La pauperización del orden simbólico que distingue a la actual subjetividad interroga algunos de los ejes que hasta no hace mucho articulaban la práctica analítica, por ejemplo: las denominadas formaciones del inconsciente responsables de tramitar los contenidos traumáticos de la psique. Así lo atestiguan las múltiples manifestaciones sintomáticas que tienen el cuerpo como protagonista: anorexia, ataques de angustia, bulimia, adicciones, etc. Sucede que en la época del Otro que no existe, no resulta tan fácil establecer esa atribución de amor y saber que supone la instalación del sujeto supuesto saber y el consecuente llamado a la interpretación y el desciframiento que presta el denominado inconsciente transferencial. Hoy el trauma irrumpe más allá del "guardián del dormir", tal como Freud denominó en un momento al trabajo del sueño. Toda la cuestión está en ubicar la función de defensa que al trauma le cabe ante la pulsión. Aquel hombre que escucha: "¿Padre no ves que estoy ardiendo?" se despierta por el reproche del hijo que él mismo (el padre) crea en su sueño, no por la percepción del fuego en la mortaja del finado pequeño. Se vislumbra una continuidad topológica entre el interior y el exterior que Freud, mucho años después, formaliza en la conferencia sobre Angustia y vida pulsional: "Confesémoslo llanamente: no esperábamos que el peligro pulsional interno resultara ser una condición y preparación de una situación de peligro objetiva, externa" (1). Se trata entonces de ubicar en esa irrupción traumática el rasgo de una singularidad no dispuesta al lazo social: más que formación, una in-formación del inconsciente real. (Por ejemplo, en el caso más arriba citado: la particularidad del goce que trasunta la culpa de ese padre atormentado). Opera allí un nivel de la angustia que ya no corresponde a la angustia de castración sino a la angustia de verse reducido al propio cuerpo. No otra cosa refiere Lacan cuando observa: "¿De qué tenemos miedo? De nuestro cuerpo. Lo manifiesta  ese curioso fenómeno sobre el cual durante un año di un seminario y que llamé angustia. En nuestro cuerpo, justamente, la angustia se sitúa en un lugar diferente que el miedo. Es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos asalta de que nos reducimos a nuestro cuerpo. Es muy curioso que la debilidad del parlêtre haya logrado llegar a esto, a percatarse de que la angustia no es el temor de algo que pueda motivar al cuerpo. Es un miedo al miedo" (2).

1. Sigmund Freud, "Angustia y vida pulsional" en Obras Completas, tomo XXII, pág. 80.

2. Jacques Lacan, "La Tercera" en Revista Lacaniana N° 18, BA, EOL, 2015, p. 27.

*Psicoanalista.