A juzgar por la cantidad de líneas publicadas, la nota económica global y local de la semana fue la devaluación del yuan. Dejando de lado las variaciones diarias, el tipo de cambio chino que se mantuvo por años cerca de las 6 unidades por dólar, con la devaluación de la última semana se fue a 7.

Lo primero que puede decirse es que las consultoras internacionales de Occidente mandaron fruta una vez más. Desde hace años insisten en dos cosas: el freno inminente del crecimiento chino, la inversa de la profecía autocumplida, y la predicción de una revaluación del yuan, en realidad una crítica interesada a su presunta subvaluación.

En segundo lugar volvieron a quemarse los papeles de los economistas dogmáticos. Días antes de la devaluación china, la Reserva Federal bajó la tasa de interés de referencia por primera vez en una década. En teoría esta baja de tasas tendría que haber revaluado las monedas del resto del mundo, especialmente en los mercados emergentes. La lógica por detrás es que los capitales siempre se mueven en busca de mayores tasas. No todos, pero sí la porción más especulativa, lo que para el caso debía provocar salidas de Estados Unidos y entradas al resto del mundo. Las entradas de capitales a una determinada plaza, al hacer al dólar más abundante, revalúan las monedas frente a la moneda de referencia. Sin embargo, ya antes de la devaluación del yuan estaba ocurriendo lo inverso, las monedas de los emergentes se estaban devaluando. La devaluación china sólo le dio una vuelta de tuerca más al proceso. Según detalló la agencia Bloomberg, en la última semana 20 de las 24 monedas de los países en desarrollo perdieron valor frente a la divisa estadounidense.

¿La razón? El capital es cobarde. Es la explicación fácil, pero efectivamente prevalecieron las señales de elevada incertidumbre frente a una potencial escalada del conflicto entre las dos principales potencias, la decadente y la emergente, que al menos por ahora pesa más que la mínima baja de tasas estadounidense. La predicción de los analistas es que el conflicto se traducirá en una disminución del comercio y, en consecuencia, en caídas de la demanda para las empresas, lo que significa menor crecimiento y menores ganancias.

El tercer elemento fue la lectura local de los acontecimientos globales. El dólar volvió a tocar el techo de los 47 pesos y la prensa especializada explicó que fue por “la guerra comercial entre Estados Unidos y China”. Es innegable que los mercados financieros están interconectados, pero lo que volvió a quedar en evidencia es otra cosa, que con desregulación completa para los movimientos de capitales el pequeño mercado local queda ultra expuesto. Cualquier aleteo de mariposa, sea de la lira turca o del yuan siempre se amplificará. Es el costo palpable de la zoncera de la desregulación. Por detrás, sin embargo, siempre pesarán los factores reales. El tipo de cambio local está atado con alambre y el objetivo supremo del gobierno es mantenerlo quieto como ancla electoral, es decir para sostener hasta donde se pueda la ficción de estabilidad macroeconómica.

Finalmente resta un tema central, que no refiere estrictamente a los hechos, sino que es de teoría a partir de los hechos, pero cuya comprensión es vital para la economía local. Una de las explicaciones para la devaluación china fue entenderla como una respuesta a la suba de aranceles estadounidense. Lo conceptual aquí es la idea de “guerra de monedas”, la idea de que una devaluación, al abaratar los costos de producción medidos en la moneda de referencia del comercio internacional, el dólar, hace más “competitivas” a las exportaciones del país que devalúa. El concepto carece de complejidad. Si los costos de producción bajan entonces es posible vender los productos de exportación a menor precio.

Los economistas argentinos estudiaron mayoritariamente en universidades en las que se utilizan los manuales de macroeconomía redactados en los países centrales y que explican con detalle este proceso, que además es correcto. Como muestra vale recordar que incluso se crearon organismos multilaterales como el FMI que entre sus objetivos tenían combatir estas “devaluaciones competitivas”.

Estos conceptos son los que están en la base de la idea del mitológico “tipo de cambio competitivo”, idea que significa haber entendido lo que decía el manual de macroeconomía, pero con el detalle de no haberlo traducido a la realidad local. Acerquemos la lupa: ¿cuándo se producen fuertes devaluaciones de la moneda local aumentan las exportaciones? Dicho de otra manera, las series de evolución del tipo de cambio y de las exportaciones locales ¿están correlacionadas? O más cerca, desde que asumió el macrismo y el precio del dólar se multiplicó por cinco ¿aumentaron las exportaciones? Las respuestas son tres veces “no”.

¿Qué tiene de particular Argentina que las leyes macroeconómicas de los libros que se enseñan en las universidades de economía no funcionan? La respuesta es nada. Son teorías que describen la realidad de países cuyas exportaciones efectivamente compiten por precio en los mercados globales. En cambio, si se observa la canasta de exportaciones argentinas se encuentra que el grueso de sus productos son commodities, es decir, productos con precio estándar en los mercados globales. Las exportaciones argentinas son “tomadoras de precios”, es decir “no compiten por precio”. En consecuencia, el numerito de las exportaciones sólo crece cuando aumenta la oferta (“una buena cosecha”) o aumenta la demanda externa (aumentan los precios)

Los resultados de la baja de costos provocada por una devaluación son muy diferente. El primero es el simple efecto riqueza para el exportador. El segundo es que baja los salarios en dólares. Por eso se dice que el dólar es también una variable distributiva. Y por eso también a las devaluaciones siempre le siguen caídas de la actividad, entre otras razones porque las bajas de salarios hacen caer el consumo. Luego, como caen los salarios se pone en marcha la puja distributiva, especialmente en una sociedad con alta sindicalización relativa y memoria de derechos. Lindo combo: caída de la actividad más inflación. El resultado extra es que el tipo de cambio competitivo no puede ser estable. Para que sea competitivo y estable no debe existir poder de negociación de los trabajadores, lo que sólo puede ocurrir en períodos de alta desocupación, como por ejemplo después de la crisis de 2001-2002.

La conclusión provisoria es que para que el tipo de cambio no sea un chino siempre es bueno recordar las relaciones básicas.