El ramo de albahaca es tan enorme que Claudio Rodríguez lo abraza para sostenerlo. Se ríe y comenta que lo cambió por una cerveza a un amigo. Porque aquí todos tienen plantas enormes en sus jardines. Y reparte una ramillete a cada uno para que se acomoden detrás de la oreja.  Es aroma de carnaval y símbolo –junto a la harina y el agua– de la Chaya riojana, que conjuga el festejo ancestral y la leyenda diaguita. 

Para los riojanos, febrero es sagrado en esta fiesta popular. Explotan de gente las calles, de día y de noche, con sol y con lluvia. En cada local, plaza y hotel tienen sentado un muñeco gigante que es el Pujllay. De un lado para otro se moviliza la gente de a pie, en bici, moto, auto o camioneta, en grupos y en familia para “chayar”. Hay de todo. Hasta hizo frío con la lluvia de la semana pasada, en las dos primeras noches del epicentro chayero que convoca a veinte mil personas en los espectáculos musicales que se desarrollan en el autódromo de la ciudad. Sergio Galleguillo, Luciano Pereyra, Los Tekis, La Sole, el Chaqueño Palavecino, Los Nocheros, Facundo Toro. Y unos sesenta músicos locales y de todas partes. Pero nadie se queja, todos bailan y el revoleo de harina, a 35 pesos la bolsita, forma una nube constante sobre la ciudad. Es colosal. De pronto, el tercer día amaneció calmo, soleado, despejado. “Acá, todas las familias saben qué tienen que hacer para que pare de llover. Desde las abuelas hasta lo niños han estado ‘trabajando’ para que mejore el clima”, dice Tania Avila y añade que desde hace 48 horas que todos en la Rioja no paran de hacer cruces de sal, clavar un cuchillo en la madre tierra y hasta arrodillarse para pedirle perdón al Tata Dios. Porque “Chaya” es rocío, no lluvia, explica y arranca la camioneta rumbo al paraje La Aguadita, en la montaña, donde los ocho kilómetros de camino de tierra que se sumerge en el monte albergan una procesión de chayeros hacia Rancho Alegre, en “lo de Pino”, el folklorista “Negro” Pino Romero, que abre sus puertas en medio de la montaña para todos los amigos. “Todos” significa unas cuatro mil personas que avanzan por este camino, ataviados con la ropa para vivir la chaya, shorts, bermudas, pañuelo en la cabeza, y remeras, algunas alusivas: “Chaya 2017”. Hasta madres con bebés que toman la mamadera en moto hay. En la movida nadie se pelea. “La consigna es compartir alegría, si venís a chayar, te la bancás”, resume Tania bajo una lluvia de espuma y harina que la cubren y la convierten en una fantasma. Así están todos. Blancos, pintados, mojados y bailando.

Turismo La Rioja / Franco Sartore
Pino Romero abre Rancho Alegre para la ancestral ceremonia de la Chaya.

A CASA ABIERTA En cada barrio de La Rioja capital, cada día de febrero, hay “chayas paralelas”. Alguien que abre su casa y en el patio se comparte música, harina, albahaca y agua. Hay que estar atentos a los grupos de whatsapp o al boca a boca donde se dan los datos precisos de hora y lugar de los sitios –casas o calles– donde hay chayas. Una alegría contagiosa, que luego en la intimidad del baño cada uno descubrirá transformada, de la cabeza hasta los pies, es un menjunje total de engrudo bajo la ducha.

La temperatura trepa desde el suelo hasta la cabeza cuando sale el sol, pero en esta procesión hacia el Rancho Alegre la espesura del monte que cubre la montaña vuelve fresca la media tarde. 

Es el propio anfitrión, el “Negro” Pino Romero –un artista, bailarín de folklore famosísimo y músico que ha recorrido Estados Unidos y Europa– quien recibe a los amigos. A todos los miles que ya dije. En la gran muchedumbre que no para de llegar hay, sin embargo un orden. Y es que todos esperan en el patio de tierra, bajo los algarrobos, que llegue el momento de la bendición del trigo, porque es con el que se hace la  harina y con ella el pan, que se comparte, explican los anfitriones. Pero atenti. Todo esto ocurre mientras una banda de música toca sobre un escenario y en el patio la gente no para de bailar desde zamba hasta chacarera, de a miles, llenos de harina hasta que suena la “Chaya riojana”, el himno de aquí, y la algarabía es genial, explota. Lo mismo ocurre con otro himno: “El Camión de Germán”, tremendo.

Bajan del cerro de a caballo por un sendero, los gauchos traen espigas de trigo. La gente sigue bailando y la música sonando. Se bendicen los frutos. Se hace el pan y la “guagua” (una especie de corona gigante hecha de pan dulce), y cuando la familia se acerca al escenario con gran emoción “Pino” la comparte en trozos con cada músico, con los excombatientes de Malvinas, con un amigo de cada provincia. Se sabe todo de memoria, Pino. Jujuy, Buenos Aires, Chaco, Neuquén y hasta el Pica Juárez, otro de los músicos afamados y populares de aquí… Así enumera a cada uno y  entrega un trozo de guagua a cada uno. Bendecida. Y sigue la fiesta mientras bajo una enramada tres amigos, cubiertos de harina, traen una “cabeza guateada”. Se trata de la tradicional cabeza de vaca elaborada en un pozo en la tierra, cocida a modo de horno de barro. En este caso, la versión es en el horno de la panadería y la gente se arremolina para probar, lo que dicen un manjar, hasta los más reacios tuvimos que aceptar que los sesos y la lengua fueron lo más rico.

