La noticia del conflicto que tuvo lugar en las filas del PO, con la separación, por llamarla de alguna manera, o expulsión, de Altamira y Ramal, debe haber producido una considerable perplejidad en las huestes del FIT que siempre habían considerado palabra santa y profética la del principal afectado, y, correlativamente, una gran alegría en los círculos macristas, cuyo albergue está en la Casa Rosada, y promacristas, o sea los bienpensantes, que están en otros lugares y huelen feo cuando escuchan la palabra izquierda: si es el comienzo de una escisión probablemente el peligro rojo, que se obstina en proclamar que el FMI, que los capitalistas, en fin, para no extenderme en lo conocido, el universo cultivado con pasión por la troupe ”Cambiemos”, perderá votos, para regocijo de los clientes de Clarín, La Nación y otros de esas familias.

Al parecer, el pecado contrarrevolucionario de Altamira consistió en decir “Fuera Macri”, lo que implicó, gracias al sutil aparato interpretativo que distingue a los herederos de Trotsky, la abyecta intención de no votar en blanco en las próximas elecciones para beneficio del kirchnerismo que, como se sabe, es lo mismo que el macrismo. Un episodio de este tipo no es nuevo, existe una larga tradición que podría formularse de este modo: siempre hay un Robespierre para un Dantón o, para el gusto de trostkistas, siempre hay un Stalin para un Trotsky.

Pero esta situación, valga lo que valga, no es la única en estos tiempos de empollamiento de candidaturas: si lo del PO fue bueno por izquierda para el macrismo, el divorcio con separación de bienes de Asseff respecto de Espert, que regocijó a la oposición, no lo fue por derecha. Que el resbaloso Asseff encontrara rápidamente nueva casa, aunque en el altillo, no en la sala principal, prometía dañar a su exconsorte, pero no lo consiguió de modo que por ahí Espert le saca unos cuantos y preciosos votos a exCambiemos, esos jóvenes que no se sabe qué le verían, es notorio que cuando hay separación quienes apoyan a uno se convierten en enemigos del otro.

Otra, más parecida a la precedente, fue la que protagonizó el antiguo representante de CFK en el Senado, el emotivo Miguel Ángel Pichetto; no sorprendió tanto pues desde hace tiempo flirteaba con el macrismo y no ocultaba su deseo de separarse de quien había sido el objeto de su más pura devoción. Lo que hizo fue una verdadera conversión, hay que ver si arrastra a otros que antes lo acompañaban a actuar del mismo modo. Él sí qué consiguió estar en la sala principal, Macri lo trata con un respeto que se parece al amor, lo lleva a todas partes, lo muestra y él, en retribución, no se cansa de ponderar sus virtudes, con lo cual demuestra una potente imaginación. Se ignora a quién este episodio alegró, no seguramente a los radicales que esperarían otro trato, una vicepresidencia o algo equivalente, no sé qué puede ser, tampoco al kirchnerismo, aunque sus voceros muestran cierta indiferencia respecto de ese connubio, no es tan grande la herida que produjo esa separación.

En la misma serie, aunque los signos que lo preceden sean muy diferentes, se puede colocar el pase de Alberto Fernández a Cristina y, un poco después, el de Massa a Alberto Fernández. No se trata en estos casos de conversión sino de convicción o, si es demasiado, en el caso de Massa, de asociación. No hay estridencias ni declaraciones de amor o, yendo un poco más adelante, se trata de estrategias que tienen un objetivo, lograr que el engendro denominado “Cambiemos” se denomine “Rajemos” y actúe en consecuencia, o sea que desaparezca y después se verá.

Más o menos en la misma onda la centrifugación en el grupo de los cuatro ases, cuatro o cinco gladiadores del antikirchnerismo, y no quedan más que dos, que no sé muy bien dónde han ido a parar, si con Lavagna o, el gran enigma, qué hará el triunfante Schiaretti. Ellos tienen, al menos, el encanto del silencio, van y vienen sin decir palabra pero se puede sospechar, no obstante, cierta amargura porque, salvo la de Massa después, no promete un futuro brillante.

Anécdotas, pues, que dan alimento a diarios siempre ansiosos por saber qué harán en la liza electoral determinados protagonistas, o que quieren serlo, pero siento que hay algo más que va en otra dirección: cada uno de los nombres mencionados parece, sólo parece, actuar de acuerdo a una palabra rimbombante, tienen “principios”. Si por eso entendemos ética, comportamiento, coherencia, etcétera, podemos legítimamente dudar de la firmeza de tales principios, pero si se trata de tener objetivos personales, por ejemplo enriquecerse, o conseguir cargos que compensen el dinero invertido en una campaña electoral, se puede decir que los tienen y que las decisiones que toman o tomen van a otra parte, que de ética tiene poca cosa. Ya lo decía Nietszche, “Dios ha muerto, todo es posible”, de qué nos asombramos con esas volteretas.

Así están las cosas y, al parecer, eso es normal e importa poco: se ha visto que multitudes sostienen a quienes ostentan tales particulares principios, el PRO el principal. Antes, no sé cuándo, no era así: los partidos políticos que todavía arrastran su osamenta encarnaban zonas de intereses concretos e importantes para diversos sectores de la sociedad; no podían, en consecuencia, no tener principios pero, poco a poco, esa dimensión se fue opacando y aun desapareciendo: los partidos políticos, como cuerpos vivos, creados a fines del Siglo XIX como modo de establecer un puente entre los ciudadanos y el Estado, han ido entrando en la obsolescencia pero como organizan la permanencia de las instituciones de elección no se puede prescindir de ellos lo cual los ha ido convirtiendo es espectros de los principios que los fundaron y en aparatos electorales o de obtención de beneficios.

Es tal el descrédito de los partidos políticos que importa poco lo que salga de ellos, ganarán o perderán pero el proceso de deterioro continuará su implacable marcha: los movimientos sociales los están empujando, parecen encarnar la forma que tendrá la organización política en un futuro no muy lejano. En otras palabras, los partidos son muertos-vivos y yacen en sus rótulos y envolturas, se puede entrar en ellos, se puede salir de ellos y buscar en otra parte y no pasa nada pero algo pasa cuando las entradas y salidas tienen tal flexibilidad, la política, como la más noble relación de los individuos con la sociedad, sufre, pierde contenido y la sociedad marcha a la deriva.

¿No es esto lo que pone en evidencia con sus volteretas un Pichetto? Se dice peronista pero si el peronismo fue, y para muchos todavía es, una interpretación de una sociedad posible, qué significa que invoque esa pertenencia en relación con su decisión. ¿Era Asseff  un principista junto a Espert y se sintió mal con él porque Espert hirió sus convicciones y principios? Lo más probable es que hubiera pensado antes, cuando se apegó a él, que le convenía secundarlo y como vio que no, optó por quien, Macri, le ofreció un más venturoso porvenir, que puede ser una canonjía o un espejismo, no importa, nada lo ata, más que sus propios principios y ya podemos imaginar cómo y cuáles son.

¿Pesimismo? Quisiera creer que no se trata de eso porque, no obstante, en el mero enfrentamiento a lo que el macrismo le hizo al país, hay una ética y, por lo tanto, una esperanza. Implica una posibilidad de que de esos mismos decadentes partidos surjan renuevos, no sería la primera vez: Yrigoyen disolvió el partido y lo recompuso, Lebensohn reformuló los fundamentos del radicalismo y algo logró, Alfonsín lo cambió, los Kirchner también lo hicieron y lo están haciendo con el peronismo: en esos históricos cortes hay una ética, algo diferente se puede esperar.