Quince años pueden no ser demasiados, pero sí lo fueron para el cine de terror estadounidense, que en ese periodo recorrió un amplio espectro que abarcó desde los slashers tardíos de fines de los 90 y principios de los 2000 hasta la actual consideración de varios de sus directores contemporáneos como auténticos autores, con James Wan como caso emblemático. En el medio hubo una breve ola de remakes de títulos del llamado J-horror, de la cual sobresalió una reversión de Ringu (Hideo Nakata, 1998) titulada The Ring y conocida aquí como La llamada (2002). Aquél era un universo ya clausurado que difícilmente ameritaba otra visita, pero Hollywood volvió no una sino dos veces. La última de ellas, a cargo del andaluz F. Javier Gutiérrez (Tres días, editada hace unos años en DVD), replica gran parte de los mecanismos de su predecesora pero apuntando ahora al público adolescente.

Claro que el reajuste etario es apenas una lavada de cara tecnológica: aquel VHS con imágenes surrealistas cuya visión causaba la muerte siete días más tarde, ahora es un archivo de video con efectos similares. El resto es más o menos lo mismo, con una parejita –y no una madre– intentando procurar el descanso pacífico de Samara, el fantasma asesino. La llamada 3 se toma sus buenos minutos para empezar, y no precisamente por una búsqueda poética o estética, sino por un guión al que le falta una última pulida. Recién sobre la media hora, después de una larga introducción a bordo de un avión, dirigida a que los espectadores ingresantes a la saga no se pierdan nada de lo que lo vendrá, y la presentación de rigor del trío protagónico, queda en claro cuál será el hilo del relato: la chica de larguísimos pelos negros –y ahora visiblemente digital– se viraliza en un grupo de investigación universitario timoneado por un profe (Johnny Galecki) que compró una vieja videocasetera y no tuvo mejor idea que poner play.

El “pasó” la maldición compartiendo esas imágenes con un tercero, y desde entonces se dedica a ver de qué se trata. Una de los integrantes del grupo y su novia lo ven, pero el archivo de ella contiene una serie de fotogramas que los otros no, excusa ideal para que salgan a la ruta a investigar. Lo que sigue es un film de manual, con personajes pintados a brocha gorda, previsible en su desarrollo narrativo y con algún que otro susto generado a puro oficio, pero siempre sobrevolado por el peso del pasado ya gastado de la saga. En un elenco poblado por ilustres desconocidos brilla la figura del enorme Vincent D’Onofrio, que con su interpretación de un ciego que sabe bastante más que lo dice le insufla una dosis extra de inquietud y misterio a un relato que, sin él, sería todavía más rápidamente olvidable.