Hace dos años, la directora Poli Martínez Kaplun estrenó su documental Lea y Mira dejan su huella. Trazaba la conmovedora historia de Mira Kniaziew de Stuptnik y Lea Zajac de Novera, dos mujeres nonagenarias residentes en Buenos Aires y que, siendo judías polacas, fueron enviadas de niñas al campo de exterminio de Auschwitz. Al pensar retrospectivamente cada detalle relatado, no hay otra manera de llamar a estas dos personas -y a millones más que fueron arrancadas de sus tierras y de sus familias-, luchadoras innatas, apasionadas por la vida. Lo que las mantenía en pie, sin duda, era la esperanza de poder respirar, simplemente, un aire limpio. Sano. Transparente. El film era emotivo por donde se lo mirara y rescataba el valor de la memoria. Ahora, la cineasta presenta su nuevo documental, La casa de Wannsee. Con éste continúa con la reivindicación de la memoria como herramienta indispensable. Pero ahora Martínez Kaplun se metió de lleno en su propia vida familiar, integrada por judíos alemanes que lograron escapar de la persecución y el exterminio nazi. En su nuevo film, la directora rastrea a través de las fotos familiares que se remontan al siglo XIX, la forma de vida de ese entonces, y en el encuentro con su madre y sus tías filma las huellas de la memoria, la resiliencia y el olvido; todos recursos para enfrentar el presente. La casa de Wannseese estrena este jueves en el Gaumont.

Poli Martinez Kaplun es, además de directora cinematográfica, licenciada en Ciencias de la Comunicación. Realizó varios cursos de especialización en televisión y cine, en el terciario de la Escuela de Canal 13 y luego en el Instituto Nacional Audiovisual de Francia (INA), donde residió por dos años. Al volver a la Argentina, abrió su agencia y productora de comunicación audiovisual, donde realiza videos documentales, de capacitación y de productos para compañías del país y Latinoamérica. También co-produce regularmente documentales con la televisión francesa. Su ópera prima, Lea y Mira dejan su huella, fue seleccionada en competencia oficial en 12 festivales internacionales y galardonada con tres premios a Mejor Directora, Música y Edición por la Hollywood International Independent Documentary Awards. La casa de Wannsee es su segundo documental.

El punto de partida de La casa de Wannsee es la propia directora hablando en off, mientras la imagen de su hijo, que llena la pantalla la hace reflexionar cuando el chico decide hacer su Barmitzva. Porque Martínez Kaplun nunca fue practicante. Su familia nunca se definió como judía y no hay rastros de judaísmo en su educación. Sin embargo, la decisión de su hijo le hace preguntarse sobre sus orígenes. Ella se adentra así en la historia familiar y descubre que la identidad judía atravesó profundamente sus vidas. Revisa los álbumes de fotos y las películas 8mm donde aparecen las imágenes de principio de Siglo XX de su bisabuelo Otto, un filósofo judío alemán laico, perseguido por el nazismo. Ochenta años más tarde, la cineasta decide volver a Alemania para conocer la casa de su abuela en la calle Wannsee, a pocos metros de donde se decretó la Solución Final para todos los judíos de Europa.

La casa de Wannsee es una suerte de continuidad en cuanto a la temática de la memoria. "También tiene como punto en común que lo que acontece es durante la Segunda Guerra Mundial. El caso de Lea y Mira era el de dos personas que estuvieron en Auschwitz, fueron llevadas a campos de exterminio y, por milagro sobrevivieron. Y en el caso de esta segunda película es la historia de mi familia, que alcanzó a irse de Europa en 1936; es decir, después de que asumió Hitler y empezaron a perseguir a los judíos, pero antes que empezaran a trasladarlos a los campos", explica la realizadora.

-Esta película también habla sobre la necesidad de la supervivencia, ¿no?

-La persecución empezó cuando asumió Hitler en 1933, sobre todo en Alemania. La Gestapo entró a la casa de mi bisabuelo en Berlín y le quemó parte de su obra. El era filósofo y psicólogo y hacía investigaciones aplicadas de la psicología. Le destruyeron la obra y lo echaron de la universidad. O sea que la persecución la vivieron. Luego, en el año 35 vinieron las leyes de Núremberg y cada vez empezó a hacerse más difícil para los judíos. Y después vino todo lo que vino, los que no se fueron, ya en el 37 fueron deportados a los campos. Después, Hitler empezó a invadir el resto de Europa y deportó a los judíos del resto de Europa a los campos de concentración.

-¿Qué marcas quedaron en la familia de aquel hecho? Porque su película es un poco un descubrimiento que usted hace...

-Sí, yo voy a buscar justamente esas marcas en la película. Me interrogo sobre esas marcas que hacen a cómo cada uno representa su pasado, cómo representa su historia, de dónde viene. Son preguntas acerca de la propia identidad. Sabía vagamente que tenía origen judío. Yo no tuve educación ni tradiciones judías en mi casa. Me he encontrado, a lo largo de mi vida, frente a la pregunta de si yo era judía o no y la verdad es que no tenía mucha idea de qué responder: si era pero ya había dejado de ser, o si era o no era practicante. Y, en realidad, me estaba encontrando con las preguntas que aun hoy son difíciles de responder. Las mismas escuelas rabínicas se preguntan y discuten qué es ser judío. Hay cientos de definiciones acerca de lo que es ser judío. El detonante fue el Barmitzva que hizo mi hijo. El, a los 13 años, me lo comunicó como algo que había pensado y decidido.

-Aun en una casa donde no se hablaba cotidianamente de la religión.

