Valeria Edelsztein se recibió de licenciada en Química en la UBA y, con su guarda-polvo, “mezclando tubitos” en el laboratorio, cumplía a rajatabla con el “estereotipo”. Pero, mientras hacía su doctorado, una inquietud comenzó a crecer en ella. “Sentía que algo faltaba, que tenía algo para contar pero no sabía cómo”, le confesó al Suplemento Universidad. La inquietud era tan grande que se la manifestó al biólogo Diego Golombek, director de la colec-ción Ciencia que Ladra, y tomó la forma de su primer libro, Los remedios de la abuela, publica-do en 2011. La divulgación científica la había atrapado.

A partir de entonces surgió una continuación de su obra inicial, un posdoctorado, una columna en el programa “Científicos Industria Argentina”, charlas TED, otro libro –Científicas- y el pod-cast Contemos Historias, que surgió a partir de hilos de Twitter en su cuenta @valearvejita, desde donde se dedica a entablar diálogos sobre ciencia. También pasó de desempeñarse como investigadora del

CONICET en el área de Química a la de Didáctica de las Ciencias Naturales, porque le interesa trabajar sobre “cómo enseñamos y aprendemos ciencias en la escuela primaria”. Pero, ade-más, su aspiración es que la sociedad se adentre en el conocimiento de la ciencia y de sus protagonistas. Porque, como ella enfatiza, “es muy difícil defender algo que no se conoce”.

-¿Qué importancia tiene la divulgación científica hoy, en una época en la que to-davía sobreviven muchos mitos?

-Creo que necesitamos establecer diálogos. La idea de “te voy a hablar a vos, que no enten-dés nada de este tema, acá tenés mi conocimiento” me parece un horror. Sin embargo, se repite mucho. Primero necesitamos establecer un diálogo, por eso me gusta mucho más el término comunicación de la ciencia. Tiene que haber una autocrítica muy fuerte de la comuni-dad sobre por qué no salimos a contar más lo que hacemos, y cómo salimos a contarlo. Por otro lado, es muy difícil defender algo que no se conoce. Necesitamos que se conozca. Las historias ayudan un montón a conectarse con la parte humana de la ciencia. Muchas veces los científicos y científicas se ven como muy soberbios y pedantes, que vienen a decirme lo que consideran la verdad. Hay que luchar contra eso. Cuando hay personas que están en un extre-mo respecto de ciertas posiciones, y pueden llegar a perjudicar la salud de otras personas, ya se convierte en una cuestión de Estado, como con el tema de la vacunación. Invitar a una per-sona antivacunas en un programa de TV es una irresponsabilidad. Ahí tiene que haber una in-tervención estatal. Mi sensación es que estamos permanentemente hablándole a la gente que ya está convencida. ¿Cómo accedemos a otros públicos y que nuestra manera de conversar con ellos no genere un rechazo inmediato? Es muy difícil, pero hay que seguir intentándolo.

-¿Cuáles son las estrategias que encontraste para llegar a esos públicos?

-A partir de mi primer libro, Los remedios de la abuela, terminé como columnista en el programa de Adrián Paenza, “Científicos Industria Argentina”. Aprendí mucho, pero al mismo tiempo no había muchas mujeres haciendo comunicación de la ciencia. Era un territorio bastante mascu-lino. Después vino el libro Científicas, que me permitió explorar un mundo que yo desconocía por completo. Química es una carrera con bastante paridad, pero en la carrera en general no se mencionan científicas, y yo no tenía idea de cuántas químicas existían o qué habían hecho. Después, surgió el podcast Contemos Historias, que apunta a contar historias de la ciencia y sus protagonistas en contexto. La ciencia es una construcción social y humana que está en un contexto determinado, y no puede aislarse. Es importante entender cuándo y por qué se die-ron determinados desarrollos, porque eso hace a cómo se construye el conocimiento. Nos falta la narrativa: todo el contexto es fundamental, y nos encanta que nos cuenten historias. La ciencia es una cuestión humana, no podemos despojarla de esa humanidad.

-¿Por qué considerás importante visibilizar a las científicas y su trabajo?

--Por un lado, si mirás cómo es la participación a nivel global de las mujeres en ciencia y tec-nología, no llegamos al tercio. En Argentina, el 60 por ciento de las personas que investigan son mujeres. Somos un montón. Entonces, no pasa tanto por “necesitamos más mujeres ha-ciendo ciencia y tecnología”, sino por “¿dónde estamos esas mujeres?”. Estamos en los esca-lafones más bajos. Hay una masculinización de las jerarquías. Cuando se pregunta cuántas somos en Argentina la tendencia es pensar que somos pocas, cuando en realidad somos mu-chas. Ahí falta visibilización.

-¿Cómo afecta este panorama en la visión que tienen niñas y niños sobre la cien-cia?

 

--Falta mostrar un universo de posibilidades. Por ejemplo, si yo hago un racconto de las per-sonas que hacen ciencia en dibujitos, son todos varones. ¿Qué les está diciendo eso a los chicos y a las chicas? Que la ciencia es cosa de varones. La visibilización tiene que ver con generar precedentes y que haya modelos de mujeres científicas que muestren y amplíen ese universo de posibilidades. ¿Cómo una nena podría querer ser química o física si no sabe que esa es una posibilidad? ¿Cómo podría la sociedad en general defender a la ciencia y la tecno-logía si no conoce bien quiénes y cómo la hacen? Esa es una tarea de quienes estamos dentro de la comunidad científica: hacer conocer la profesión y cómo se construye el conocimiento científico.