Es muy emocionante escuchar de sus propios labios el relato del momento épico en que se conocieron: “Todo ocurrió de casualidad. Yo volvía de ver a mi familia. Foucault ya era Foucault, yo solo había leído su Pierre Riviére (1973) y no sabía cómo era su aspecto”. Thierry Voeltzel, tenía entonces 20 años y Foucault rozaba el medio siglo. El filósofo más popular de fin de milenio se interesó por aquel muchacho desconocido que hacía dedo en la ruta al punto que esa noche cuando le refirió el encuentro a su compañero Daniel Defert le dijo: “He conocido a un chico que no es que tenga 20 años, es que es EL CHICO DE LOS 20 AÑOS”.

Se ponen a conversar muy rápidamente en el automóvil y enseguida saltan las discrepancias: Thierry era militante de las FHAR, el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, cuyo inspirador es Wilhem Reich aquel pensador freudiano-marxista cuyos postulados de liberación sexual y social a través del orgasmo Foucault se dedicaría a criticar abiertamente en el primer tomo de la Historia de la sexualidad. Por otra parte, la pertenencia a un grupo político con estructuras tradicionales no encajaba con la idea de acción política foucaultiana. Pero también tienen puntos en común: la infancia plena de palizas de un padre despótico, la militancia en defensa de los inmigrantes, los enfermos, los reclusos, los locos y las luchas en temas relacionados con la sexualidad o con la liberación de las mujeres.

Foucault parece conversar y discutir con Thierry para exorcisar el fantasma de sus veinte años y para confrontar sus propias ideas. En ocasiones Thierry parece materializar las concepciones teóricas del filósofo: así, el joven trabaja fregando pisos en un hospital y desde ahí emprende luchas por condiciones diferentes para los internados basados en la asociación personal sanitario y pacientes que hacían carne mecanismos de resistencia que Foucault teorizaba en Historia de la locura en la época clásica oVigilar y castigar. Así mismo trabajando como dependiente en un almacén u obrero en una fábrica su propósito es siempre político.

De esas diferencias y esas concordancias nacerán varios proyectos en común: dos viajes al Irán revolucionario cuyo proceso sedujo y luego decepcionó a Foucault; el aliento para co-fundar la revista Gay Pied y el más importante, la serie de entrevistas bajo el nombre Veinte años y después publicadas en 1978 donde Foucault era el entrevistador fantasma que le sacaba al chico el punto de vista generacional que quedará para la historia, entrevistador que no incluyó su nombrepara no eclipsar el protagonismo del entrevistado. ¿Qué pretendía Foucault con estas entrevistas? En primer lugar, dar cuenta de cómo era ser joven en 1978, describir cómo vivía la sexualidad y la política una juventud que no era hija de Mayo del 68 en la figura de este muchacho que, practicaba la homosexualidad pero no se definía como gay, que abogaba por una sexualidad libre y sin etiquetas pero como aquella otra juventud odiaba a la familia y amaba a las drogas.

El destino del libro fue muy corto. Sin el nombre de Foucault en el volúmen, las conversaciones con un innoto joven  tituladas “Veinte años y después” pasaron sin pena ni gloria. Pero en   2014 la Editorial Gallimard reeditó el volumen revelando el nombre del célebre entrevistador que hasta el momento solo conocían Didier Eribon, Mathieu Lindon, Daniel Defert y un grupo selecto de amigos. En junio de este año Editorial La Cebra publicó las entrevistas por primera vez en castellano y por estos días  la edición argentina libre de modismos y vocablos típicos españoles que entorpecen la lectura local están en librerías.

La homosexualidad según Thierry

Hace años vive en Vietnam y se decia a la restauración de muebles, pero ahora está de paso en París. Tiene la voz cascada y algo melancólica y poco parece quedar de la elocuente verborragia que se desprende de Veinte años y después. Pero hay momentos, atisbos iluminadores que permiten comprender la fascinación que despertó en Foucault.


Foucault construyó su versión más radical del banquete platónico: hacia fines de la década del setenta: gustaba de reunir en su departamento de París a un grupo de hermosos y brillantes chicos gays para hablar de amor, placeres y sexo. El séquito que formó una verdadera comunidad de amigos y amantes ocasionales estaba conformado, entre otros, por Hervé Guibert, escritor de rostro angelado y penetrantes ojos azules obsesionado con el sadomasoquismo, la muerte y los chicos duros; Mathieu Lindon, hijo del editor Jerome y escritor de novelas eróticas de exquisita perversión y “el chico de los veinte años”.

El mundo que describe el libro es a la vez cercano y lejano. Todavía hay restos del sueño eterno de la revolución pero ya vislumbra el desencanto luego del comienzo del fin de la utopía soviética, la muerte de aquel Mao que Thierry leía más que a Marx y se explicitan los campos de concentración estalinistas. En el ámbito de las luchas sexuales Thierry denuncia la homofobia en las fábricas y las oficinas por parte de los machotes y los desencuentros entre la CGT y los gays, entre la izquierda y la homosexualidad que rechazaban abiertamente a los homosexuales de las filas de los sindicatos y de los partidos.

Cuando relee las conversaciones sobre las  luchas de la época, ¿cómo siente  la distancia con el presente?