-No. No hacíamos tradiciones. Además, él va a un colegio laico. Así que eso definitivamente requería una pregunta de mi parte y una posición de mi parte: qué le he transmitido yo acerca de esto y por qué él tomó esa decisión y qué le quiero transmitir y cómo lo quiero acompañar con esto. Y qué le quiero decir acerca de esta decisión que él tomó. Ahí, empecé a unir los cabos de otros temas que, a lo largo de mi vida, me fueron interpelando acerca del pasado de mi familia. Mi mamá, por ejemplo, nació en Alejandría. Siempre me pareció muy exótico eso. Mis abuelos vivían en Suiza y no en Buenos Aires. Tengo primos en muchos países. Es una familia muy disgregada. La película me dio muchas respuestas sobre esto. Además, están en el presente los testimonios que yo podía tener de la historia familiar desde mi madre y mis tías que eran las testigos más próximas de esa historia de mis abuelos y de la Segundo Guerra Mundial. Ahí, me topé también con esta cuestión de cómo los relatos tienen que ver con las subjetividades personales. No hay una sola historia. Cada uno tiene su propia representación de la historia.

-Usted nombra a sus tías. Justamente, una de ellas dice, casi al comienzo de la película: "A mí, no me interesa el pasado". Es muy fuerte ese comentario. ¿Qué pensó usted cuando su tía expresó eso, justo usted que está tan interesada en sus orígenes?

-Ahí fue cuando empecé a entender que no hay una manera de ver el pasado. Cada uno tiene sus formas. Y sus formas psicológicas de acercarse a su pasado. Muchas veces, cuando el pasado es traumático, como en el caso de mi familia (porque finalmente fueron desterrados y tuvieron que dejar el lugar donde vivían) eso deja una huella. Fue un episodio traumático en la vida de mis abuelos. En la película yo voy descubriendo qué secuelas fue dejando en las generaciones que les siguieron. Me parece que el comentario de mi tía tiene que ver con eso. Una de las formas de sobrellevar un pasado doloroso, traumático es tratar de no hablar de eso, no mirarlo, pensar en el presente y el futuro. Eso les pasó a muchos sobrevivientes del genocidio, de éste y de otros genocidios. Son situaciones tan traumáticas que mejor no hablar de eso y tratar de conectarse con los bueno de la existencia y eso dejarlo atrás.

-Y la casa le da título a la película. ¿Es un integrante más de esa familia tan disgregada?

-La casa es un gran símbolo porque, de algún modo, ahí empieza. Hay una vida anterior a lo que fue esa persecución. Una vida, además, muy fecunda. Cuando me pongo a buscar, encuentro rastros muy fuertes y personajes muy enteros en la época de preguerra. Por ejemplo, este bisabuelo mío, que era todo un filósofo, profesor universitario contemporáneo de grandes intelectuales de la Europa de preguerra. También habla mucho de lo que fue esa época floreciente en Alemania antes de la Primera Guerra Mundial o entre las dos guerras, entre las leyes de emancipación de los judíos y la Primera Guerra, y entre la terminación de la Primera Guerra y la Segunda. Los judíos en Alemania y en grandes ciudades como Viena, Budapest se integraron a la vida de los "gentiles". Como el caso de mi familia, que eran alemanes como cualquier otro. Luego, empezó esta barbarie de distinguir al alemán que tiene sangre pura del de la no pura. Incluso, revolviendo en las cajas de mi familia, encontré no sólo fotos de esa época sino también fotos de un árbol genealógico que llega a 15 generaciones. Mi bisabuelo tenía un árbol genealógico y había rastreado 15 generaciones para atrás. Incluso, los primeros cinco eran grandes rabinos. Me encontré con un pasado muy rico. Y la casa es un emblema de ese pasado. Es también un emblema de todo eso que se tuvo que dejar. Se dejó Berlín, se dejó esa cultura, esa familia, se dejaron esos amigos y se dejó esa casa que hoy todavía está en pie. Entonces, es ver qué pasó. Fue ir a esa casa a ver que quedó de esa vida tan rica ahí adentro.

-¿O sea que al momento de comenzar con la película usted no sabía que sus antepasados habían sido perseguidos por los nazis?

-Lo sabía, pero desconocía las circunstancias. No sabía en qué momento, cómo, cuándo. Haciendo la película me enteré de muchas cosas, de lo que fue el genocidio. Yo venía de hacer el film de Lea y Mira, que es cierto que es una continuidad porque ya venía preguntándome y metiéndome en la Segunda Guerra Mundial. Y con esta última también me adentré mucho en la realidad de los judíos alemanes, que fueron los primeros que empezaron a sentir el antisemitismo en Europa, los primeros que empiezan a padecerlo.

-¿Cómo es vivir siendo judía ahora?

-Yo siempre tuve un apellido no judío, Martínez. Llevando ese apellido, los que no tenemos apellido judío padecemos menos los rastros de antisemitismo que hay aquí y en muchos lugares del mundo. Yo creo que lamentablemente -y por eso creo también que esta película es muy vigente y tiene una posición política tomada al respecto- la discriminación todavía existe. De hecho, hubo varios genocidios, después del gran genocidio que fue el de la Segunda Guerra Mundial, donde murieron 6 millones de personas en los campos de exterminio, y eso se va reactualizando en distintos focos. Hoy, la extrema derecha gobierna en varios países de Europa. Es decir, que el problema de la discriminación al diferente, todavía sigue existiendo. En toda esta búsqueda lo que se interpela es qué es el judaísmo. Y con la que más me sentí identificada y que fue la que más me gustó es la que tenía el escritor israelí Amos Oz. El decía que finalmente es judío el que se siente y se considera judío. Hay cientos de definiciones sobre lo que es ser judío: si es por religión, por pueblo, por origen, si es por madre judía... Pero el que se siente judío y, además, el que siente que si hay otro judío a quien están persiguiendo, uno se va a sentir identificado con ese a quien persiguen. Y yo me siento identificada en esa definición.