Desde Barcelona

UNO "Aquí hay un cuento" o "Aquí hay una novela" suelen ser --entre el éxtasis y la agonía-- las dos anotaciones más frecuentes en los cuadernos/libretas de Rodríguez. Libretas/cuadernos físicas y palpables que no deben confundirse, por favor, con esas carpetas suyas donde suele archivar noticias del tipo cósmico y político y religioso y tech-a.i.-i.a (en lo que hace a este último sector, a Rodríguez le acaba de llegar --vía su telefónica-- sms informándole del "regalo" de usar, en exclusiva y durante doce meses y sin cargo alguno y "que te ayuda en tu día a día", a una inteligencia artificial de nombre poco invitador y muy desconcertante: Perplexity Pro). Y, claro, Rodríguez se viene negando a abrir carpeta nueva con todo lo que viene ocurriendo en un PSOE que parece oscilar entre nueva entrega de Torrente con la sede de Ferraz luciendo como escenografía para "La máscara de la muerte roja" de Poe con un Pedro Sánchez mezcla titánico (¿por Titanic?) y sumergible Capitán Nemo con bunkerizado Citizen Kane con apuñalado por los suyos Julio César con ilusionista o iluso Mago de Oz con apocalíptico San Juan profetizando que es él y nada más que él quien debe seguir siendo El Elegido o, si no, llegará el Anticristo a La Moncloa. Sí: todos esos materiales que Rodríguez recopila para testimoniar para sí mismo que la realidad es cada vez más inverosímil en este planeta cada vez peor escrito.

DOS En cambio, lo del "aquí hay" ficciones en lo que hace a no-ficciones es otra cosa, otras cosas. Noticias que a Rodríguez le parecen relatos perfectos y/o que podrían ser capítulos de algo más largo como sagas mega-familiares y multi-generacionales. Lo último ha sido lo del matrimonio de esos ancianos que se perdieron mientras buscaban una laguna de Leganés que ya no existe y a la que solían ir durante su enamorada adolescencia. Ambos padecían deterioro cognitivo en lo que hace al presente, pero recordaban a la perfección ese paisaje lejano. Y allí, en su busca, fueron: tomados de la mano y a pie, bajo un sol de injusticia, caminando más de siete kilómetros. El sitio es hoy un páramo rodeado por ramales de autopistas y, afortunadamente, con la ayuda de un dron, los localizaron a tiempo. Y detalle interesante para Rodríguez: en el 2005 un estudio de la Universidad Autónoma determinó que los vecinos de Leganés fueron los más longevos de Europa. Y Rodríguez tomó en su libreta y se dijo que ahí/aquí había algo. Y se dijo que, de haber sucedido en alguna waste land de las afueras de Londres, los ingleses ya habrían puesto en marcha una de esas tristes comedias suyas en las que ponen a trabajar a todas las viejas glorias de su cine. Pero Rodríguez piensa en novela y en cuento y se pregunta cómo abordaría semejante trama... ¿Cómo abordarla? ¿Con qué estilo y modales? ¿Libre flujo de consciencia o límpido realismo sucio? ¿Joyce? ¿Didion? ¿Faulkner? ¿Woolf? ¿Tiempo perdido a buscar de Proust o futuro inmediato al que mejor no encontrar de Don DeLillo? ¿Entrópico Ballard o eco-sci-sentimentalismo à la Richard Powers? ¿Cuento de James Salter o nouvelle de Denis Johnson? Al final, claro, la única opción posible para Rodríguez no es otra que Bloqueo de Escritor de Rodríguez.

Y a seguir tomando notas breves en su libreta portátil y nómade y hambrienta y notas un poco más largas en su cuaderno doméstico y sedentario y sediento.

