En una tarde de noviembre, las únicas siete estudiantes de medicina de una universidad brit aprietan el paso para llegar a tiempo a un examen de anatomía. Aunque están acostumbradas a ser vilipendiadas, a recibir toda suerte de improperios, gritos y amenazas, se cierne ante ellas un escenario imposible: una multitud de 200 alumnos se agolpa en las inmediaciones del salón para impedirles el acceso. Les tiran barro, les arrojan basura; alguien suelta una oveja en los corredores para sumar despiole a lo que, de por sí, es puro caos e intimidación. Así y todo, férrea la voluntad, avanzan. Estando a menos de un metro del salón de cirujanos, donde será la prueba, ven cómo les cierran las puertas en las narices. Los tipos las rodean. Hasta que, por fin, alguien de adentro se apiada, les abre. Y ellas entran. Haciendo caso omiso a las agresiones y los desaires, logran su cometido: hacer el bendito examen. No fue un episodio aislado, pero sí uno de los más virulentos que tuvieron que padecer las jóvenes, que -como regla general- siempre iban juntas, no caminaban por el campus en solitario, temerosas de sus compañeritos iracundos. Celosos los muchachos porque las chicas invadiesen su mundillo; y para colmo, lo hiciesen con buenísimas notas. Ellas solo querían estudiar. A pesar de las agresiones diarias, a pesar de que les cobrasen tarifas más altas, a pesar de que -en muchas ocasiones- tuviesen que organizar sus propias conferencias por cierto vacío legal: los profesores podían enseñarles, pero no estaban obligados; si no querían darles clases a mujeres, pues no lo hacían.

El año era 1869; ellas, Sophia Jex-Blake, Isabel Thorne, Edith Pechey, Matilda Chaplin, Helen Evans, Mary Anderson y Emily Bovell, también conocidas como “Las 7 de Edimburgo”. No faltó quien apostó a la épica con un mote que prendió menos: Septem contra Edinam, léase Las 7 contra Edimburgo, un guiño a Los 7 contra Tebas de la mitología griega. Épica hubo, pero de fraticidio y linaje maldito, cero. El caso de las chicas persiste en el recuerdo como ejemplo de sororidad y ahínco. Se trató, finalmente, del primer grupo de mujeres que pudieron matricularse en Gran Bretaña para estudiar medicina; en la Universidad de Edimburgo, más precisamente, pretendidamente más laxa que otras de Reino Unido. Aunque, debido a su género, la institución se negó a otorgarles el diploma oficial que les permitiera ejercer como doctoras. Lo han hecho recién ahora, los pasados días, en una ceremonia póstuma y, claro, excesivamente tardía. Con motivo del 150 aniversario de su admisión a la mentada uni es que se ha organizado el acto, donde siete alumnas de hoy recibieron los simbólicos diplomas en nombre de sus antecesoras, largamente fallecidas. Cuyo caso tuvo antaño tanta repercusión, amén del inoxidable activismo de Jex-Blake y compañía, que significó un antes y un después para las mujeres en Reino Unido.

La historia de las 7 puede contarse a través de una de sus figuras capitales: la resiliente Sophia Jex-Blake (1840-1912). Nacida en Hastings, se enroló en la Queen’s College de Londres a pesar de las objeciones de su familia, que prefería que concentrase su energía en conseguirse un candidato. Haciendo corte de manga a las presiones victorianas, optó por estudiar; y tan brillante era que pronto la ficharon como tutora de matemáticas: cargo que aceptó sin paga (su padre no veía con buenos ojos que recibiera un salario). Al tiempo, viajó a Estados Unidos para aprender sobre educación femenina; conoció a la doctora pionera Lucy Ellen Sewall, se volvió su asistente y amiga. Y supo que quería ser médica. Pidió plaza en Harvard, que le negó acceso alegando que no contaba “con las provisiones necesarias para formar mujeres en ningún departamento”.

La muerte del padre la obligó a regresar a UK, donde trató -sin suerte- de ser aceptada en distintas instituciones. Viajó entonces a la capital de Escocia, convencida de que tendría más suerte en la Universidad de Edimburgo. Contactó a profesores, al decano, y logró que la dejaran asistir a conferencias médicas. Alegando que las mujeres tenían poca capacidad intelectual y poca resistencia para menesteres galenos, solo le dieron el visto bueno para clases de obstetricia y ginecología. Pero hete aquí que los muchachitos encontraron ofensa en que una chica estuviese en sus salones, y firmaron una petición que tuvo por resultado la anulación del ingreso de Sophia. La excusa: acomodar las instalaciones para una sola chica era inviable para la universidad, demasiado costoso, demasiado complicado.

¿Qué hizo Jex-Blake entonces? Logró que el diario The Scotsman publicara una editorial que marcaba que “la exclusión arbitraria de las mujeres de las oportunidades de educación profesional pertenece a una edad pasada...”, y que instaba a que más muchachas pidieran plaza. Otras chicas se hicieron eco, y pronto, en noviembre de 1869, con el tema en agenda nacional y figuras como Darwin apoyando la causa, las 7 de Edimburgo se convertían en las primeras mujeres en matricularse en una universidad de Reino Unido. Contra viento y marea, ovejas y barro, completaron los estudios en 1873, pero entonces otro revés: les negaron el título. Sophia se trasladó entonces a Suiza, donde obtuvo su diploma en la Universidad de Berna, evidentemente más progresiva. Y de regreso a UK, fue parte central de la campaña que logró que, tiempo después, se aprobara la ley que habilitaba estudiar medicina independientemente del género. Ayudó en la fundación de la London School of Medicine for Women. Y finalmente regresó a Edimburgo convirtiéndose en la primera doctora practicante de Escocia. Fundó una escuela y un hospital en compañía de su pareja, la doctora Margaret Todd. Luchó por el voto femenino. Y murió en 1912. Recién ahora, en 2019, la Universidad de Edimburgo le ha entregado su título; a ella y a sus 6 amigas. Entre ellas, Matilda Chaplin, que se mudó a Japón y abrió una escuela para parteras, dedicándose además a la investigación antropológica. O Edith Pechey, que ejerció durante más de 20 años en India, volcándose luego al movimiento sufragista.