente, como sucedió en Brasil con la influencia de los evangélicos. Si se presenta una mujer, por ejemplo, surge con fuerza el voto feminista, como se ve en Estados Unidos o Europa. En cambio, si compiten dos hombres blancos de clase alta es difícil observar ahí efectos de identidad. Pasa lo mismo con el voto de clase y la ideología. Cuando hay un personaje de izquierda muy fuerte, como Evo Morales en Bolivia, se ve claramente que la ideología y la clase influyen. 

–¿Qué sucede con la identidad partidaria?

–Los candidatos necesitan activar estos mecanismos clásicos del voto. En casi todos los países de América Latina esa identidad es baja, a diferencia de lo que se observa en Estados Unidos. Estamos viviendo más bien una tendencia a la polarización. En América Latina, salvo algunas excepciones, vemos una identidad partidaria muy débil. Estos factores que menciono tienden a influir cuanto más difieren las propuestas de los candidatos; si ofrecen lo mismo, si sus programas de gobierno no se distinguen realmente, entonces a la hora de votar esas diferencias ya no importan tanto. Lo que sí se observa en América Latina, y en Argentina específicamente, es un fuerte voto retrospectivo. 

–¿A qué llama “voto retrospectivo”?

–Voto retrospectivo alude a la idea de utilizar el voto como premio o castigo; un sí o un no al gobierno de turno. Son las evaluaciones de la sociedad al desempeño del gobierno, en general, con foco en la economía, la corrupción y la inseguridad. En Argentina, el factor que explica el triunfo de Cambiemos en 2015 en buena medida fue la desaprobación de Cristina Fernández. Este comportamiento electoral no llama la atención, porque si no se vota por identidad partidaria, y si los issues, es decir, si los vínculos temáticos no son muy distintos, entonces el voto solo se puede utilizar para premiar o castigar. No hay selección por programa político. En general, los electores de la región emplean razonamientos de premio o castigo en su decisión de voto. No es que el voto retrospectivo no exista en Estados Unidos o Europa; existe, pero no es tan dominante como en América Latina. En Estados Unidos la elección por un candidato es más ideológica, partidaria, y basado en vínculos temáticos.

–Sostiene que el votante latinoamericano se parece en muchos aspectos al votante de los países democráticos más avanzados. ¿En qué se asemeja y en qué no?

–En líneas generales, lo que direcciona el voto en los dos contextos tiende a ser lo mismo. La diferencia es el grado de influencia que tiene cada uno de los factores. Y esto es generalmente más estable a través del tiempo y entre las democracias avanzadas que en América Latina. Esto tiene más que ver con el contexto en el cual se sucede una elección que con el votante. Si ningún candidato o partido usa su identidad social –sea de clase, etnicidad, religión, o género– para movilizar al electorado, entonces a nivel del votante estas características no tendrán una influencia significativa sobre el voto. Cuando los partidos políticos carecen de visiones claras y singulares, la identidad partidaria pierde sentido y las preferencias ideológicas y temáticas de los votantes no siempre se corresponden con lo que votan.

–¿Qué grado de injerencia tiene la cultura política en el comportamiento electoral?

–La cultura política corresponde a las normas y expectativas que la sociedad mantiene acera de lo político. Por ejemplo, algunos estudios realizados muestran que en Argentina el electorado tiene más o menos las mismas expectativas profundas sobre el rol del Estado en la economía, más allá de issues políticos específicos. Es parte de la cultura política argentina. Quizás la distinción cultural más grande entre las democracias más avanzadas y las democracias de América Latina sea el clientelismo. La norma es que los políticos ofrecen algo a corto plazo a cambio del voto. En algunas instancias esa norma se reproduce a lo largo de tiempo, y en otras solo aparece en la temporada electoral. Seguramente no toca a todos los votantes latinoamericanos, y sí toca a algunos votantes en democracias avanzadas. La amplitud del fenómeno varía mucho en América Latina, pero es un factor cultural innegable cuando se acercan períodos electorales en la región. El uso de esto en Argentina ha inspirado mucha investigación científica. El clientelismo está relacionado con el caciquismo. De nuevo, no implica que todo votante latinoamericano actúe por este motivo, pero sin partidos políticos fuertes la norma de seguir a los caciques locales e incluso nacionales sigue vigente en varios rincones de la región.

–The Latin American Voter introduce la idea de “embudo de la causalidad” para explicar la formación del voto. ¿Podría explicar el concepto?