TRES Y Rodríguez sabe a la perfección cómo es eso de no escribir. Pero nada sabe (y esto es, apenas, el más triste de los consuelos) acerca de cómo será dejar de escribir luego de haber escrito mucho. Algo así como de pronto no encontrar esa laguna donde uno tantas veces se bañó y refrescó. Está el tremendo caso de Hemingway quien --cuando le piden unas líneas a leer durante la investidura de JFK-- lo intenta pero acaba gimiendo un "Ya no sale" y se pone a limpiar su rifle. Está, también, el caso de todos aquellos que lo dejan voluntariamente por motivos nunca del todo claros o por fatiga de materiales (Philip Roth renunció a escribir unos años antes de morir optando por releerse a fondo para ver si todo eso había tenido algún sentido y concluyó que sí, que lo suyo había estado y seguía y seguiría estando bastante bien). Y hay casos escalofriantes como el que cuenta y sufre Hanif Kureishi en el recién publicado en español A pedazos. Y, sí, Rodríguez sabía del asunto porque fue noticia y en su libro lo reporta el propio autor de Mi hermosa lavandería y de El buda de los suburbios y de Intimidad entre otros títulos. Reporta Kureishi: "El origen de este libro es una serie de notas dictadas desde la cama de un hospital, primero en Italia y después en Londres, tras el accidente que sufrí el día de San Esteban de 2022. Mi pareja, Isabella, y mis hijos anotaron mis palabras durante ese periodo". Sí: Kureishi perdió el sentido en su departamento de Roma, cayó mal y, después, bromea: "Debo reconocer que quedarse parapléjico es una manera estupenda de conocer gente nueva". A pedazos --como Cuchillo de Salman Rushdie-- pertenece a ese género de cosas-espantosas-que-le-pueden-llegar-a-pasar-a-un -escritor-que-vive/sobrevive-para-contarlas. Cosas que son un tanto más drásticas que la drogadicción o la debacle familiar o el alcoholismo o que la crítica los destruya o que los lectores los ignoren o que su editor les comunique que tiene algo que comentarles y los invite a una última cena.

CUATRO Y uno de los muchos momentos tremendos de A pedazos es aquel en el que Kureishi se evoca, inquieto y movedizo, escribiendo las primeras páginas de El buda de los suburbios: "Ese primer capítulo había sido previamente un cuento. Durante un vuelo a Canadá, en el que no tenía nada que leer pero llevaba mi omnipresente cuaderno de notas, escribí el relato entero en las nueve horas que hay de Londres a Quebec. Me lo publicaron en la London Review of Books y, más adelante, como siempre quise escribir una novela, volví a él y armé toda una historia a su alrededor". Pero enseguida a lo que vuelve es al presente, a la laguna desaparecida: "Cada día, cuando dicto estas reflexiones, abro lo que queda de mi cuerpo roto para dar forma a este caos en el que me he precipitado, para no morirme por dentro" y "Envidio a los que pueden rascarse la cabeza. Envidio a los que pueden anudarse los cordones de los zapatos. Envidio a los que pueden sostener una taza de café. Viendo a un hombre que saludaba con la mano a su mujer, me costaba creer que ignorara lo complicado del gesto. Envidio a cualquiera que pueda utilizar las manos" y "Me paso la mayor parte del día agotado y me voy a dormir temprano, con miedo a mis sueños" y, ay, "Lo que me gustaría, lo que deseo, con lo que sueño, es poder sujetar con esa mano una pluma y trazar un garabato en una hoja; escribir mi nombre con tinta violeta. Esa es mi ambición".

CINCO Y A pedazos cierra todo lo entero que puede sentirse, así: "Estamos en permanente evolución, nunca somos los mismos que ayer. Cambiamos sin cesar y no hay vuelta atrás. Mi mundo ha dado un vuelco inesperado; se ha visto arrasado, reconstruido y transformado, y no puedo hacer nada al respecto. Pero no pienso hundirme; sacaré algo valioso de todo esto".

Afuera sigue lo de antes, lo mismo, el despedazador tsunami seco de ese ahora muy reinterpretable Spain is Different y lo de La Marca España cada vez más parecida a scarlet letter mientras todos esos tertulianos de tv más disparan que apuntan notas en sus cuadernos y libretas y en sus iPhones, en vivo y en directo, hablando con la boca llena de palabras y de palabrerío.

 

Ahí no hay novela pero sí hay mucho cuento, nota y anota Rodríguez.