“Andaba todo el día con la cámara”, recuerda Olkar Ramírez, evocando sus días de reportero gráfico para la revista Confirmado, su primer trabajo en Buenos Aires, algo así como medio siglo atrás. “Ahora la metés en la mochila y nadie se da cuenta, pero entonces los fotógrafos cargábamos con un bolso que todo el mundo se daba cuenta para qué era”. 

Con la fotografía colgando de hombro, entonces, bien a la vista, el joven Olkar abría los ojos ante una ciudad que conocería principalmente de noche. “Apenas entré a la revista me mandaron a hacer espectáculos”, explica. “Más que nada porque así el resto de los fotógrafos podía irse a su casa temprano”, se ríe Ramírez, que cuenta que por esa época solía caminar diariamente por Florida hasta la Galería del Este. Cada tanto, casi como una prueba de que estaba efectivamente en Buenos Aires, solía cruzarse con Jorge Luis Borges, que regresaba caminando solo a su casa, cargando con su bastón y siempre con algún libro en la mano. 

Así es como lo fotografió –parado en medio de la calle, con la vista perdida al frente, mientras el resto de los peatones camina a su alrededor sin prestarle demasiada atención– en una de las tantas imágenes rescatadas en el inabarcable Historia ilustrada de un fotógrafo-actor, un libro lleno de vida, la suya, pero cuyo derrotero serviría para llenar varias. Porque, además de fotógrafo, Olkar fue actor, bailarín, mimo, clown y un viajero incansable, que cumplió con su sueño de formar parte de eso que veía a través de la cámara, y consiguió pasar del otro lado. Una vida múltiple y agitada, que fue de la noche del Di Tella a la del Parakultural, del Canal 10 de Córdoba a Danza Abierta en el filo de la dictadura, paseó por Colombia, Venezuela, Europa y de regreso a su Córdoba adoptiva –su lugar de nacimiento fue Montevideo–, idas y vueltas contenidas en un libro que su autor se pasó casi una década imaginando, soñándolo, organizando el material, rescatando fotos y descubriendo personajes, y que presentará orgulloso el próximo domingo en la ciudad donde supo fotografiar a un Borges que paseaba anónimo por Florida, los ojos ciegos bien abiertos, al igual que un Olkar que por entonces recién descubría ese mundo del que quería ser parte a través del lente de su cámara.   

“A esta altura ya me creo más actor, mimo y no se qué, antes que fotógrafo”, concede Ramírez desde sus 78 años. “Porque el actor lo llevás dentro, mientras que con la cámara dependés de una máquina. Yo puedo actuar en cualquier momento, ahora mismo soy un actor, mientras que fotógrafo no. Pero si tengo una cámara en la mano, lo soy. Porque tengo mirada fotográfica, y una manera propia de ver la luz y el encuadre”. En el largo camino de va de fotografiar a ser fotografiado, Olkar empezó incluso un paso antes, trabajando en el laboratorio para una madre fotógrafa, que se había sabido ganar la vida en Montevideo coloreando las fotos que se exhibían en la puerta de los cines. Ya en Córdoba, su madre recorría los barrios sacando fotos. “Tenía 16 años y odiaba hacer sociales”, recuerda Olkar. “Pero aprendí a revelar, a retocar, a pintar las fotos. Me fascinaban los químicos, que aparezca la imagen en el papel”. Fue ese saber el que lo llevó a ingresar en el flamante Canal 10 de Córdoba, en el laboratorio fotográfico. Pero no paró hasta hacer cámara, el primer lente a través del que se ganó una vida que, cinco años más tarde, cuando dejó Cordoba para probar suerte en Buenos Aires, tendría como centro la fotografía. 

A la hora de definirse dentro de su oficio, Olkar elige empezar por la clase de fotógrafo que no es. Deportes, dice, es algo que nunca le gustó. “En el Mundial ‘78 me mandaron a sacar fotos. ‘Tenés que traer el gol’, me dijeron. Pero nunca pude. ¡Ni un gol saqué!”, se ríe. “Lo que me gusta es el retrato, la luz, el instante en que un bailarín está saltando”, enumera, y se entusiasma recordando que gracias a la fotografía pudo estar al lado de sus ídolos. “Cuando Serrat vino por primera vez, ahí estuve yo con mi cámara. Y cuando Maurice Chevalier vino a despedirse, también”. Ser fotógrafo ante las cosas mas hermosas que se pueden ver a través de una cámara, explica, le despertó la idea de estar del otro lado. Entonces, sin dejar la fotografía, empezó a estudiar expresión corporal, danza clásica y moderna, mimo con Elizondo. “Cuando Marcel Marceau actuó en Córdoba, quedé conmocionado”, recuerda. “Le robé una etiqueta de su valija, que decía ‘Compañía de Mimo’. Pensé que era una señal”.

