Vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo desde hace más de 20 años, Rosa Roisinblit nació en una pequeña y más tarde prospera aldea del norte de Santa Fe. Pasó su infancia en una comunidad donde se habían instalado y arraigado colonos judíos. Estudió en Rosario las artes manuales de alumbrar la vida y allí se estableció como partera. Luego migró a Buenos Aires donde contrajo matrimonio con Benjamín Roisinblit, y forjó una vida centrada en las virtudes y exigencias de su noble profesión.

Acompañó siempre a Patricia, su única hija, a la que brindó amparo cuando supo que, como muchos jóvenes de su época había atado su destino a los ideales de una militancia plena y desinteresada. Ello, más allá de los serios riesgos que entrañaba hacerlo, en aquel momento feroz de nuestra historia cuando la exposición de una idea, la distribución de un panfleto, implicaban un acto de arrojo. El socorro a un compañero, la convocatoria a un encuentro, la presencia en las villas podían costarnos la vida.

Patricia padeció el cruel infortunio que sufrieron las miles de personas que fueron arrojadas a ese pozo silencioso y diabólico de la desaparición forzada. El 6 de octubre de 1978 Patricia, embarazada de 8 meses y su compañero José Manuel Perez Rojo fueron secuestrados. De allí en más, cada día de los más de 40 años que sucedieron a ese hecho estuvieron marcados por la búsqueda incesante de sus familiares y además de su nieto, el centenar de niños desaparecidos y apropiados por los mismos represores. Fue con inquebrantable voluntad y coraje que Rosa inició aquella empeñosa búsqueda y que aún hoy se mantiene intacta. La identificación de su nieto Guillermo Rodolfo Pérez Roisinblit en el año 2000, luego confirmada su verdadera identidad por ADN, la condena del brigadier Omar Domingo Rubens Graffigna, el ex jefe de la Fuerza aérea, como responsable del secuestro de Patricia y José, no solo compensaron su lucha sino que acentuaron su trayectoria de Abuela solidaria y militante en pos de la recuperación de los nietos y el accionar de la justicia.

Rosa Roisinblit siempre dice lo que piensa. Es modesta y llana como son las personas que buscan y sienten la verdad como lo más preciado. Es además de sincera, clara, de ostensible firmeza. Querible aun ante el enojo fugaz que le provocan los improperios, los comentarios infundados o las preguntas frívolas provengan de algún embajador, de un jefe de Estado, de un periodista, como de cualquier otra persona.

Yo la he visto desplegar con éxito su talento y exponer sus convicciones en los más encumbrados ámbitos de la diplomacia internacional. Y en todo momento y en todos los espacios ha sido siempre la misma: la humilde, convincente e imperturbable Rosa Roisinblit-

Todos conocemos el intenso trabajo de Abuelas a nivel nacional pero pocas veces se destaca su proyección internacional y los frutos de su ímproba labor. La creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, entrañó avances científicos de alcance universal –insospechables en aquel momento– e implicaron importantes cambios jurisprudenciales en nuestro país y en el extranjero que beneficiaron a millones de personas.

La incorporación de los artículos 7, 8 y 11 de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño –en los que centralmente se reconoce el derecho inalienable del niño a su identidad y por lo tanto el derecho a recuperarla cuando hubiese sido ilegítima o fraudulentamente alterada– solo fue posible, en gran medida, por el pedido de Abuelas que supieron transmitir, a través de su propia experiencia, las razones profundas que justificaron su inclusión.

Quienes han promovido el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Las Abuelas han puesto siempre el acento en la proyección universal de su contribución y han insistido también en el hecho de que su labor se vincula esencialmente a la vida, en la medida en que la búsqueda de los nietos parte del hecho cierto y esperanzador de que se trata de personas, ayer criaturas y hoy adultos.

De las múltiples y tétricas aberraciones que sembraron de horror nuestro subcontinente en los años 70, la peor sin duda y más dañina fue la práctica de las desapariciones forzadas de personas, que en su paroxismo de crueldad abarcó a niños que acompañaban el destino de los padres. Esta siniestra identificación entre crueldad y dictadura hizo que los primeros pasos de la democracia naciente en 1983, fuesen evaluados a partir de su comportamiento con respecto a los derechos humanos y el reconocimiento a la labor y al papel desempeñado por los organismos que habían actuado en su defensa. Es indudable entonces que la credibilidad de entidades como Abuelas fue clave para la recuperación de la confianza y la certidumbre del proceso democrático que se iniciaba.

Otro ejemplo palpable y alentador de complementariedad entre la acción diplomática gubernamental y la eficaz tarea desempeñada por los organismos de derechos humanos fue la activa participación de estos en la elaboración de la Convención Internacional Contra la Desaparición Forzada de Personas, al extremo de que dicho instrumento jurídico hoy vigente a nivel internacional lleva el nombre simbólico de Marta Ocampo de Vasquez en homenaje a su trayectoria de lucha al frente de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos y Desaparecidos (FEDEFAM).

Desde su fundación, con Estela Carlotto y Chicha Mariani, la institución fue adquiriendo cada día mayor notoriedad y el resultado de su trabajo a favor de los niños desaparecidos se inscribe entre los capítulos más memorables de nuestra historia contemporánea. Los 130 nietos recuperados hoy rinden homenaje a Rosa Roisinblit por ser la primera abuela que alcanza la centuria. Se trata de una honrosa distinción, una justa y merecida celebración al cumplirse 100 años de su tenaz e incansable lucha por la vida.

Ex titular del Comité de Derechos Humanos de la ONU