Estrella y Leonor, madre e hija, duermen acostadas en el sillón del living comedor. El encuadre no permite ver el detalle, pero es posible que los pies estén metidos debajo de la mesa camilla, toda una institución mobiliaria en la región de Andalucía: en invierno, el brasero se enciende dentro de la cortinita de la mesa, en parte una necesidad funcional, en parte ritual. Más tarde, Estrella ultima los detalles de una remera para su hija, corta con su tijera de sastre haciendo gala de una destreza que confirma la práctica de ese arte durante años. Viaje al cuarto de una madre, la ópera prima de la andaluza Celia Rico Clavellino (nacida en Sevilla en 1982), no saldrá prácticamente de los confines de ese departamento, compartido con cierto equilibrio por ambas mujeres, una armonía doméstica no exenta de conflictos. Durante los escasos momentos en los que abandone el lugar, la cámara se trasladará a la pequeña fábrica textil en la cual Estrella trabajó toda su vida, aunque ahora es Leonor quien comienza a dar los primeros pasos en el arte del planchado industrial (todavía es temprano para pasar al corte, la confección, el zurcido y demás prácticas del oficio).

Con esa clase de tejidos y telas, íntimas y delicadas, está fabricada la prenda de Celia Rico Clavellino, un retrato de duelos y separaciones, de vínculos intensamente familiares, de habitaciones que quedan vacantes sin que nada ni nadie pueda evitarlo. Porque todo cambia, como lo confirma la muerte del único hombre de la casa, un tema del cual no se habla en Viaje al cuarto de una madre –tal vez porque es muy reciente y todo va de suyo, el dolor y la sensación de vacío–, pero que está presente en ausencia cuando un par de zapatos caen desde el estante de arriba del armario. Todo cambia y Leonor también: por las noches, la chica navega en Internet y busca sitios que ofrezcan trabajo de niñera del otro lado del charco, en una Inglaterra que a la joven española tal vez se le antoje mítica. La madre aún no lo sabe, pero en poco tiempo el nido –ese espacio protector y confortable pero también de reclusión, casi un personaje más del relato– quedará un poco más desierto.

En su primera película, que termino recibiendo cuatro nominaciones a los premios Goya y se estrena este jueves en salas de Buenos Aires, Celia Rico consiguió los aportes de dos actrices de excepción: la catalana Lola Dueñas, de extensa filmografía y una figura recurrente en el cine de Almodóvar, y la joven Anna Castillo, cuyo rostro comenzó a ser reconocido por su trabajo en la televisión y el cine, en particular luego del estreno de El olivo, de Icíar Bollaín. “Lo que buscaba en las actrices era que tuvieran mucha naturalidad”, afirma la directora en comunicación telefónica con PáginaI12 desde Barcelona, su ciudad adoptiva, “pero que al mismo tiempo pudieran trabajar esa condición desde un texto muy medido. Porque puedes trabajar la naturalidad desde la improvisación pero, en esta película, incluso los silencios y las miradas están muy calculados. Tanto Dueñas como Castillo tienen la capacidad de poder trabajar en registros muy distintos, y Dueñas, a quien he visto en decenas de películas, puede darle ligereza al drama y drama a lo ligero. Por supuesto que una tiene que hacer bien su trabajo para lograr las sutilezas: dónde pongo la cámara, qué filmo y qué no filmo, cómo hago las elipsis, pero la interpretación era esencial ya que la película está todo el tiempo con ellas”.

Antes de Viaje al cuarto de una madre, Celia Rico dirigió un cortometraje, Luisa no está en casa, en el cual otro ámbito doméstico y la excepcionalidad de un electrodoméstico que deja de funcionar se transformaban en el espacio de exploración de personajes femeninos en espacios interiores. “El origen de esta película está en una escena que escribí hace varios años: una madre, sola en una habitación, que llama por teléfono a su hija. El proceso de indagación emocional fue lo que terminó llevándome a escribir el guion de la película aunque, realmente, en aquel momento no sabía que todo derivaría en un largometraje. La escritura partió del placer, no de un proyecto definido de antemano”.

Uno de los logros del film es su condición de relato partido en dos, como si una bisagra permitiera la apertura de una puerta imaginaria. Durante la primera mitad, la película sigue a Leonor de cerca y describe sus frustraciones, anhelos insatisfechos y deseos de salir al mundo, aunque ello implique el abandono de un trabajo recientemente iniciado. Luego de la partida, de una mirada significativa hacia el interior del departamento y un abrupto corte a negro, Rico no sigue a la joven y se queda en casa con Estrella. Las habitaciones y pasillos son los mismos pero el espacio es otro: la ausencia provoca cambios inexorables en los movimientos y sonidos, las rutinas se ven alteradas, las esperas por el uso de uno u otro ámbito u objeto han desaparecido, como así también las labores compartidas. Estrella, sola, tampoco es la misma.

-¿Ese concepto narrativo estuvo presente desde un primer momento o fue algo que surgió durante el proceso de escritura?

-Siempre que escribo algo intento ponerlo en crisis, pero en este caso lo único que nunca cambió fue esa estructura de relato que se parte a la mitad, que funciona como una especie de espejo. En el fondo, fue una decisión ligada a los puntos de vista, de elegir el lugar desde dónde se mira. Pero también de puesta en escena, porque la habitación desde la cual se mira en la primera parte se convierte en el cuarto desocupado, del otro lado del pasillo, que es observado en la segunda. Y de distancias, porque la madre, que está en segundo plano, pasa luego a estar en el centro, y eso está muy relacionado con los temas de los que quería hablar: la madre como rol o como persona, y lo mismo con el concepto de hija”.

-¿Cree que sería la misma película si la historia estuviera centrada en una madre y en un hijo, o en un padre y una hija?

-Todos somos humanos. Pero sí creo que hay algo distinto, tal vez la única diferencia profunda, y es que la maternidad, a diferencia de la paternidad, es una cosa física. Dos cuerpos que al principio son uno y luego se separan. Ese elemento físico es el que quería que estuviera presente en la película. Por eso la mesa camilla, que no deja de ser una especie de útero, con su calor confortable. Y además esa frase popular muy común aquí: la idea de salir de las faldas de la madre, que –teniendo en cuenta el oficio del personaje– deja de ser sólo metáfora para transformarse en algo literal. No es que lo hayamos decidido nosotras, pero la sociedad ha impuesto durante siglos –aunque esto ha comenzado a cambiar– que seamos las mujeres las que cuidamos, las cuidadoras. Y cuando una cuida ocurre que se pone la atención en los otros, incluso olvidándose de una misma. Por eso esa escisión cuando la hija se va. Es como si la madre se jubilara: ya no tiene a quién cuidar. ¿Cómo recolocarse ante esa situación?