Es 20 de julio de 1969. Ricardo Bartís tiene 19 años y saborea un choripán en la costanera junto a dos amigos. Observa la luna esa noche y no le parece posible que un grupo de hombres haya llegado hasta allí, sin embargo ya le otorga al acontecimiento una lectura política. María Onetto tiene nada más que dos años. Su papá murió recientemente, y semejante proeza se mezcla en el ambiente familiar con la ausencia y la falta. El humano todo lo puede y a la vez puede apagarse de repente, y ya no poder nada. A Norman Briski el asunto le pasa por al lado. Prefiere el sol, porque "no se apaga con el agua". Claudia Piñeiro es una niña de menos de una década que ve cómo su abuelo despotrica frente a la pantalla contra mentiras e imperios. Unos años más tarde, un jovencísimo Miguel Rep entrega a una revista su primer dibujo, vinculado al alunizaje, que produjo en él fascinación.

La luna es hierro y minerales hechos de magnesio, oxígeno y sicilio, pero a los ojos del poeta es misterio y magia. Y es una obviedad que, desde los tiempos más remotos, aparece como una poderosa presencia en el arte, en todas sus expresiones. Incluso resulta muy fácil encontrar registros de cómo la hazaña que protagonizaron Armstrong, Collins y Aldrin impregnó la cultura popular de la época, sobre todo si se mira hacia los países implicados en la carrera espacial. Pero, ¿qué pasó entre los creadores locales? ¿Cómo miraron este acontecimiento? ¿Los movilizó de alguna manera? ¿Les pasó por al lado completamente? ¿Influyó en sus imaginarios? ¿Consideran que en las disciplinas en las que trabajan hubo algún tipo de cambio a partir del hito? Página/12 consultó a referentes del teatro, el cine y la literatura para que aporten resonancias políticas, familiares y culturales del alunizaje. 

En Ricardo Bartís, el recuerdo llega con aroma a choripán: tenía 19 años y paseaba con dos amigos por la costanera. "Estaban esos viejos carritos que había, chiquititos, con un televisor, donde había unas imágenes ininteligibles y oscuras. Obviamente era un televisor blanco y negro, y se veía confuso", relata el director del Sportivo Teatral. "Eramos tres muchachos de Palermo que habíamos terminado comiendo un sánguche de chorizo, y salimos a la costanera y mirábamos la luna. Nos parecía imposible, como si fuera una absoluta abstracción, la posibilidad de que hubiera llegado un cohete hasta ahí y hubieran bajado unos hombres." 

Faltaban años para que a "Bartolo" le "picara" el teatro. Teatro el suyo siempre unido a una mirada política, se sabe. Sin embargo, en ese entonces, saliendo de la adolescencia, otorgó al episodio una lectura política. Aquél era el logro de un imperio que avanzaba en tecnología y ciencia, "el mismo que estaba masacrando al pueblo de Vietnam". "Mientras, nosotros sufríamos a un soldado de la causa, como era Onganía", agrega. También, tenía una sensación "muy nítida" de que se terminaba una época. "Parecía que se terminaba ese tiempo con una hipótesis de éxito del hombre en relación a la ciencia. Se estaba diluyendo esa sensación de que, a lo mejor, la ciencia iba a estar al servicio de la vida cotidiana", analiza.

En cuanto al teatro local, Bartís no cree que el alunizaje lo haya influenciado de "manera directa", pero sí en "sentido poético": "Sigue aludiendo a ese viaje, esa trascendencia. La experiencia que permite después constituir el relato. Alimenta la perspectiva de la necesidad que tiene lo humano de trascendencia y de construcción de experiencia para poder relatar. Ir a la luna para después contarlo, por decirlo ingenuamente".

Norman Briski no aporta detalles de cómo lo experimentó. No le debe haber importado mucho ("prefiero el sol, que no se apaga con el agua"). "Cuando los hombres escuchen más, van a estar mirando la luna", advierte. "La razón por la que se llega a ella es típicamente tecnológica. La Unión Soviética y el imperio americano llegaron más o menos juntos para no encontrar ninguna flor ni un yuyo. Los poetas llegaron 20 veces más lejos a lugares casi más floridos. Todo lo que hicieron después se vendió masivamente. Qué raro que todos los aparatos de la guerra y la conquista espacial sean para hacer después negocios", opina el actor, director y maestro. 

