La revolución de las hijas salió a la calle para pedir aborto legal, seguro y gratuito; discutió en las mesas de sus casas y logró que sus madres las acompañaran a las marchas y sus padres se disculparan por cada brote de machismo entre el asado del domingo o las meriendas de los sábados (si algo tiene la revolución de las hijas es que no da tregua); llevó el pañuelo verde atado a la mochila como una bandera más allá de una demanda y lo convirtió en señal de autonomía, complicidad y pelea; peleo en los colegios contra el abuso sexual, la incomodidad y los roles subrdinados para las chicas; habilitó las sexualidades fluidas, el chape entre chicas y las identidades de género de pibes trans, alumnas travestis o personas no binaries que se eligen más allá de la biología o el destino; sacó la pelota al recreo y festejó goles, agarró la raqueta y el tablero de ajedrez para no quedarse afuera de ningún deporte y hacer del juego una demanda; interpeló a sus amigos y compañeros sobre sus machismos a la hora de seducir y de compartir y logró que las escuchen y los varones también se repiensen; llevo las demandas a la escena política y a líderes de centros de estudiantes a las listas con una demanda clara y tajante de poder.

La revolución de las hijas copó las mesas, las calles, las escuelas, los bailes, los clubes. Y ahora vota. Por primera vez después de la demanda por el aborto legal, seguro y gratuito (que expresó el protagonismo de una primavera juvenil) las elecciones muestran un electorado sub 20, convocado y convocante, a partir de sus propias redes, videos, discursos y referentes, que va a las urnas y, más allá de su incidencia en los resultados, su rol –nuevamente- jerarquizado como motor de cambio está instalado más allá de los resultados. No pasan de la política. Apuesta a la política como factor de peso con sus propios códigos y demandas.

Malena Vera Erlijman, está en quinto año del Colegio Carlos Pellegrini y resalta: “Mi voto tiene bastante que ver con el de mis viejes. No es porque siga ciegamente su opinión”, define. Y en ese sentido no es la única. En general, los sectores conservadores se apropian de la concepción de familia, pero la revolución de las hijas se caracteriza por la pelea dentro de la familia y eso produjo diálogos más abiertos (sin sumisión) pero con una gran valoración por el debate con los propios padres. Abrieron la puerta de sus casas a nuevos paradigmas, pero no dieron un portazo a sus afectos, ni a las ideas de generaciones anteriores. Y la amistad, por supuesto, tiene un lugar preponderante entre los ideales adolescentes: “Mi voto también está muy influenciado por la militancia que tengo alrededor: el Centro de Estudiantes, agrupaciones, mis amigues. Hablo mucho con mis amigues sobre que votar. Más que nada para informarnos entre nosotres y para saber que está pasando en las otras mentes”.

Aunque la incidencia de los feminismos se quieren narrar como un fenómeno urbano, en realidad, tienen un eco federal mucho más alto que lo pensado. Desde Corrientes, Virginia Silvia D´Avis, 17 años, sexto año, Colegio San José, expresa: “La cuestión electoral la empecé hablando con mi familia. Pero con quienes más hablo es con mis amigos y mis compañeros de la militancia. Los jóvenes nos movemos más por causas que por ideologías o partidos o campañas. No nos fijamos tanto en las propuestas de los diferentes spots. Pero al hacerlo por causas tenemos definido lo que queremos: el aborto legal, la identidad de género, el feminismo. Mi inclinación política es si se defienden estas causas que yo defiendo. Pero me di cuenta que el feminismo es una lucha colectiva y por eso también son importantes las propuestas sobre empleo, salario, tarifas, pymes, salud, ciencia, tecnología. Y si me dicen que van a crear un Ministerio de las Mujeres mi voto está casi adentro de la urna, estoy entregada”.

El caso de Virginia no es excepción. El feminismo no es una agenda de género, sino una marea que fogoneó la participación social. La socióloga Victoria Tesoreiro, co fundadora del Centro de Estudios Proyecto Generar, define: “La novedad de este momento político es la participación juvenil. Una de las formas a partir de las cuales las pibas ingresan a la política hoy es la agenda feminista”.