Una vez que el fotógrafo empezó a convivir con el actor, ambas carreras dialogaron inevitablemente entre si. Por ejemplo, Olkar se encargó de las fotografías de Litto Nebbia desde el comienzo de su carrera solista, y para la presentación del disco Melopea convocó a Olkar, que presentó su primer obra en solitario. Los viajes también fueron eslabones en su búsqueda de libertad, tanto laboral como expresiva: después de conocer Europa, decidió trabajar por su cuenta y sin horarios. A Colombia y Venezuela viajó con una muestra de desnudos masculinos que ni siquiera podía imaginar presentar en la Argentina de mediados de los ‘70, y también con una obra. Fue por tres meses, se quedó dos años. Volvió en plena dictadura, pero logró pasar desapercibido. Ni el fútbol, ni el rock, ni la política: la vida de Olkar nunca estuvo cerca de la argentinidad al palo. “El rock me gustaba, sí, pero es de las estrellas. No encontraba qué hacer ahí”, aclara Olkar, que empezó fotografiando el trabajo de Oscar Araiz en el San Martín y terminó convocado por Jaime Kogan para sacar fotos en el Payró. Así como lo podía llamar Sara Facio, trabajaba con Silvia Vladimirsky o Ana Itelman, para terminar encarnando a Juan Uno en El exilio de Gardel, y finalmente formar parte de la explosión creativa y generacional que tuvo como epicentro el Parakultural, junto al Clú del Claun, Batato Barea y las Gambas al Ajillo.    

Los nombres y los tiempos se multiplican, entremezclan y aceleran, pero todo encuentra su lugar en las contundentes 500 páginas y dos kilos del libro que Olkar estará presentando el próximo domingo. “Nunca me imaginé que iba a terminar siendo tan grande, pero cuando nos dimos cuenta no por eso dejamos de meterle cosas”, se enorgullece el responsable de tantas imágenes y tantas escenas. Para quienes formen parte de la generación del fin del siglo pasado, el nombre de Olkar Ramírez le sonará vinculado al tango, porque a eso se dedicó durante los ‘90. “Nos dio de comer como un relojito”, dice el responsable       –junto a María Pantuso– de los jueves de tango en el Parakultural o La Trastienda. “El tango siempre estuvo y tenía su calendario. Lo que nosotros hicimos es acercar una nueva generación”, calcula Olkar, que en el último tiempo regresó a Córdoba, donde recibió un reconocimiento a su trayectoria. Vuelve ahora con su vida hecha un libro que –como su vida– son muchos libros. Y al mismo tiempo es el (él) mismo: Olkar Ramírez, el hombre que fotografió y fue fotografiado. Y supo vivir para mostrarlo.


“Ahí estoy al fondo, con la única cámara que teníamos en el Canal 10 de Córdoba, éramos pobres pero hacíamos milagros con esa cámara. Y también maravillas. Cuando llegué a Buenos Aires y vi que un informativo se hacía con cuatro cámaras, me dije que eso no era para mí. Y me pasé a la fotografía. Esa foto fue sacada entre 1962 y 1965, las mujeres que están en primera fila me retrotraen enseguida a la época, con esos peinados a la moda, con spray. Fue la primera visita de Sandro, que me volvió loco, porque se agachaba de golpe y se iba para otro lado. Desaparecía de la cámara, y tenía que buscarlo. Y esa otra es Canela, que trabajaba en la fábrica de Industrias Kaiser, y un día apareció por el canal. En realidad se llamaba Gigliola, el nombre de Canela se lo puso trabajando con nosotros. Esa foto es un retrato que le hice cuando se estaba batiendo el pelo. Con ella apareció su hermana Dimma, eran unas bellezas. Sacándoles fotos me empecé a enamorar de la cámara y de las cosas que podía hacer, como podía atrapar lo que veía, y tenerlo en una foto”. 