El director de Potestad fue uno de los pocos creadores porteños que se le animó a la ciencia ficción en el circuito del teatro independiente dentro de los últimos años. Otro fue Javier Daulte (ver recuadro). Hace dos años, el dueño del Calibán estrenó Unificio, una obra con ecos de Godard en la que toda la humanidad convivía en el mismo edificio. "Se abandonó la luna. La dejaron tan desértica como antes. Mientras no haya una sociedad más linda es mejor que no conquisten el espacio. Va a ser para lotearlo con edificios. O con los unificios, que tanto investigamos, para la verticalidad que vuelve loco". 

María Onetto, que justamente trabaja en la nueva versión de Potestad, dirigida por Briski, es una actriz de carácter más bien realista, con la excepción de este trabajo, que le permite desplegar osadas y japonesas herramientas. Quizá por esta razón suena bastante lógico que el acontecimiento no le haya repercutido desde el punto de vista creativo. Pero sí, revela ella, suele prestar atención a los planetas y especialmente a las influencias de la luna "sobre la materia" y sobre sí misma. Otro modo de apreciar al satélite, que en la astrología representa el universo emocional del ser, así como también la figura y las energías maternas. 

"Que hayan llegado a ella hace 50 años tiene un valor sobre mí", expresa. Su manera de vivir el evento está atravesada por una "paradoja". El arco dramático de su biografía a contramano del arco de la Historia. Tenía sólo dos años. Hacía menos de uno que había fallecido su papá. "Semejante muestra de posibilidad humana, de algo que se creía muy remoto, nuevo y que parecía imposible, debe haber generado en mi ambiente familiar una situación de fascinación y a la vez de impacto, de que mi padre no pudiera ver eso. Era una muestra de todo lo que podían los seres humanos, y en mi caso se estaba viviendo una situación de que había un ser humano que no había podido seguir viviendo", contrasta Onetto. 

"En relación al arte, la llegada del hombre a la luna no me influye. Sí, tal vez, es un elemento más que me confirma algo que pienso, sobre lo poderosas y misteriosas que somos las personas. A lo que podemos llegar. Es una idea que me resulta interesante y estimulante. Pero otras veces la padezco: cuando la humanidad no concreta lo que uno quisiera, siendo tan poderosa, es frustrante", dice la actriz.

Mariela Asensio trabajó en una obra llamada Esto también pasará (2014), de Mariano Saba y Andrés Binetti. En una nave espacial hecha de basura, se desarrollaba una historia de ciencia ficción que buceaba en los tópicos de la lengua y la nacionalidad. Asensio encarnaba a un ser de otro planeta. "La llegada del hombre a la luna ocurrió antes de que yo naciera. Cuando aparecí en este mundo eso ya había pasado; la información ya estaba instalada. Por eso nunca fue para mí una novedad, un acontecimiento que me pudiese modificar. Creo que el carácter metafórico de la luna tiene una presencia constante en todas las formas del arte. La pisaron y sabemos que está hecha de determinada manera y tiene determinadas características, pero su magia sigue intacta. Me parece una buena noticia para los que escribimos", opina la directora y dramaturga.

Como en el caso de Onetto, en Claudia Piñeiro las huellas del Apolo XI también son sobre todo familiares. "No me importa tanto, para mí es un dato. Era chica y no me pareció una locura. Me parecía que estaba dentro de las cosas posibles. Me quedó marcado mi abuelo materno, que decía: '¡es mentira! ¡Es una película que filmaron los yanquis!' Yo estaba convencida de que era verdad, y pensaba: '¿a quién le creo?'". El episodio no contaminó directamente su literatura, pero sí conecta con tópicos que le interesan como artista. "Cualquier cuestión de viaje fuera de los confines de la Tierra me produce angustia. El concepto del infinito tiene que ver con la muerte. Son dos obsesiones que se me meten en la literatura", explica la escritora con luna en Libra. En medio de la entrevista recuerda que, en los noventa, trabajando para la editorial que publicaba la revista Predicciones, le encargaron que escribiera un libro sobre el astro opaco.