Turismo La Rioja / Franco Sartore
Baile y topamiento, primero hombres y mujeres separados; luego todos celebran juntos.

EL TOPAMIENTO De pronto, alguien anuncia que se viene el “topamiento”. Todos corremos para ver. Mujeres de un lado; los hombres del otro. Termina el baile. Se acercan los bandos pero no se tocan. Una, dos y tres veces hasta que se entrecruzan y se transforma en un amasijo amistoso la marea humana. Y ahí, parece, que cada uno elige a cada quien. La masa se confunde. La harina iguala Y el amor triunfa. Viva La Chaya. 

Al final, se quema al Pujllay (que se equipara al entierro del carnaval) y la tarde se apaga. Los chayeros, tal como están, empiezan a retirarse en un lento peregrinar. Algunos descubren una pileta vecina y se sumergen. Para limpiarse y despabilarse. Aquí no hay tutía, desde que está la Ley 840, tolerancia cero al conductor alcoholizado, muchos desisten y dejan su auto y se vuelven a pie. Son diez mil pesos de multa. El secuestro del auto y cinco días preso. Nadie duda. Quieren seguir de festejo, pero abajo, en la ciudad, la noche está llegando y las chayas de los barrios acabaron. Faltan los conciertos de la noche o descansar hasta mañana para volver a bailar y disfrutar la Chaya, harina, agua y albahaca.


UNA COSTUMBRE ANCESTRAL

Harina y también pintura para celebrar el particular “carnaval” riojano.

Cuentan que esta fiesta nació en la época de los diaguitas, entre valles y quebradas, entre el verde y la tierra colorada que abrazan las montañas. Las tribus se sumaban al ritual del agradecimiento a la Pachamama (Madre Tierra), que llamaban Allpa Huama, por los frutos recibidos y para pedir por las cosechas del año siguiente. Y en una de estas tribus vivía una joven llamada Challai, que de tan bella era considerada un homenaje a la Madre Tierra. Algunos cuentan que Challai –La Chaya– se enamoró de un colono rubio que pasaba por la región. Otros dicen que la joven se enamoró del Pujllay, un semidiós picaresco que terminó convertido en el espíritu del carnaval diaguita-calchaquí. Las dos versiones concluyen en un amor que no pudo ser. Ni la joven fue aceptada por la familia del rubio ni el Pujllay correspondió con sus sentimientos. El desengaño, el desamor y la desilusión la impulsaron a retirarse hacia un cañadón entre las montañas riojanas. Y cuando la tribu salió a buscarla, ya punto de encontrarla, la Chaya se transformó en nube y ascendió a la cima de los cerros. Desde entonces, dice la leyenda, cada febrero la Chaya regresa convertida en rocío que se posa sobre las flores del cardón. El Pujllay, entonces ebrio, muere consumido en las llamas de un fogón. Hoy es la alegría la que recorre las calles. El festejo lleva el nombre de ella, la Chaya, y el Pujllay es un muñeco de trapo tamaño real que un poco desgarbado se acomoda como prescindiendo de los vaivenes chayeros, desde su desentierro del primer día hasta el entierro o la quema que pone fin a la fiesta. Y es ahí cuando reina la calma. Cada barrio lo representa. Hay “comadres” y “cumpas” que comandan la ceremonia. Abren el baile en plena tarde. Hay vino, harina, agua y albahaca. La gente espera y una de las jornadas es el “topamiento”. Donde las mujeres eligen a los hombres. Genial.


DATOS ÚTILES

  • Cómo llegar: una frecuencia diaria de Aerolíneas Argentinas, desde 2400 pesos por tramo. Precio total en banda negativa. 
  • Dónde alojarse: en La Rioja Capital, www.naindoparkhotel.com (desde 1656 pesos más IVA); Plaza Hotel, [email protected], desde 1200 pesos habitación single; Hospedaje Qhawana, $ 800. www.qhawana.com.
  • En San Blas de los Sauces: Posada del Monte, de Henry de la Vega $ 350 por persona. Cabañas, $ 500. Tel. (0380) 4428108 y 15 4660592. www.posadadelmonte.com.ar.
  • El Chiflón: Hostería. Ruta Nacional 150, Km 73. www.elchiflon.com.ar. Desde $ 800  por persona).
  • Enoturismo: www.valledelapuerta.com, Vichigasta. Tel. (03825) 490085 / Visitas guiadas: 9.30 – 11.30 – 13.30 – 15.30 ($ 100 por persona).
  • Dónde comer: restaurante La Stanza y Orígenes (del chef Hugo Veliz), platos gourmet entre 120 y 180 pesos.
  • Más información: www.turismolarioja.gov.ar