El barrio San Carlos II tiene pocas calles asfaltadas, pocas casas con revoque completo, pocos autos a salvo del deterioro. Muchas carencias que se ven y se imaginan. Vecinos próximos, de trato cercano, con tiempo para estirar la charla en el encuentro. En este barrio que en pocas cuadras se vuelve zona semi rural, está la tristemente célebre Escuela 49 de Moreno: la Escuela bomba, según la nombra un reciente documental. Es “la escuela de Sandra y Rubén”. Hace un año, en una explosión causada por una pérdida de gas, aquí murieron Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, la directora y el auxiliar de la escuela. Por cuestión de minutos, no fue también una masacre para cientos de niños. Aquí los docentes y la comunidad siguen luchando por justicia, por romper el cerco mediático que los hizo invisibles, por alguna respuesta humana de los funcionarios, por condiciones dignas para aprender y enseñar. Y como en tantas escuelas argentinas, el domingo aquí también se votó.

Nada es igual aquí desde aquella mañana del 2 de agosto de 2018, cuando Sandra abrió la puerta para preparar el desayuno de sus chicos y, literalmente, voló por los aires. Mientras busca su nombre en el padrón, un votante señala la casa de enfrente: hasta allí, literalmente, voló Sandra en la tragedia anunciada. Su cuerpo pasó sobre la tapia y rompió la reja del vecino. El de Rubén quedó tendido en el patio de la escuela, como se lo pudo ver en algunas fotos de Policiales al día siguiente. No mucho más se pudo ver y saber de esto que, visto de cerca, conmociona aún más en su magnitud, como una aterradora síntesis del abandono planificado. No mucho más contaron los grandes medios desde entonces. Pero pasar, en esta escuela pasó mucho. Y aunque no encuentran demasiado eco para sus palabras, los compañeros de Sandra y Rubén siguen diciendo exactamente lo mismo desde aquel día: “No fue un accidente. Fue un asesinato”.

La escuela 49 de Moreno se habilitó para votar. 

Hernán Pustilnik es el maestro de segundo grado de esta escuela, y hoy cumple funciones de fiscal general. Era gran amigo de Rubén (“el gordo siempre te sacaba una sonrisa, era el que te alegraba el día”, lo recuerda). También de Sandra, con quien compartió el día anterior a su muerte la preocupación por el fuerte olor a gas, la búsqueda de una solución que no llegaba. Todo, todos y todas cambiaron en esta escuela desde entonces, piensa también él. En su caso particular, la bronca y el dolor se transformaron en la decisión de "meterse en política”. Hoy es el primer candidato a consejero escolar por la lista que lleva al diputado nacional Walter Correa como precandidato a intendente. Es una de las siete listas presentadas por el Frente de Todos en Moreno, donde se dio la mayor dispersión de esta coalición en la provincia de Buenos Aires.

La secretaria Karina Rabinovici quedó a cargo de la escuela tras la tragedia y hoy, durante el escrutinio, sigue cumpliendo la misma función: “cuidar” su escuela, según ella misma define su tarea. Va y viene atenta a que todo marche bien, a que estén las aulas en condiciones, a que no falten bancos. Es fácil imaginarla en este trabajo cotidiano. “Desde el día de la explosión tenemos una doble responsabilidad: Mantener la memoria de los compañeros, y seguir dando lo mejor por los chicos y las familias que nos necesitan”, ubica el desafío. “Porque esta no es una escuela cualquiera”, marca. Y recuerda cómo la llamaron los empleados del Correo cuando llegaron a traer todo para este día, o las autoridades de mesa, bien temprano en la mañana: “Esta es la escuela de Sandra y Rubén”.

El aula reconstruida, transformada en biblioteca. 