“Cuando empecé con la fotografía en Buenos Aires, iba a los teatros y pedía permiso para sacar fotos durante la función. Después pasaba con las muestras para que elijan los actores y me las compren. Me hice amigo de un actor que iba a actuar en El dependiente, y me presentó a Leonardo Favio, que me invitó a sacar fotos para él durante el rodaje. Tuve carta libre, y me hice muy amigo de Carola, la que después fue su mujer, con la que entonces recién estaba de novio. Eramos los que no teníamos nada que hacer durante el rodaje, así que andábamos de aquí para allá, sacando fotos. Cuando terminaba un rollo hacía copias y se lo mostraba: estaba feliz, no tenía que andar vendiéndole fotos a nadie más, sólo a Favio. Fue mi primer trabajo fijo, antes de entrar a Confirmado. Después seguí yéndolo a visitar a su departamento sobre Arenales, y le sacaba fotos con su hermana. Pude seguir con la rutina de estar con ellos y sacar las fotos que quisiera”.


“Así como me enamoré del trabajo de Oscar Araiz en el San Martín y pedí permiso para sacar fotos en los ensayos, lo mismo me pasó cuando empecé con el teatro de revistas y bajé a los camarines. Esa foto de Tato Bores es de esa época. Era un mundo fantástico, con las ropas colgadas por todos lados, las coristas cambiándose, los cómicos. Estaban todos ahí, y yo no paraba de sacar fotos. La unica foto que no saqué y aún hoy me arrepiento es cuando conocí a Moria Casán. Fue amor a primera vista de una mujer impresionante, hermosa, con una flor en la oreja o no sé donde. ¡Era divina! No entiendo cómo fue que no saqué esa foto, y aún lo lamento. ¡Pero la ví!”  


“Cuando volví de Venezuela me llamaron de una revista cultural hoy olvidada, llamada Promesas del paraíso. Para el primer numero tuve que fotografiar a Charly García y Luis Alberto Spinetta, y las sesiones no podían haber sido más diferentes. Para Charly teníamos media hora nomás para la nota y las fotos, fue en su departamento en San Telmo. En cambio el periodista era amigo de Spinetta, y con él fue todo distinto. Estuvimos toda una tarde, y compartimos fue su vida de todos los días, con su mujer, su hijo, sus instrumentos. Para ese primer numero de la revista también fotografié a Litto Nebbia, que fue el primer músico con el que trabajé, y a través del que fui conociendo a todos, porque él los iba invitando a sus proyectos, y después para los artistas de su sello, Melopea. Así conocí al Beto Satragni, e hice las fotos para el primer disco de Raíces. Cuando las busqué descubrí que en ellas aparecía un jovencísimo Andrés Calamaro”.


“A Las Gambas al Ajillo les saqué fotos como a todos los del Parakultural, porque era fotógrafo y también su compañero de escenario. Además, yo era amigo y había actuado con María José Gabin, y con Alejandra Fleichner fuimos pareja: vivimos y compartimos proyectos durante unos cuatro años. Cuando nuestros caminos se fueron separando fue que se formaron las Gambas. Todo lo que hicimos en esos años anteriores, los trabajos con Silvia Vladimivski, Nucleodanza o el primer taller de clown con Cristina Moreira, nos fue llevando hacia lo que terminó siendo el Parakultural. Era un lugar que se llovía y terriblemente húmedo, tirabamos aserrín para que se secase el piso. En el taller de clown fue que conocí a Batato Barea, que era... raro. Tenía una cierta distancia con él. Era insólito: en ese taller cuando salía a cumplir la consigna que pedía Cristina, se quedaba parado sin hacer nada, o hacía algo que nada que ver con el pedido. Ese era su humor. No lo hacía de estrella, pero era un tipo que atraía la atención así. Era algo inmediato”.   


“Esa es una foto muy rara y creo que nunca nadie la vio antes. Incluso en un momento pensé en no ponerla, me dio pudor mostrarlo así. Es una típica foto de final de sesión, con el modelo ya medio en bolas, una de las tantas que le debo haber sacado a Bergara Leumann. Trabajar en Confirmado me dio la oportunidad de conocer a mucha gente, con la que después me fui relacionando y trabajando para ellos. A Bergara no solo le hice fotos, sino que me llamó para que le diese clases de expresión corporal. ¡Pero él no podía hacer los ejercicios que yo le pedía! Estaba tan gordo que sólo me miraba mostrarle lo que tenía que hacer, y él después ni se movía. Es una foto de una época en que nos veíamos mucho con Andrés Percivale y él, porque nos veíamos en un taller de Barracas de un amigo de ellos, donde cada uno daba su clase los sábados”. 


Olkar Ramírez presenta Historia ilustrada de un fotógrafo-actor con un espectáculo audiovisual preparado especialmente, y la presencia de algunos de los retratados en sus páginas, el domingo 21 en el CAFF, Sánchez de Bustamante 772. 

A las 19. Entrada: un alimento no perecedero.