Cuando el 5 de marzo de 1932, Ismael Pace y José Lectoure inauguraron el Luna Park, en el terreno comprendido entre las avenidas Corrientes y Madero y las calles Lavalle y Bouchard que, por entonces, le alquilaban por 700 pesos mensuales al ferrocarril de Buenos Aires al Pacífico, esa zona era una frontera de la ciudad. La Avenida Madero era el último limite hacia el Río de la Plata y más allá, sólo existía el puerto, desde donde la Argentina abría sus brazos a los millones de inmigrantes europeos que llegaban para conquistarla.

Ochenta y siete años más tarde, ese terreno es uno de los objetivos más ambicionados por los desarrolladores inmobiliarios nacionales e internacionales. En la década del 80, cuando el boxeo empezó a perder su antigua y masiva convocatoria, y en los 90, cuando el viejo estadio se había reconvertido en el teatro más grande de la Capital Federal, con capacidad para 9400 espectadores sentados, Juan Carlos “Tito” Lectoure se cansó de escuchar y rechazar ofrecimientos millonarios en dólares para vender el Luna Park y construir ahí torres de oficinas y departamentos de lujo con vistas a Puerto Madero, el barrio más opulento de la ciudad.

Las ofertas prosiguieron luego de muerte de Tito, en 2002. De hecho, en su edición del 31 de diciembre de 2004, Página/12 dio cuenta de versiones sobre una venta inminente del estadio que circulaban en el ambiente del boxeo porteño. Las mismas se mantuvieron cuando se hizo cargo de su administración el doctor Pedro Antonio Albitos, un astuto abogado cercano a la señora Ernestina Devecchi de Lectoure (tía de Tito y esposa de José), dueña del 95 por ciento de las acciones de Luna Park Lectoure y Lectoure SRL, la empresa propietaria del estadio.

Al abrirse su testamento tras su deceso en 2013, se comprobó que por consejo del mismo Albitos, Ernestina de Lectoure le había legado el Luna Park en partes iguales a la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco y al Arzobispado de Buenos Aires en representación de Cáritas Argentina. A la familia Lectoure le dejó sólo una vieja bóveda en el cementerio de la Chacarita, a pesar de que le pertenecía el 5% del paquete accionario de la empresa.

Por estos días, han reaparecido los rumores de que un poderoso grupo de desarrolladores inmobiliarios europeos estaría decidido a invertir 40 millones de dólares para comprar el viejo estadio, demolerlo y construir en su lugar dos torres de oficinas de alta gama. Y que habría predisposición de parte del arzobispado porteño para concretar el ofrecimiento ante los elevados costos fijos y la escasa o nula rentabilidad de su operación comercial

Pero cualquier operación que se pretenda concretar choca con un impedimento de base: el Luna Park no puede ser refaccionado, vendido y demolido sin una autorización expresa de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos ya que, en 2007, el entonces presidente Néstor Kirchner firmó el decreto 123/07 declarándolo Monumento Histórico Nacional.

Además, la manzana del estadio debería ser rezonificada por la Legislatura porteña ya que actualmente forma parte del Area de Protección Histórica de la ciudad. Por lo que la hipotética compra y venta quedaría sujeta a un acuerdo previo entre la Nación y el Gobierno de la Ciudad que políticamente depende del resultado de las elecciones del próximo 27 de octubre.

Según narran los periodistas Juan Manuel Bordon y Guido Carelli Lynch su libro Luna Park, el estadio del pueblo, el ring del poder, en 2015, el productor Adrián Suar hizo llegar al Vaticano planos y maquetas de un proyecto tendiente a construir en la actual superficie un centro ecuménico multirreligioso. Pero el mismo habría sido descartado por monseñor Mario Poli, quien, como arzobispo de Buenos Aires, tiene hoy la última palabra sobre el destino final del estadio.

En 2017 circuló otro rumor: que la productora brasileña Time For Fun estaba dispuesta a abonarle 23 millones de dólares al arzobispado porteño para tomar a su cargo el edificio del Luna Park y su operación comercial y artística. Pero como en las ocasiones anteriores, el negocio no se cerró. El propio papa Francisco habría recomendado dejar todo tal cual estaba.

Ahora vuelve a hablarse de la venta inminente del mítico escenario de Corrientes y Bouchard para tirarlo abajo y hacer oficinas de lujo. Pero, más allá de la voluntad de las partes para comprar y vender, su condición de monumento histórico y los cambios en la legislación edilicia y urbanística de la ciudad que serían necesarios para viabilizar la operación representan obstáculos tan altos que no parece haber voluntad política capaz de poder saltarlos.