En las últimas décadas, las universidades públicas se convirtieron en espacios de integración para miles de personas adultas mayores, quienes encuentran allí una razón para volver a sentir experiencias, construir nuevas relaciones e incorporar conocimientos a los que no pudieron acceder en su momento.

Esa necesidad de interacción comenzó hace algunas décadas en varias instituciones académicas, que iniciaron proyectos con el propósito de explorar ese nuevo desafío pedagógico. A diferencia del joven, el adulto mayor es para cierto sentido común sociopolítico alguien que ya vivió su tiempo útil, y, por tanto, es relegado. Pero en varias universidades públicas desde hace varios años no se piensa así.

Uno de los primeros proyectos que abordó esta problemática fue el Departamento de la Mediana y Tercera Edad de la Universidad Nacional de Entre Ríos, que surgió en 1984, gracias a la experiencia de la profesora Yolanda Darriex de Nux en Toulouse, Francia, con el objetivo de “ayudar a superar los problemas de soledad en especial de la gente mayor, relacionándola con personas que tengan las mismas inquietudes”, explicó la coordinadora Valeria Olivetti, en diálogo con el Suplemento Universidad. En la actualidad, el programa cuenta con 1.200 inscriptos anuales distribuidos en 250 cursos dados en municipios, unidades penales y asociaciones civiles, entre otros espacios.

Esta experiencia influenció a David Zolotow, un docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora que en 1998 impulsó el programa Universidad para la Tercera Edad (UniTE) con cuatro cursos por los que pasaron 38 alumnos. En la actualidad, la iniciativa que se aplica en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNLZ cuenta con más de mil alumnos y alumnas, que se distribuyen en 51 cursos y talleres.

A lo largo de los años, la popularidad del mismo aumentó considerablemente, porque los cursos gustaban o porque los mayores deseaban terminar la secundaria con el Plan Fines, que UniTE tiene incorporado. Para Jorge Tognolotti, director del programa desde 2010, y uno de los profesores convocados por Zolotow en 1998, el sector adultos mayores “es un factor importante al que le tienen que prestar mucha atención los profesionales”.

“En los tiempos que vivimos, creo que hay que actualizar carreras que tienen que ver con Ciencias de la Educación, Psicopedagogía, Minoridad y Familia, Trabajo Social, porque cada vez hay más personas mayores. El que se desarrolle en aquellos campos va a tener en la práctica la presencia de varios de ellos, lo que antes era impensado”, aseguró Tognolotti.

Contar con el adulto mayor en el aula genera nuevos desafíos en la didáctica porque, por ejemplo, puede haber grandes diferencias entre el ritmo de estudio de un recién graduado de la secundaria con una persona mayor que se encuentra en plena recuperación de ese hábito. El docente debe estar preparado también para abordar los problemas que suelen tener los adultos mayores.

Para Olivetti, el mayor reto es “interpretar teórica, metodológica, pedagógica y políticamente los desafíos que impuso el concebir desde los orígenes la vejez como parte de una trayectoria vital”. Mientras que para Tognolotti “el pensamiento pedagógico está orientado hacia la juventud y no hay disciplina que contenga al adulto mayor”.

RECREACIÓN Y TECNOLOGÍA

Las universidades de Buenos Aires, Mar del Plata, La Pampa, Quilmes, Rosario, Córdoba y Arturo Jauretche, entre otras, también cuentan con programas similares que convocan a los adultos mayores. Norma Tamer fundó en 1995 el Programa de Educación del Adulto Mayor (PEAM) en la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Para Tamer, uno de los mayores desafíos es “la formación de docentes y responsables de quienes llevan adelante las propuestas educativas, ya que además del conocimiento y la experiencia en el campo de su saber, se requiere evidenciar preparación teórica y práctica en la intervención con personas mayores desde una concepción crítica, compleja y multidisciplinaria del envejecimiento y la vejez”.

En la educación del adulto mayor la recreación es un factor importantísimo. Por ejemplo, el PEAM tiene teatro, danzas árabes, dibujo, pintura y pilates, entre otras actividades, mientras que UniTE cuenta con un Taller de Juegos, a cargo de Sandra Palmieri, licenciada en Psicopedagogía. Para ella, la actividad lúdica es importante porque ayuda no sólo a que el adulto mayor forme lazos con sus compañeros, sino que también sirve para que se incorpore en los círculos sociales ajenos a la institución universitaria. “Lo que aprenden acá después lo trasladan a la familia y a los amigos, y eso es buenísimo”, enfatizó.

Los juegos incluyen decir palabras y utilizar la última letra de cada una para decir otra hasta inventar saludos y memorizar nombres. Eso ayuda a que se mantengan en funcionamiento las habilidades cognitivas del alumno y se eleve su autoestima. “Antes se creía que el adulto mayor no tenía intereses, pero eso cambió. Y creo que estos programas también ayudaron a los jóvenes a que entiendan que los mayores quieren aprender, que son activos. Incluso enseñarle eso a los mismos mayores”, explicó Palmieri.

Las nuevas tecnologías son otro eje de interés para los adultos mayores. Saber manejar el celular, la computadora o un programa para hacer videos se convirtió en una necesidad para acortar la brecha tecnológica en una sociedad que les hace sentir –y padecer– el desconocimiento de las herramientas digitales. En UniTE, por ejemplo, hay clases de Informática, Internet y Celulares, Diseño para no Diseñadores y Fotografía Digital.

UN DERECHO GANADO

El Club de Día es un complemento del Centro del Adulto Mayor (CAM), de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), que tiene en cuenta el aspecto comunitario. Allí, los afiliados al PAMI pueden pasar el día y tomar parte en varios talleres. La meta en ese caso es evitar el abandono de las personas a través de la integración.

“Es un programa preventivo para personas autónomas con talleres de multiestimulación. Dentro de la autonomía también hay personas que pueden tener discapacidades, y allí es cuando el club funciona como apoyo. Actualmente hay 58 personas mayores, vienen de lunes a viernes, desayunan y meriendan acá”, explicó la coordinadora del Club, Marcela Herrera.

El CAM empezó en 2003 con una comisión dirigida por Silvia Molina y la coordinación de Gladys Martínez. En la actualidad cuenta con un promedio de tres mil inscriptos anuales distribuidos a lo largo de 102 cursos. Allí está sumado el programa UPAMI, que se incorporó a la UNLa en 2010 y es uno de los principales sustentos del CAM. “Pensar adultos mayores y universidad era un gran desafío y por eso tenía que ser abordado necesariamente desde el derecho”, señaló Martínez.

Esa forma de diagramación fue un éxito, porque gracias a la constante actividad de los y las alumnas se creó un voluntariado, en que los estudiantes más participativos se encargan de difundir los talleres del CAM y brindar cursos (la UNLZ tiene algo similar con la Asociación de Amigos del Programa UniTE). Funciona también un programa de aulas abiertas, en que los adultos mayores pueden cursar una materia de las carreras que ofrece la UNLa.

En esa línea, esa casa de estudios lanzó el año pasado una especialización en Gerontología, con el fin de “pensar una transformación de las cuestiones geriátricas y gerontológicas, para afrontar la realidad actual del envejecimiento”, destacó Martínez.

Los adultos mayores comenzaron a sentir que la Universidad pública, un lugar muchas veces desconocido o considerado inalcanzable, también puede ser un espacio para ellos. Romper con los estereotipos sobre la vejez, acrecentar conocimientos, encontrar espacios de socialización y recreación son propuestas que ofrecen estos programas.