Las paredes de la galería Hollywood in Cambodia son apenas un resumen de todo lo que vio Removedor en las salas de Buenos Aires desde que empezó a ir a recitales. Fue una época marcada por un corte, una masacre como la de Cromañón, que delimitó otra manera de tocar en vivo a partir de 2005, y luego de la que nada volvería a ser igual. “Salieron muchas bandas acústicas. Pero acá hay un montón de otras épocas en donde había más sótanos, rock, punk rock y hardcore”, cuenta Nicolás Valdés , músico, diseñador y autor de las acuarelas de Un millón de recitales, la muestra sobre músicos y músicas rioplatenses que expondrá hasta este domingo 11.

En el comienzo de los 2000, las noches under, abiertas y receptivas a un público que se comunicaba a través del incipiente Fotolog, eran una especie de teatro mágico, sólo para locos, al que se accedía a través de los flyers que se repartían en esos recitales. Y, como Harry Haller cuando en El lobo estepario encuentra el folleto que lo lleva a ese inframundo, Removedor se vio envuelto en ese halo pero con Boom Boom Kid y la feria de fanzines como anzuelo, a finales de los ‘90.

A partir de entonces, Nicolás empezó a publicar el fanzine Removedor, con dibujos, algunas frases y la manija de volver con un nuevo número al próximo recital. “El primero creo que fue 2 Minutos en el garaje de la efímera radio La Rocka: tenía 15 años, miedo, ansiedad, excitación. Había punks con crestas tomando vino en la puerta, otros repartiendo flyers para otros recitales. Y ahí arranqué. Ir a un recital y volver con veinte flyers en el bolsillo, veinte opciones más. Así fui conociendo gente, bandas, lugares”, escribió el artista, que también es músico y tocó en The Jacqueline Trash, Mofa y El violinista del amor & los pibes que miraban.

Martín Rodríguez de Poseidótica, Rosario Bléfari, Los Cuzcos, Téster de Amoeba, Marcelo Di Paola de Los Tormentos, Sebastián Saire de Mofa, Patricia Pietrafesa, Adrián Outeda de Satan Dealers, Gori, Boom Boom Kid y Marcos Fernández de Motosierra son algunos retratados en acuarela, una técnica rápida y espontánea que requiere de gran destreza y soltura. “Son todos conocidos; mirás así y se va armando toda una escena, me di cuenta cuando lo empecé a hacer. A Paula Maffia, por ejemplo, la tengo más de ahora, con Las Taradas”, explica Nicolás, que al darse cuenta de que no había muchas bandas de pibas en aquel momento puso un dibujo por pared con una mujer, para no “sentirse tan mal”. Muchas acuarelas están pintadas a partir de fotos de autores como Martín Pisotti, Sebastián Arpesella, Sergio Barrionuevo, Silvana Morsenti o Cecilia Salas, la fotógrafa del NO.

“El proyecto empezó hace dos años, cuando de golpe me di cuenta de que había un montón de historia en casi veinte años de ir a recitales, mucha gente con la que compartí momentos, un montón de descubrimientos dentro del rock. El año pasado, mi amigo Juan Manuel Barrientos, que también hace acuarelas, me incentivó a pintar, me invitó a hacer una exposición de él, y empecé a hacer algunos de estos. Tengo la idea de hacer muchos músicos más”, cuenta Valdés, que como diseñador gráfico trabajó para shows de Roger Waters, Coldplay y Björk, entre otros. “Viví desde dentro la diferencia de las dinámicas de un lugar como Remember y un River; es impresionante el ejército de gente que laburó ahí. Tienen más preocupación por que salga el logo en el diseño que otra cosa. Para ese tipo de shows no necesitás poner tanta creatividad”, compara.

Cemento, El Dorado, Bocephus, Remember, Tabaco y El Especial recaban mil anécdotas para el ilustrador. “Me acuerdo en 2001 o 2002, en Tabaco, sobre Estados Unidos: éramos todos chicos, una fecha de garaje de No Fun Records. Bajé y todos tenían campera de cuero, y de repente veo a uno flaquito, rubiecito con una musculosa violeta con Hello Kitty en el pecho. A los diez minutos veo que era el cantante de Motosierra, que estaba con su vozarrón onda Motörhead, al re palo. Fue una de las primeras impresiones: no te fijes cómo es la gente por fuera porque te puede sorprender”, recuerda el artista.

Nicolás esquiva un poco la nostalgia de aquella escena inicial, como si fuera un sobreviviente de una época dorada. Aún conserva flyers y entradas de recitales, y señala la falta de personas que actualmente retraten una movida. Hace hincapié en páginas webs y medios que cerraron. “Creo que no hay suficientes productores que se la jueguen, hay menos medios, menos gente interesada en leer una nota. Antes tenía un montón de lugares donde leer rewiews de discos. Cambió la forma de comunicar. El rock está en un momento medio en decaída”, dice.

Removedor coincide con la idea de que el rock muere cada diez años y luego reflota. Es un eterno muerto vivo. También dice que los últimos cuatro años fueron muy difíciles y resalta el hecho de que Mauricio Macri haya llegado al Gobierno de la Ciudad por Cromañón. Pero en cuanto a música se trata, siempre hay un momento para salir a respirar: “La creatividad aflora mucho más. El rock y todo esto es un escape, uno se permite salir, ir a un recital y estar en otro mundo”. Uno sólo para locos.

* La muestra Un millón de recitales estará del miércoles al sábado, de 17 a 21, en Hollywood in Cambodia, Thames 1885, primer piso.