Ana Tiscornia: Un conejo disfrazado de tigre, un búho con máscara de león, Mickey vestido de señorita, una muñeca escondida detrás de la esfinge de un prócer, un marinero con gorro mexicano, un busto de San Martín con cabeza medieval, un indio con traje, un pingüino de vidrio con sombrero negro, Lulú disfrazada de sí misma, Brahms con sombrero de fieltro, un pollo con vestido de bailarina, son situaciones que vos establecés donde el disfraz y el disfrazado son equivalentes en su protagonismo. ¿De qué se tratan esos disfraces que no disfrazan del todo?

Liliana Porter: Son leves modificaciones. Es decir, pequeños gestos que hacen que lo que son y lo que quieren ser se parezca mucho. Un perro disfrazado de perro, por ejemplo, de lo que se trata es de una apariencia que cubre otra apariencia.

AT: Lo interesante es que esos ajustes de sintonía enmascaran y a la vez revelan.

LP: Es que justamente el tema es el de una representación que se sustituye por otra. El hecho de que sean objetos inanimados, además de dar risa, lo hace más claro porque nadie duda de que son apariencias, representaciones.

AT: Al mismo tiempo, como espectador, uno establece una relación de complicidad con estos objetos. ¿Por qué creés que uno puede estar consciente de la representación y al mismo tiempo entregarse a ella?

LP: Porque desde que nacemos estamos involuntariamente ejercitándonos en eso. Es decir, cuando uno es chico, uno es animista y no cuestiona su animismo. Un oso de felpa, el perro, la tía, la muñeca, pueden tener el mismo valor emocional, o si se quiere un valor emocional puesto al mismo nivel. Después, cuando crecemos, empezamos a organizar las cosas y separamos, lo vivo, lo que no lo está, el juguete, el adorno, pero ese orden es un orden intelectual, no es un orden que parte del conocimiento. Me refiero al conocimiento con mayúsculas.

AT: Querés decir a la verdad, a la explicación detrás de todo lo inexplicable.

LP: Sí, a eso que no sabemos qué es. Entonces podríamos decir que lo que pasa con mis objetos es que agarran al espectador distraído y hacen que se vuelva a relacionar con ellos sin problemas, como cuando era chico y sabía que todo era representación. Estos objetos que yo propongo re-activan ese mecanismo que estaba allí, latente. Lo que es fantástico también es que, después, uno vuelve a intelectualizar esa relación. Como por las dudas.

AT: ¿Por las dudas de qué?

LP: Por las dudas de que la realidad no te quede desestabilizada. Esa actitud es la misma que lleva a alguien a poner un elefante de vidrio en el estante como si fuera normal. Es fantástico ver cómo uno entra y sale de la ficción. Pero volviendo a cuando se entrega a la ficción, esa relación que establece el espectador con mis objetos se da más fuerte en las películas que en los grabados.

AT: ¿Por qué?

LP: Porque la luz está apagada y el espectador cree que no tiene testigos.

AT: Aquí, en los disfraces, hay varias capaz de ficciones. Más allá del concepto del enmascaramiento de la representación, como dijiste una vez también “se trata de cómo se articula todo para que funcione y diga lo que uno quiere. O se parezca a lo que uno necesita decir”. Hay un nivel metafórico en estas situaciones que no es secundario, sino paralelo.

LP: No sé exactamente cómo formularlo pero, cuando creo estas situaciones, pruebo muchas cosas hasta llegar a aquella que funciona. No es que sé exactamente por qué es esta o aquella, pero hay un momento en que digo esta es. Es parecido a cuando uno se compra un vestido, uno se prueba uno y otro hasta que llega a aquel que te queda. ¿Qué quiere decir que te queda? Que con ese sos vos. De la misma manera un actor, que está siendo transitoriamente otro, sabe cuándo el vestido es el que le calza al personaje. En ese sentido los disfraces reafirman los atributos que yo veo en las representaciones iniciales, pero no tanto porque reafirmen al personaje sino por la disonancia del atributo, por lo inesperado. Algo así como la picardía de romper la convención.

AT: Las representaciones que vos ves y que hacés ver al espectador no son en realidad aquellas a las que aspiró el fabricante del objeto. Eso lo dejó bien en claro el crítico Gabriel Peluffo cuando tituló un artículo sobre tu trabajo “Los objetos que ruegan”. ¿En que difiere lo que vos ves en el objeto de aquello que pretende mostrar?

LP: Bueno, el fabricante, por ejemplo, hace la estatua de Brahms, y cuando la hace la piensa como un homenaje, un souvenir recordatorio del músico, o algo así. Yo, en cambio, cuando lo veo pienso que quizás esta es una de tantas impersonations de Brahms, y soy consciente enseguida de la distancia, del tiempo, de las circunstancias, del contexto. La sola presencia del objeto me hace evidente todo eso. Entonces cuando yo lo agarro de sujeto...

AT: Esa es la clave. Que vos tomás un objeto y lo transformás en un sujeto.

LP: Sí, lo acepto como quien es, un señor con toda su misteriosa realidad, y le pongo un sombrero medio anómalo, que no es del mismo material del objeto inicial, ni tampoco es tridimensional, sino impreso en un papel y recortado. Ahora todos lo aceptamos, pasamos a través de todas las temporalidades y fisicalidades y decimos: es un señor con sombrero. Es un disfraz tenue pero suficiente para introducir otro plano perceptivo.

AT: Otro plano perceptivo donde a través de la acumulación de los disfraces también desarrollás una visión del mundo, una narrativa que, como bien dijo Gregory Volk, es como “un alocado desfile transcultural, una sociedad de apariencias, en la cual las divisiones entre lo viejo y lo nuevo, lo extraño y lo familiar, aristócratas y plebeyos, humanos y animales, están completamente confundidas y borradas”. Volk, reflexionando sobre tus personajes, hace también una mención a la teoría del carnaval del crítico literario Mikhail Bakhtin y al “momento carnavalesco” aquel en que “las reglas, valores, jerarquías y modos de percepción normales se suspenden de manera temporal para dar paso a una libertad enteramente nueva, que puede ser a la vez torpe y estimulante, desconcertante y liberadora. Exceso, exageración, hipérbole, exuberancia y parodia son inherentes a estas situaciones carnavalescas, que no buscan trascender la vida normal; no intentan sustituir una nueva consciencia penetrante por otra enervada”. ¿No creés que lo que vos hacés con el espectador es un paralelo de lo que hacés con los disfraces, obligarlo a transitar entre la vida “normal” y la carnavalesca?

LP: Puede ser. Es que ese es mi tema, esa cosa escabullidiza de los límites. Pensá, por ejemplo, si mirás a la gente con la idea de que estás mirando a un personaje en lugar de una persona, todo se vuelve un disfraz, entrás a la panadería y el tipo está disfrazado de panadero, y te cruzás con el policía y es lo mismo, cada uno está disfrazado del rol que decidió jugar.

AT: Por eso cuando uno sale de ver una exposición tuya, el mundo real de golpe le parece de utilería.

* Artistas (argentina y uruguaya) residentes en Nueva York. El texto reproducido es Brahms con sombrero de fieltro y otros artificios, que integra el libro Diálogos, del que son coautoras Porter y Tiscornia, y que acaba de ser publicado por Editorial Excursiones.