Los vecinos que vienen a votar lo saben bien. Ellos acompañaron los reclamos durante los tres meses en que la escuela estuvo cerrada, fueron a las ollas populares, estuvieron con los maestros que se encargaron de garantizar la comida y la “continuidad pedagógica” para los pibes. Uno recuerda que se juntaban en la iglesia evangélica que está enfrente. También, si el día acompañaba, en un predio lindero, al aire libre. “Les daban tarea, los animaban, les hablaban mucho y los hacían hablar, porque los chicos también estaban muy tristes. Y los padres nos organizamos para que tengan algo caliente en la panza, porque hacía frío y el sanguchito que mandaban como vianda era puro pan con una feta de un fiambre raro adentro”, recuerda una mamá después de hacer la cola en su mesa.

Las paredes de la escuela también recuerdan a Sandra y a Rubén: en la esquina, junto a un canterito de flores, un gran mural pone en primer plano sus rostros. En el dibujo se ven un par de gansos como los que hay en el campito de al lado de la escuela, que a veces corren con graznidos a los que pasan. También se distinguen unas manos pintadas arriba del dibujo. Las dejó impresas la madre de un alumno que una vez, cuando un funcionario se animó a sugerir que “las mamás podrían retirarse un poquito del conflicto y dejar que trabajen los que saben”, le estampó un sonoro cachetazo al personaje, “por atrevido”.

El guardapolvo blanco es un símbolo de la lucha por la escuela pública. 

En el frente de la escuela, también una escultura recuerda a Sandra: en este caso, por su empuje en la creación de la orquesta y coro infantiles, cuando funcionaba un programa del Ministerio de Educación desmantelado por la actual gestión (a Sandra se la puede ver registrada en un video, hablando vehementemente durante una de las protestas frente al ministerio por este tema). El propio sitio de la explosión, por último, recuerda desde sus paredes a los fallecidos. Donde estaba el aula que explotó, fue trasladada la biblioteca. Allí se ve hoy una gran placa: “Sandra Calamano y Rubén Rodríguez. Presentes ahora y siempre”. Alrededor hay cientos de pequeños guardapolvos de cerámica, hechos por nenes y nenas de escuelas de todo Moreno. Algunos tienen inscripciones: "Viva la escuela pública". "Los recordamos". "Los queremos". 

La escuela 49 tiene sus 414 vacantes de primaria siempre completas: es una de las dos de doble jornada en toda la zona, un bien escaso en la provincia de Buenos Aires. Sus docentes reconocen que hoy puede ser vista como “la niña mimada”: su reconstrucción tardó “solo” tres meses, mientras que muchas escuelas del distrito siguieron sin abrir hasta este año, y hasta hoy más de cincuenta escuelas siguen sin gas en Moreno, por falta de habilitación. Es que, cuando ocurrió la tragedia, se revisaron finalmente las instalaciones de gas de todas las escuelas del distrito. Se descubrió que el 98 % estaban en riesgo. Fueron los directivos, autoconvocados, los que tomaron la decisión de suspender las clases, para cuidar sus vidas y las de sus pibes. 

El patio por donde volaron los cuerpos de los docentes fue hoy lugar de votaciones.

A "la niña mimada", sin embargo, las viandas les siguen llegando con menos raciones que bocas, la calidad de la comida sigue empeorando. Siguen haciendo malabares para que alcance, y alcance bien: saben que este es el único plato de comida sustanciosa para muchos chicos en el día. Y, además, está el dolor. “Los chicos son más resilientes. Sandra y Rubén están y estarán siempre presentes, hablamos de ellos siempre. Pero a nosotros nos cuesta seguir, mucho. Acá compartimos ocho horas diarias y generamos vínculos muy fuertes”, resumen sus compañeros. Repasan todo lo que vivieron, recuerdan el rol de “madre” que cumplía también con ellos Sandra: abrígate, ojo la diabetes, no comas azúcar. Y dicen que la lucha por justicia sigue. La causa tiene solo cinco imputados y ninguno es funcionario, por fuera de los del consejo escolar. 

Los maestros de la 49 de Moreno están contentos de que esta escuela, a la que los chicos vienen a aprender y también, cada vez más, a comer, sea hoy un lugar donde se vote. Profundamente lo sienten como un homenaje a sus compañeros muertos. Porque la escuela pública no es un lugar adonde se va a caer. Tampoco a morir. La escuela es hoy el lugar donde se empieza a cambiar la historia.