Siento una gran diferencia. Tengo más de 3 veces 20  años, todo es muy diferente, el mundo es muy diferente. Es un mundo sin Michel Foucault. 

¿Qué reflexiones le merecen los movimientos por los derechos e identidades sexuales en la actualidad?

Lo que me parece formidable es que nosotros pensamos que los movimientos gays iban a llevar mucho tiempo y que por el contrario la cuestión o luchas reivindicatorias de las mujeres se iban a desarrollar muy rápidamente y fue exactamente al revés. Fue una verdadera sorpresa que los gays avanzaran tanto y que la situación de las mujeres en realidad no se modificó como se suponía,  se puede decir que en perspectiva, no se consiguió mucho.

Ud decía entonces que  “los homosexuales tienen que pelear en las empresas, en las fábricas, para que los machitos les dejen de tratar de mariquitas, los dejen de molestar o de cargarlos o de darles palos… ¿La homofobia en macro y microescenarios no le parece que continúa?

 

Indudablemente pero al mismo tiempo la situación de los gays cambió rápidamente si uno ve el número de matrimonios que hay hoy en día en el mundo y la ampliación de derechos civiles, en sentido amplio. En cambio, insisto, las mujeres lograron más lentamente lugares en el gobierno, en las empresas y se quedaron en poco más que eso. Hoy tienen que soportar casi los mismos prejuicios y la misma violencia real o simbólica en los espacios íntimos y públicos

 También decía usted entonces que  la sociedad puede tolerar que dos homosexuales se conozcan en la calle, se levanten y tengan una revolcada pero no que al otro día despierten felices y salgan de la mano, que muestren afecto y ternura entre ellos en el espacio público. 

No es el acostarse lo que molesta sino el despertarse felices. Si uno hace caso a las publicidades y a los medios masivos en general, es raro ver a gays en situaciones de dulzura o cotidianas. Generalmente están escandalizando o  siempre a punto de ir a la cama. Incluso si están desayunando o contemplando el amanecer están semidesnudos. Se ha hipersexualizado a los gays pero difícilmente se los muestra sencillamente siendo tiernos entre ellos.

Recordando esta frase ¿cuáles son los recuerdos más tiernos que tiene con Foucault?

 Hay dos, seguramente el primer beso que me dio en la habitación de su departamento en París la noche siguiente al día que nos conocimos. Me pasó la mano por el pelo y me besó muy bien. El segundo recuerdo es de, la noche que tomamos LSD. Y es todo lo que voy a decir de esa experiencia que me resulta inolvidable pero que no quiero compartir. 

¿Cree que esas conversaciones dejaron huella en la obra foucaldiana?

Soy incompetente para responder a esa pregunta.

Contradiciendo a Foucault usted afirmaba que “los homosexuales lo hacemos más por el placer” y los heterosexuales “por un objetivo hipotético de nueve meses” para concluir que “la sexualidad de los heterosexuales es la miseria sexual a todos los niveles”. Después usted ha tenido algunas relaciones heterosexuales ¿cambió su postura al respecto?

No cambié mucho mi postura. Sigo pensando lo mismo. 

 ¿Se sigue definiendo como alguien que practica la homosexualidad pero que no es gay ni homosexual?

Efectivamente. Practico la homosexualidad pero no soy creyente. Lo de pertenecer a la comunidad LGBTQ sí me satisface.

¿Continuó militando en estos años?

No, en absoluto. Sigo portándome bien. Dejé de hacerlo muy rápidamente en el año 1979. Luego estuve distanciado de Foucault un tiempo por un viaje largo que hice a Australia. Cuando volví, Foucault ya estaba enfermo pero tuve tiempo de contarle del oficio que entonces había descubierto y al que aún hoy me dedico: restaurador de muebles. Supongo que se alegró de ver que hacía aquello para lo que tenía algo de talento: vivir”, relata Voeltzel en el postfacio del libro que escribió cuarenta años después de la muerte de Foucault y donde se llamó como el filósofo hubiera querido originamente: Letzlove, anagrama de su nombre y anagrama de un encuentro amoroso.

¿Se puede hacer filosofía o política como restaurador de muebles?

No sé filosofía pero política se puede hacer a partir de cualquier tipo de trabajo o de ocupación. No sé si puede hacer filosofía con los muebles porque no soy filósofo pero siempre se hace política.

¿Recuerda la última vez que vio a Foucault?

Volví a verlo por última vez en el hospital cuando acababa de morir. Obviamente ya no podíamos hablar y le acaricié el pecho.

 

Su voz suena otra vez conmovida y entonces se cumplen los quince minutos pactados para la entrevista. Mientras me deja en la punta de la lengua la morbosa pregunta de si finalmente atravesó la barrera del incesto y consumó los deseos eróticos con su hermano, me pregunta qué hora es en Buenos Aires. Las 3 y 50 p.m., le contesto e imaginó a través de su ventana el crepúsculo tardío de colores anaranjados en un cielo estival sin nubes de que esos que no abundan en París.

Thierry Voeltzel, Veinte años y después. Conversaciones con Michel Foucault seguido de Letzlove. Anagrama de un encuentro, Traducción y prólogo: Alfredo Sánchez Santiago, Ediciones la Cebra, 2019.