Un encuentro imposible entre dos personajes a miles de kilómetros de distancia, un diálogo curioso entre lenguajes distintos, dos artistas nacidos en el siglo XIX que jamás se conocieron pero que coinciden sobre un escenario ya entrado el siglo XXI: el pianista francés Erik Satie y el escritor porteño Macedonio Fernández charlan sobre la vida, la muerte y el arte (y los críticos) en Satidonio, los sábados de julio a las 21 en el C.C. 25 de Mayo (Triunvirato 4444). “Es una obra difícil de catalogar, y eso también es interesante para hacerla”, destacan a Página/12 la directora Vanesa Weinberg y Damián Dreizik y Marcelo Katz, que le ponen el cuerpo al escritor y el pianista. “Es una obra de teatro, pero también es un concierto; hay un actor que toca un poco el piano, hay un músico que actúa mucho. Por eso el nombre, Satidonio, porque no es solo ni Satie ni Macedonio”, coinciden los tres sobre el espectáculo.

Fernández fue abogado y hasta llegó a ser juez en Misiones; Satie ingresó al conservatorio de música de París y lo echaron por “falta de talento musical”: ambos debieron torcerle el brazo al destino para sumergirse en lo artístico. Para ello, también contaron, de una manera o de otra, con la ayuda de Jorge Luis Borges en el caso del argentino y de Claude Debussy en el del francés. Dreizik recuerda que estaban trabajando con textos del escritor y “apareció Satie. Leímos simultáneamente las dos obras, y encontramos una familiaridad. Había una apuesta de ellos a un proyecto musical y literario diferente, una mirada común desde el humor casi absurdo sobre su época. Algo de esos dos mundos nos llevó a experimentar a ver si había una convergencia”, explica, y Wainberg confiesa que le hubiera gustado presentar a los artistas en cuestión, y los tres ríen. “Se hubieran llevado muy bien, y el espectáculo es un poco eso”, propone.

Con una puesta en escena minimalista, de solo el piano y una máquina de escribir, el juego de luces construye diversos climas, que enmarcan los diálogos entre los dos personajes, construidos con palabras que ambos publicaron en diversas oportunidades: el teatro construye mundos e historias alternativas con retazos de lo ya acontecido, y recupera un humor absurdo, entre la ironía y la observación cotidiana. “Para mí, Groucho Marx tiene mucho de Macedonio”, analiza Dreizik, y detalla: “Es como un humor non sense, el absurdo que funciona. Eso es algo que nos atrajo: el humor, que no está en la literatura ni en la música, y sin embargo...”, y Katz suma a Satié, donde -dice- hay humor en lo musical, “en la forma de la música, en el uso de la armonía. Su trabajo con la música tiene un humor irreverente que es sonoro. Eso es lo loco. No es solamente un chiste interno musical”, se entusiasma el pianista.

-Es una obra de teatro, pero también un concierto, y por momentos hay recitados literarios. Incluso hay momentos de diálogo entre música y texto ¿Cómo se articulan esos diferentes lenguajes?

Vanesa Weinberg: - Se fue armando. Hice la selección de los textos por temas (el nacimiento, la muerte, la literatura y la música) y después Marcelo proponía diferentes músicas de Satié y así se fue armando la obra. En un momento dijimos “nos metimos en una muy difícil”...

Marcelo Katz: -Hay una resonancia de la época, una mirada del surrealismo. Nosotros hablábamos mucho de esa cosa onírica, hay mucho de ese juego que nos permitimos. Revivir algo de esa época, que la obra revaloriza el no sentido, pero que esté presente ese no sentido. Hay mucho en la obra de Satié que recupera esa cosa onírica, vivir en un sueño.

Damián Dreizik: -Es como un trabajo de edición cinematográfico. Fue muy interesante la cuestión dramatúrgica de los diálogos entre personas que jamás se conocieron, porque todos los textos son de Satié y Macedonio. Ahora es una obra, y la vez un concierto, y también algo plástico. Hubo un sincretismo de lenguajes que resultó después de mucha prueba y error. Vamos por el pensamiento lateral, no ser tan racionales. Al entregarnos a ese lenguaje onírico también aparece un sentido, una narración: estos dos personajes se encuentran en algún lugar y empiezan a conectarse.

La dirección de Weinberg construye una serie de escenas que se articulan sobre pequeños detalles que le dan continuidad a un relato imposible. Y lo logra sostenida en un actor que toca (un poco) el piano y un pianista que actúa, que al salir de sus zonas de confort aportan una naturalidad ensayada a Satidonio, que en octubre repone en Andamio 90. “La única certeza es la invisibilidad del presente”, escribió Fernández, y esta buscada incomodidad de los artistas le da una corporeidad artística a ese encuentro ficticio.

-En la obra ponen el cuerpo para cruzar las fronteras de sus disciplinas. ¿Cómo se vive eso desde el escenario?

D.D.: -¡Ahora quiero ser músico! (risas) Es bárbaro, porque es la posibilidad de meterse en un lenguaje que desconozco, y que veía muy ajeno. No toqué un instrumento en mi vida, y asomarme en este mundo musical es también meterse en otra lógica.

M. K.: -Cuando Vanesa me dijo que quería que hablara yo me asusté. ¡Cómo voy a hablar! Soy músico... (risas) Tenía mucha vergüenza de hablar en público. Pero lo que pasó es que empecé a vivir el texto como si fuera parte de la música. En los textos hay algo musical, y me entregué desde ahí.

Satié dice que nació muy joven en un tiempo muy viejo, y Macedonio le contesta que el universo y él nacieron juntos en 1874, porque no se conoce un yo que haya nacido sin mundo. A ambos les tocó transitar una época en la que no estaban del todo a gusto ¿Es imposible ser profeta en su tiempo? Dreizik sentencia que “hay algo anticipatorio en las obras de estos autores”, y le cede la palabra a Katz: “Eran grandes observadores de la rigidez de las formas, y jugaban con qué pasa si la forma no es rígida. Como cuando me piden que toque algo con forma de pera... Están más allá. Contestan de una forma lateral, con arte”, destaca, y Weinberg agrega: “Estaban desenganchados de su época. Su sociedad era más rígida que la de hoy, pero eran muy libres en su pensamiento y muy fieles a él. Satié en sus conciertos ponía carteles Se aconseja no venir, y Macedonio se encerraba en un placard y escribía a la luz de una vela. Se salen completamente del molde”, concluye la directora.