Un familiar incrédulo aparece también en el relato de Cecilia Rossetto. La cantante y actriz vio la transmisión en la casa de una tía abuela junto a un compañero de la Escuela de Arte Dramático. “No pudimos convencer a mi tía de que lo viera. Nos dijo: ‘¡parece mentira que chicos con estudios se crean semejante bolazo!’”, cuenta.
Ana María Shua cursaba su primer año en la facultad. Estudiaba con una amiga para un examen que tenía que rendir el día siguiente cuando su madre irrumpió en su habitación a los gritos para invitarlas a ubicarse frente al televisor. "Salimos corriendo. Fue sin duda una emoción, pero nosotras seguíamos pensando en el examen. Ahora no me acuerdo de qué materia era. En cambio, la llegada del hombre a la luna abrió una puerta hacia otro mundo". La autora de Los amores de Laurita cree que el hecho tuvo un "significado especial" en relación a la ciencia ficción. "Fue el principio del fin de cierta ciencia ficción dura, mucho más basada en la ciencia que la que se escribe ahora. Un modelo que venía de Julio Verne, y que empezó a cambiar a partir de ese momento. Nos dimos cuenta de que ya no era posible escribir sobre el futuro más o menos cercano, porque nos estaba mordiendo los talones. La imaginación se quedaba atrás. La realidad había empezado a superarla. Había que buscar otros caminos", analiza. 

La conexión del Apolo XI con el cine es bien directa. Desde el vamos, la hazaña está ligada al séptimo arte: es todavía popular el mito de que Stanley Kubrick colaboró con la NASA filmando los seis aterrizajes en suelo lunar. El cineasta Fernando Spiner pertenece al grupo de escépticos que no sabe si el hecho está chequeado. "Aquellas imágenes pueden ser ciertas o ficcionadas, y no haría falta que fuera el genio de Kubrick quien las hubiera dirigido", sugiere. El acontecimiento no lo conecta con un orden emocional o sensible; su lectura es solamente política. "¿Cómo creerles a quienes le han mentido al mundo entero por décadas para sacar beneficios políticos y económicos? ¿A quienes han disfrazado de humanitarias las guerras en las que han asesinado cientos de miles de personas para apoderarse de recursos naturales ajenos, a quienes han hecho de la publicidad su gran verdad cuando sabemos que es la gran mentira?", se pregunta.

A pesar del descreimiento o mejor dicho con él a cuestas, la mismísima luna se filtró en su filmografía. En medio de la crisis de 2001 dirigió Adiós querida luna, con un elenco integrado por los "genios" de Alejandra Flechner, Alejandro Urdapilleta, el Puma Goity y el Negro Fontova. Era una comedia negra del espacio basada en la obra de teatro Gravedad, de Sergio Bizzio. Un film "bizarro" sobre un viaje espacial argentino que intenta destruir la luna para resolver los grandes problemas climáticos que afectan a la Tierra. Era, además, una "historia de traición". "Pensábamos en Malvinas, entre otras grandes traiciones sufridas en nuestra historia. Y estábamos en medio de otra gran traición: la del neoliberalismo que estalló esos mismos días", recuerda. "La nave Estanislao fue, en esos días oscuros, un refugio de humor enloquecido junto a esos cuatro iconos del teatro paracultural de los ochenta. Viajamos a la luna todos juntos del modo en que pudimos.”

Santiago Loza, escritor, dramaturgo y director de películas como Breve historia del planeta verde, fue otro de los creadores locales que a su modo "pisó" la luna. "No sé qué influencia directa tenga el alunizaje en lo que hago. La imagen de las primeras pisadas, el talco, los pequeños cráteres me acompañan pero nunca supe bien qué hacer con esa memoria prestada", responde ante la consulta de este diario. El dramaturgo nació "un par de años" después del hecho. De alguna "manera extraña", a lo mejor por medio de relatos familiares, conserva el recuerdo sin haber estado. Tuvo la oportunidad de visitar el Museo de la Cosmonáutica en Moscú, donde hay fotos y objetos "muy bizarros" y registros de esa carrera "por llegar antes, por plantar bandera". "También hay unos perros embalsamados, réplicas de los primeros que enviaron y se desintegraron en el Cosmos", detalla. 

Hace unos años, El Perro en la Luna, una productora de animación infantil, le propuso escribir los guiones de una serie acerca de dos perritos que quedaban varados en la superficie del satélite. Esperaban el rescate "como si esperaran a Godot". "Y se preguntaban sobre detalles terrestres, imágenes perdidas en el espacio. La serie nunca se emitió. Está en Internet, se llama Lunáticos. Tal vez era demasiado melancólica para las niñas y niños. Tal vez no era el momento de sus sueños lunares. Lunáticos tuvo el destino de sus protagonistas. Perdidos allá en ese satélite plateado, en otra dimensión. La luna sigue siendo un lugar inalcanzable", dice Loza. Y concluye: "Creo que la idea de pisar la luna me ha dado cierta desazón, siempre. Prefiero su silencio nocturno e inalcanzable".