–La noción de “embudo de la   causalidad” se refiere a la formación del voto, que empieza con las   identidades basadas en distinciones atributivas. Se supone que la adhesión   del votante a una identidad social provee una fundación primaria y durable al   voto. Luego, uno se acerca a la política   y   adquiere una identidad política que es electiva (no atributiva), como el   partidismo y la ideología. Estos factores, en principio, son de largo plazo. Los issues del día, los atributos de los candidatos, y las campañas, son de corto plazo. La metáfora del embudo de la causalidad, entonces, ilustra que el voto   es el resultado final de una variedad de factores explicativos   de la realidad social. Estos factores definen las orientaciones políticas,   partidarias e ideológicas de la gente, y se van reduciendo y especificando   en factores ligados a las campañas, los temas y los candidatos específicos de   un proceso electoral. De este modo, los modelos explicativos del voto tienen   en cuenta variables estructurales (rasgos socioeconómicos, demográficos y   geográficos) y las identidades (orientaciones ideológicas y partidarias) de largo plazo y opiniones de corto plazo influidas por el contexto económico,   los candidatos, la información de las campañas y otras temáticas relevantes.

–¿Cómo influye el respaldo de organismos multilaterales u organizaciones financieras a un candidato o partido determinado?

–En general, lo que la sociedad conoce sobre estas cuestiones depende de lo que cuenta e informa la clase política. El gobierno de Macri puso a la Argentina en el bolsillo del FMI. Pero esto, ¿qué significa para los votantes? De un tema tan complejo es de esperar que el hombre de a pie no comprenda mucho. Lo que escucha son explicaciones conflictivas, que echan la culpa al FMI, a Macri, o a los Kirchner. ¿Qué hace entonces? Sin saber a quién responsabilizar, no podrá castigar o premiar a nadie por estas políticas. Por lo tanto, dudo que al final tenga real influencia en el caudal de votos de un candidato determinado. Si algún candidato logra simbolizar el apoyo del FMI como una afrenta a la identidad nacional, otra será la historia. Sería una buena apuesta política.

–¿Cómo analiza la fórmula presidencial Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner?

–Creo que el juego de Cristina Fernández para nominar a Alberto Fernández fue una genialidad. Una genialidad propia de un animal político. Si nos guiamos por el voto premio/castigo, en las últimas elecciones el electorado castigó a los K. Dadas las circunstancias es muy probable que esta vez el voto castigo vaya contra el presidente Macri. Creo que en virtud del pasado reciente, sobre el que Macri intenta responsabilizar a Cristina Fernández, lo más conveniente para la ex presidenta era no encabezar una fórmula, sino alguna otra persona muy central en el movimiento. Y elegir a alguien del mismo apellido ayuda mucho en términos de marketing político.

–Del lado del oficialismo, ¿qué le parece la elección de Miguel Ángel Pichetto como candidato a vice?

–Al elegir a Pichetto, Macri busca conquistar al votante mediano, aquel que divide el espacio ideológico del electorado en mitad-mitad. La estrategia asume que el candidato puede hacerlo y su rival no. Lo que está por verse es dónde se sitúa el votante medio argentino en 2019. Al parecer, Macri lo ubica en la frontera de los kirchneristas y el PJ no K. Macri tiró los dados y ya veremos cómo le va. A los votantes, en cambio, no les simplifica el voto; al contrario. Esta jugada de Macri sirve para diluir aún más las marcas partidarias. Después de décadas construyendo su propia marca contra el PJ, y armando una coalición bastante estable, ahora mancha su marca en la búsqueda de la reelección. Si el PRO y Cambiemos logran ordenar el sistema de partidos alrededor de un eje K/no K, habrá valido la pena; de lo contrario habrá más volatilidad y menos competencia programática de aquí en adelante.

–¿Qué escenario vislumbra para la elección de octubre en Argentina?

–Imagino una elección bastante estrecha. El gobierno acude al contexto mundial para justificar su gestión; su línea de argumento apunta a la mala economía mundial. Pero no estamos hablando del escenario inmediato que siguió al fin del boom de los commodities, cuando la baja demanda global lanzó al mundo a una recesión. Europa volvió a crecer, Estados Unidos está creciendo, China puede estar un poco por debajo de su nivel medio de crecimiento pero sigue creciendo. Dicho esto, el problema de Macri es que ni siquiera ha podido despegar con un contexto económico internacional bueno. El gobierno desnudó una enorme falta de creatividad, de habilidad política, de incapacidad para tomar decisiones.

