El 9 de agosto de 1969 se conserva en la historia como un estigma siniestro. Esa noche, hace exactamente cincuenta años, se cometieron cinco asesinatos atroces en una mansión de Hollywood cuyas ramificaciones se extendieron hasta los cimientos del siglo XX. Cinco asesinatos de una serie aún más grande que le puso punto final a una época en la que parecía casi inevitable una revolución lisérgica hecha de rock, psicodelia, paz y amor. El nombre de la figura que desató la tragedia desde las sombras creció a la par que se derrumbaban aquellos sueños de libertad. Charles Manson, “el asesino del verano del amor”, “el diablo blanco”, “el anticristo hippie”, se convertiría luego de esa noche en uno de los asesinos seriales más famosos de la historia. Y lo haría sin mancharse las manos de sangre.

La identidad de los cuatro heraldos negros enviados por Manson hasta la calle Cielo Drive 10050 es una de las pocas certezas que existen sobre lo que ocurrió ese día. Su escuadrón estaba conformado por tres mujeres que apenas superaban los veinte años –Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Linda Kasabian– y un joven atlético –Tex Watson–, armados con cuchillos y pistolas. Todos ellos eran parte de “La Familia”, un séquito de seguidores fanatizados con ese ex convicto de mirada perdida que pretendía convertirse en una estrella de rock y manejaba un amplio abanico de conceptos provenientes de la filosofía oriental. Les había dado cobijo en el Rancho Spahn, un paraje desolado en las afueras de Los Ángeles que se había usado para filmar películas de western, remodelado por él para la vida en comunidad y para experimentar a través de orgías y ácido lisérgico. A todos ellos, al igual que lo haría con una gran parte de la sociedad occidental, los había cautivado.

Los cuatro entraron a la lujosa mansión de Cielo Drive y asesinaron a la exitosa actriz estadounidense Sharon Tate –embarazada de ocho meses y casada con el cineasta Roman Polanski–, que recibió 16 puñaladas, y a las cuatro personas que estaban con ella: el estilista Jay Sebring, el guionista Wojciech Frykowski, la heredera de una compañía de café Abigail Folger y el vigilante de la casa Steven Parent. A partir de ahí, lo que se esparce por todos lados son los interrogantes. ¿Cómo logró Manson que esos chicos mataran para él? ¿Cuáles fueron los verdaderos motivos detrás de esos asesinatos? ¿Cómo terminó en las tapas de revistas como Life o Rolling Stone convertido en un mefistofélico ícono pop? ¿Por qué su imagen sigue enquistada en la cultura occidental?

 

 

Simpatía por el demonio

“La gente está obsesionada con él porque tiene algo que solo tiene el 1% de la población: un aura, un encanto que hace que la gente gravite a su alrededor”, dijo el fiscal Vincent Bugliosi poco después del juicio que en 1971 terminó con la condena de pena de muerte a Charles Manson, encontrado culpable por el cargo de conspiración en los asesinatos de siete personas (al día siguiente de la matanza en Cielo Drive sus seguidores asesinaron a la pareja de empresarios Leno y Rosemary LaBianca). Pero ese mismo año sería suspendida en California la pena de muerte y Manson pasaría a tener una cadena perpetua que lo mantuvo en la cárcel hasta que falleció, el 19 de noviembre de 2017.

La teoría que esgrimió Bugliosi durante el juicio, y que se convirtió en el relato oficial, era que Manson pretendía adjudicar a la comunidad negra sus asesinatos a personajes de la alta sociedad. Para eso habían dejado en las paredes, pintadas con la sangre de sus víctimas, las frases “death to pigs” (muerte a los cerdos) y “political piggy” (cerdito político), en consonancia con el discurso de los Panteras Negras. Esperaba desatar una guerra entre razas que dejaría una sociedad diezmada sobre la que él tendría control. La otra frase que pintaron, y que fue la que comenzó a teñir su historia con una serie de ribetes místicos, fue “Helter Skelter”, el título de una de las canciones que The Beatles habían lanzado en 1968 dentro de su White Album. Esa canción con la que se había obsesionado Charles Manson –que trataba de una ruptura amorosa– era para el fiscal la piedra de Rosetta: allí había escuchado el mensaje que lo impulsó a ordenar los asesinatos.

Podía tratarse de una serie lógica en la cabeza de un psicópata o apenas de una buena jugada en la corte. El propio Bugliosi tituló Helter Skelter al libro que escribió sobre el caso, con el que vendió más de siete millones de copias. Manson siempre negó esa versión. Pero lo cierto es que lo convirtió en un personaje de culto. Se trataba de un gurú maldito que comandaba una secta de asesinos y en el que se mezclaban el rock, la muerte, la poesía beat, el satanismo, las drogas y el hippismo.