La entrega es una forma de expresar pasión. Pero con información y con oda al debate. Simón Salgado, de 17 años, es alumno de quinto año, del Colegio Integral Carlos López Piacentini, de Resistencia, Chaco y cuenta: “Votar para mi es una manera de expresar mi voz y hacer valer mis derechos y que esto sea reconocido para personas de 16 y 17 años es una forma de incluirnos a los jóvenes en un ámbito tan influyente para el país como lo es la política. Me informo de manera variada: aunque consulto diarios busco siempre maneras de encontrar fuentes y testimonios directos que ilustren la información en un sentido más crudo. Soy un gran entusiasta de generar discusiones respetuosas sobre política entre la familia, amigos o conocidos”.

Los candidatos tuvieron que hablar de género (y tendrán que hacerlo más) y le pusieron plural a la palabra. La revolución de les hijes no se puede obviar en esta campaña. Ian Lucas Frechou Morguensteren, chico trans, 18 años, es alumno de primer año de Licenciatura en Ciencias Físicas de la Universidad Nacional del Nordeste (Unne), de Corrientes y rescata la relación del voto con su propia búsqueda: “Es la primera vez que voto y tomar la decisión fue bastante complicado porque mi familia tenía una idea política y mi entorno, tanto de amigos como de militancia disidente, otra totalmente opuesta entonces me empecé a informar para ver realmente con qué lado me sentía representado, después empecé a militar y no me quedo ninguna duda: me enamoré del proyecto. Para mí el voto siempre fue importante así que me lo tome muy en serio. Y con ir a votar me siento ansioso pero no nervioso porque estoy seguro de a quien votar”.

La ansiedad se resume en una frase que delata deseo: “Me voto encima”, se escucha en la calle y se escribe en las redes como una forma de incontinencia electoral que expresa en las urnas satisfacción y no solo obligación o discursos de bots. Camilo D´Aloiso, de 20 años, estudiante de matemáticas en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA apunta: “Mi voto lo defino leyendo medios y con la gente cercana. La prioridad son las políticas de género, para bajar la pobreza, en ciencia y tecnología, en salud, en educación”.

En la Argentina, a partir del 2012, con la ley 26.744 de Ciudadanía Argentina, les jóvenes de 16 y 17 años pueden elegir representantes. El voto es obligatorio. Pero –aunque el punitivismo no funcione como fuente de compromiso electoral- no son penalizados si no entran al cuarto oscuro y no quedan sus nombres en el Registro de Infractores. La asistencia a las urnas es del 50,3 por ciento (mucho más baja que el 86 por ciento de la población de 18 a 69 años) y, por eso, este año hay campañas específicas para que les jóvenes vayan a votar.

Les pibes no han sido tentados tradicionalmente por las campañas estándar. El 64,3 por ciento de los adolescentes argentinos afirmó, en el 2016, que “quisiera dar su opinión a los gobernantes sobre los temas que les interesan” y el 78,6 por ciento se quejó que había pocos o ningún espacio para expresar sus opiniones, en la investigación “Espíritu Adolescente: El voto joven en Argentina”.

Este año, más allá de las campañas oficiales, los memes, campañas independientes, videos virales con playbacks de canciones y montajes de dibujos animados, comediantes con sus propias redes, candidatas sub 20, reuniones de estudiantes, jóvenes y disidencias sexuales invitando –pero también haciéndose escuchar- frente a políticos y candidatos/as subieron la apuesta de la juventud como un ideal hibrido para darle forma, palabra y poder a las propuestas nuevas.

Lxs chicos y las chicas, de entre 16 y 17 años, representan en las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO) el 2,8 por ciento del padrón definitivo, alcanzando en algunas provincias un número cercano al 4 por ciento, según información de la Cámara Nacional Electoral, difundida por UNICEF, en la campaña #YoElijoVotar que promueve la asistencia a las urnas de los y las jóvenes. Es llamativo que la proporción más baja de sub 20 en el padrón electoral (2,101 por ciento) se da en la Ciudad de Buenos Aires donde más repercusión tuvo el protagonismo de los (pero muy especialmente de las) jóvenes con dos candidatas a legisladoras representativas de la marea verde, la participación política en la escuela media, los feminismos y las agrupaciones políticas como Ofelia Fernández (Frente para Todos) y Magalí Peralta (Frente de Izquierda).