–¿Qué explica la tendencia creciente a elegir, en ciertos países, a candidatos “antipolítica”? En este contexto, ¿qué sucede con las lealtades partidistas y los partidos tradicionales?

–En los últimos años se observa, en algunos países, que los votantes no quieren ni a un candidato ni a otro, que consideran su voto “antipartidario” o que hacen una elección por “el mal menor”. En ocasiones, los votantes dejan de identificarse con un partido político para identificarse contra un partido -el fenómeno “partidismo negativo”. Cuando esto sucede se pone la mesa para el surgimiento de líderes populistas ideacionales, con mensajes y discursos “a favor del pueblo” y “contra los líderes tradicionales”. Maniqueísmo puro muchas veces. Algo así sucedió en Brasil. Los problemas de corrupción consolidaron el partidismo en contra del Partido de los Trabajadores (PT) y dejaron la mesa puesta para que avanzara un personaje como Jair Bolsonaro, identificado como una figura de populista ideacional.  

–¿Qué caracteriza a un “populista ideacional”?

–Son personajes que repiten la idea de que la gente es la máxima expresión que hay, que debe haber, y que los políticos tradicionales son todos igualmente corruptos. Para ellos el mundo se ve en blanco y negro; la política se ve en blanco y negro. Si no estás conmigo entonces estás en contra de mí. Eso se observa claramente en las variables que medimos. En América Latina hay poco acuerdo acerca de qué es el populismo. Un populismo económico tiene que ver con la introducción de políticas que benefician a las masas sin importar las consecuencias macroeconómicas de mañana. Pero dista del concepto del populismo ideacional, que es sobre todo una estrategia comunicacional con un discurso antielite, propueblo, y con una cosmovisión maniquea. 

–¿Difieren las características del populismo según la región?

–No necesariamente. Se solía decir que el populismo ideacional en América Latina tendía a ser de izquierda, mientras en Europa tenía pinta derechista. Pero ya no. Con los advenimientos de Bolsonaro y Donald Trump, por un lado, y de Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez, y los partidos populistas de izquierda fuertes en Italia, España, y Grecia, entre otros países, la ideología ha dejado de distinguir el populismo por región.

–A partir de sus estudios, ¿existe relación, en América Latina, entre sistema de partidos y tipo de liderazgo?

–Los sistemas de partidos en la región son diversos; en promedio, se caracterizan por la variación en la volatilidad del voto. Es decir que la proporción del voto que reciben los partidos de una elección a otra puede cambiar de manera impresionante. En un polo está Uruguay, donde los partidos de siempre suelen ganar más o menos la misma proporción del voto en cada elección. En otro polo aparecen países como Perú y Bolivia, donde los partidos nacen y mueren de la noche a la mañana, y donde los votantes tienen que conformar su voto de acuerdo con el menú de partidos del día. Dentro de este último grupo algunos partidos (supuestamente estables) salen de la órbita de poder del gobierno y prácticamente desaparecen. 

–¿Por ejemplo?

–La Unión Cívica Radical (UCR) de Argentina, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Bolivia, el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei) y la Acción Democrática (AD) de Venezuela, en sus momentos. Algunos se recuperan, como la UCR. Y esto lo conecto con lo que decía antes: en algunos contextos es complicado hablar de la influencia de la identidad partidaria y las preferencias sobre los issues temáticos. Sobre el personalismo, diría que en Argentina las personalidades cuentan más que los partidos políticos. Como decía antes, una de las cuestiones que hay que destacar, en términos de cultura política, es que en Argentina las figuras más importantes de la política han sido siempre muy fuertes y en la mente de la gente han estado siempre por encima de los partidos. 

–En este sentido, ¿cuál es su apreciación del presidencialismo?

–Creo que el presidencialismo no ha sido lo malo que alguna vez se pensó; su gestión ha sido mucho mejor de la que se podía sospechar. Cuando renacieron las democracias en América Latina se pensaba que iba a socavar la estabilidad. Se temía mucho la mezcla de multipartidismo y presidencialismo porque el primero tiende a negarle al presidente una mayoría en el Congreso y el último no da escapatoria a un presidente no popular. Así que para gobernar hay que formar –y mantener– coaliciones y no defraudar las esperanzas del público, y eso no es nada fácil. El presidencialismo suele funcionar mejor en culturas políticas que responden bien a personalidades políticas fuertes.