Esa figura funcionaba bien para volver a encausar una sociedad que veía resquebrajarse el sueño americano. Y fue tomada por la contracultura como un movimiento de autodefensa. Su cara se estampó en remeras, pines y posters. Sus canciones fueron grabadas por Guns N´ Roses, System of a Down y White Zombie. La banda Nine Inch Nails compró la casa de Cielo Drive para grabar allí su disco The Downward Spiral (la casa fue luego vendida y demolida). Su nombre fue tomado por Brian Hugh Warner, mejor conocido como Marilyn Manson. Se filmaron decenas de series y películas y se escribieron cientos de notas y libros con su historia. Sus asesinatos le dieron finalmente la fama que había perseguido con su guitarra. Aunque él, durante el resto de su vida, aseguró otra cosa.

Yo soy nadie

“Señor y Señora Estados Unidos: están equivocados. No soy el rey de los judíos ni soy el líder de un culto hippie. Soy lo que hicieron de mí, y este perro loco demonio monstruo asesino leproso es un reflejo de su sociedad”, dijo Manson durante su alegato en el juicio. “Lo que sea que resulte de este juicio que ustedes llaman justo, sepan algo: en el ojo de mi mente, mi pensamiento les prende fuego a sus ciudades”.

Nacido el 12 de noviembre de 1934 en Cincinatti, Ohio, Charles Milles Manson tuvo una vida signada desde el comienzo por el desamparo. No conoció a su padre. Su madre era una mujer alcohólica que lo rechazaba y llegó a cambiarlo por cerveza. El apellido lo heredó de un marino con el que ella estuvo casada poco tiempo. Peregrinó por reformatorios durante toda su infancia. Allí violó y fue violado. Robó autos, restaurantes y estaciones de servicio, falsificó cheques, se convirtió en proxeneta. Sus delitos lo llevaron una y otra vez a la cárcel, donde aprendió a tocar la guitarra. Hasta que salió en 1967 con 32 años y se encontró ante una California movilizada por el amor libre y con rumbo a las puertas de la percepción. Enseguida intentó subirse a ese tren. Compuso y grabó canciones que fueron escuchadas por Neil Young y Dennis Wilson, el baterista de los Beach Boys con el que había trabado amistad. Y que se convertirían en otra de las vertientes desde la que se intentaría comprender la tragedia.

La casa de Cielo Drive al 10500 había sido alquilada antes de Polanski por el productor Terry Melcher, a quien Manson mostró sus canciones. La respuesta con la que se encontró no fue la esperada: Melcher le aseguró que no tenía el talento suficiente. Pocos meses después, envuelto por el odio y la frustración, enviaría a su séquito a matar a todos los que se encontraran en esa mansión. Sharon Tate y sus amigos solo habrían estado entonces en el lugar equivocado. Manson aseguraba que los crímenes fueron pensados en el Rancho Spahn –por alguien a quien nunca quiso nombrar– para “tapar” sus ataques a dos dealers con los que habían tenido problemas. Incluso llegaron a diseminarse versiones en las que el propio Roman Polanski –quien luego del asesinato de su mujer sería condenado en Estados Unidos por abusar de una niña de 13 años– era quien había mandado a matarlos. Ninguna encontró el sustento suficiente.

“Créanme, si yo empezara a matar a las personas, no quedaría ninguno de ustedes vivo”, dijo Manson en una de las entrevistas que dio desde la cárcel a finales de los ochenta, cuando su rostro ya se deshacía y se contorsionaba con cada palabra. “Yo soy nadie. Soy un vagabundo, un indigente. Y una cuchilla de afeitar si te acercás demasiado”

Después de cincuenta años, la bruma que recubre la historia de Charles Manson aún está lejos de disiparse. Lo que sigue latente es ese impulso por asomarse una y otra vez adentro del tajo que le abrió a la cultura occidental. Este año su figura merodea Érase una vez en… Hollywood –la novena película de Quentin Tarantino– y la exitosa serie de Netflix Mindhunter. ¿Por qué sigue cautivando ese enigma en el que se convirtió? Cuando Charles Manson llevaba más de veinte años en prisión y le hicieron la misma pregunta, él respondió: “El mundo de la locura es mucho más grande que el de la cordura. La cordura es un mundo pequeño. La locura es el universo”.