Es uno de los más grandes --y felices-- malentendidos de la música: el disco se llama The Dark Side of the Moon, pero no trata sobre la Luna. Y sin embargo, millones de personas volaron, vuelan y volarán por el espacio con él. Cuando Pink Floyd empezó a darle forma a las canciones apenas habían pasado tres años desde el alunizaje: era 1972 y Roger Waters le daba vueltas a la idea de un disco que hablara del estado general de locura que acosaba a la sociedad. El ejemplo más cercano y concreto era su propio compañero Syd Barrett, a quien habían expulsado de la banda en 1968 debido a un estado mental por lo menos delicado. Pero Waters, y David Gilmour, Rick Wright y Nick Mason eran más ambiciosos que la NASA. El disco que empezaron a grabar en junio iba a demostrarlo.

El lado oscuro de la Luna es, qué duda cabe, uno de los discos universalmente conocidos de la historia. La tapa de Storm Thorgerson y su grupo de arte Hipgnosis ayuda bastante en el reconocimiento. Pero ante todo está la música. Las canciones podían hablar de dificultades en las relaciones humanas, del paso del tiempo, la alienación y la locura pura y dura --sobre el final suena una cancioncita llamada, ejem, “Brain Damage”--, pero clavarse los auriculares y lanzarse a volar en la nave Pink Floyd se convirtió en un rito ineludible.

Entonces, a la hora de ese “Eclipse” que cierra el disco, uno ya vivió más aventuras que Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins. Pink Floyd encontró en su octavo disco de estudio el primer hit que trascendió a los amantes de “la progresiva”: quizá por la permanente actualidad de su lírica, “Money”, escrita en la deforme métrica de 7x4, dominó las radios planetarias. Pero detrás de ese éxito están algunas de las canciones más conmovedoras (en todo sentido) de la banda londinense. Está Gilmour deteniendo a las estrellas con su voz en “Us and Them”, el pulso preciso y urgente de “Breathe”; están los campanazos de “Time” y la demoledora coda final en la que Waters afirma que “todo bajo el sol está afinado, pero el Sol está eclipsado por la Luna”.

Y está claro, una de las canciones-monumento del rock, que ya era maravillosa de por sí pero se ganó la eternidad cuando el jovencísimo técnico Alan Parsons hizo cruzar las puertas del estudio a Clare Torry. La cantante afirmó después que cuando terminó su toma de “The Great Gig in the Sky” se fue llorando, convencida de que lo había hecho pésimo. La historia se encargó de demostrarle lo equivocada que estaba.

 

 

Quizá porque la Humanidad toda lo quiso tener en disco, casete, magazine, CD, nuevamente disco de vinilo o el formato que fuera, The Dark Side of the Moon ostenta el record de 900 semanas presente en el ranking Billboard. Le han hecho mil versiones y revisitas. Es conocido el ejercicio de ponerlo en sincro con El mago de Oz (1939) y alucinar con las coincidencias. Da para eso y más: será que la obra magna de Pink Floyd es tan eterna como el alunizaje.