En Misiones, Formosa y Tierra del Fuego se da la incidencia más alta de jóvenes en el padrón electoral (con un pico de 3,940 por ciento, casi el doble que el impacto porteño) pero eso no se ve reflejado en candidaturas o voces con repercusión nacional. Y no es por falta de interés de jóvenes que en todo el país marchan, militan, leen, escriben y demandan, sino por la necesidad de apertura de la política tradicional, el poder embalsamado en viejas jerarquías y la falta de medios de comunicación que les pongan mirada y voz.

La juvenilia no es para todos

Entre el oficialismo y la oposición hay un tironeo con el voto joven que va más allá de la seducción a les nuevos votantes, sino –también- en intentar promover que voten o en alejarlos de la política como motor de participación social. Pero en la era de las encuestas como vedettes electorales la explicación tiene su propia lógica. Y, a pesar que parece que la juventud es sinónimo de divino tesoro, el periodista Andrés Fidanza acaba de publicar el libro “Durán Barba, el mago de la felicidad”, de Editorial Planeta y revela que uno de los secretos del andamiaje de marketing de Cambiemos fue desistir de enamorar a los nuevos por aferrarse a los más conservadores. “Durán Barba rompió el marketing juvenilista”, define Fidanza. El autor de la biografía que devela el detrás de escena de un modo de hacer política en el que los modo son más importante que el modelo (o de sincerar el modelo) grafica que, en el 2005, en campaña por las elecciones legislativas porteñas, Jaime hizo una campaña con el lema “Viejos son los trapos” para captar el voto de los porteños de más de sesenta años.

“No es obligatorio buscar el voto de los jóvenes porque sí. Macri ganó con el voto de los viejos”, le explicó Durán Barba. “Él es pragmático y rompió con la idea que los políticos tienen que captar a los jóvenes. Vio en las encuestas que le iba mejor entre los más grandes y los arengó a ir a votar. Hizo marketing para los más veteranos y se enfrentó a lo que se suponía que tenía que hacer un político que era hablarle a la juventud. Macri terminó ganando”, describe Fidanza el modus clásico de lo que se definía como innovador.

A veces los aciertos pueden volverse un boomerang (o no). “El Gobierno busca revertir su debilitada imagen entre los votantes de menor edad”, tituló La Nación el 21 de junio de este año, en una nota de Maia Jastreblansky. “No es un tabú para los expertos en campaña política de Pro reconocer que tienen una dificultad adicional para llegar a las franjas más jóvenes del electorado. Las mediciones y encuestas que desembarcan en el laboratorio electoral del macrismo son unánimes en señalar que el segmento que va entre los 16 y los 35 años es en el que Mauricio Macri tiene peor imagen”, comenzaba la nota, con un sincericidio amargo de un asesor: “Es donde peor estamos”. En la nota también se apuntaba a la incidencia de los feminismos y la diversidad sexual en los neo votantes: “Un grupo de asesores de la Casa Rosada se reunió en los últimos días con adolescentes del centro de estudiantes del colegio ILSE para escuchar sus inquietudes e intereses. Concluyeron que los convocan mucho más las cuestiones de género que las posturas políticas”.

En las redes el inclusivo fue parte de la decisión de militar desde una e que es mucho más que una letra sino una bandera de diversidad y de discursos nuevos, más democráticos y deseantes. No se trata de corrección política –un término ya en desuso y que marca una norma impuesta cuando, en realidad, se trata de un arribo de quienes vienen a desandar las normas e interpelar sobre nuevos intereses- sino de nuevas formas de nombrarse, quererse, disfrutarse y presentarse. De hecho, las convocatorias desde Les jóvenes (con creativos videos y coberturas sobre las marchas por el aborto legal y simulacros de películas exitosas en respaldo al Frente de Todos) y Les verdes (con una perspectiva de género y apoyo al aborto legal y a Cambiemos) muestran que ya no hay una política que incluya a todxs sino se les habla a les pibes, pero (sobre todo) si les pibes no hablan (además de votar) en la política.