Se ata el pañuelo en la cabeza y, de pronto, en el invierno porteño se asoma un pedacito de verano brasileño y Noelia Moncada parece más Noelia Moncada, la misma que volvió de un viaje carioca fascinada con la cultura afrodescendiente y que encaró la realización de Encanto Negra, que fue primero un show en vivo y luego un disco que volverá a presentar este viernes a las 20 en la Usina del Arte (Caffarena 1) y con entrada gratuita, como parte de las actividades por el Festival de Tango de la Ciudad. En la placa, la cantante explora ritmos de los afrodescendientes e indaga en sus propias raíces negras o, como prefiera señalar, en la identidad negra negada por una cultura que se dedicó a invisibilizar esas marcas.

“El deseo original era muy ingenuo –reconoce-, pensé ‘acá hay mucho para visibilizar’, pero era porque había mucho que descubrir para mí, transitando el tema me di cuenta que no tenía yo tanta posibilidad de visibilizar y que mi aporte más grande era conocer yo mi raíz, entender el proceso que hace que como argentina tenga una raíz negra que me fue negada, y que me completa entenderla”. La visibilización, si llega, “será porque los propios afrodescendientes lo decidan”, aclara. Que los hay, y a ellos se acercó para aprender tras liquidar cantidad de documentales y escuchar cuanto disco estuvo a su alcance. Además, se metió a un grupo de estudio donde, cuenta, se encuentran a discutir del tema y tallar un tambor en madera de paraíso. Incluso reconoce el paso por la obra de otros artistas que, entiende, no la representan tanto, como Juan Carlos Cáceres, otro que como ella, se acercó a lo afro desde el tango y el candombe. “Él decía que no hay más negros, habla en pasado, y eso no me representa en mi búsqueda, sé que actualmente hay afrodescendientes y son grupos que decideron guardar sus tambores y preservarse porque no ha sido tratado con respeto el tema”, considera.

Pero Moncada prefiere no intelectualizar tanto el disco. Admite, sí, que llegó al primer concierto del proyecto con una idea muy acabada en mente, pero al mismo tiempo explica que todo el desarrollo “tiene en realidad más que ver con el sentimiento”. La comunicación en torno al disco busca abrirle la puerta a quien se puede acercar a la idea, pero Moncada insisten en que prima la sensación. “El disco al final no entra desde el concepto, sino desde la música: contagia”, plantea. “Muchos se acercan con prejuicios y descubren que al final va por otro lado, que les encanta”, cuenta.

“Estar en Brasil en conexión con las raíces negras, directamente con la población negra, fue un shock”, recuerda Moncada. La tapa del disco, de un arte muy bello a cargo de Ignacio Carlos Ochoa, muestra una caricatura de Moncada con pies enormes, como enraizados, y el agua que se ve no es ni la del Río de la Plata ni la del Paraná de su Rosario natal, sino el bullicioso mar brasilero.

En el armado del disco resulta fundamental la presencia de Pablo Fraguela, quien la ayudó a articularlo musicalmente. “Convoqué músicos que son grandes improvisadores, con quienes sabía que podía jugar ese juego”, explica la cantante. “Cada concierto era un vértigo total y superaba lo que yo podía imaginar para un arreglo”, apunta y confiesa que en alguna ocasión le pidió al pianista bajar a la partitura algunos arreglos. “Pero el disco se construyó en vivo, había algunos esquemas de qué iba a tocar cada uno y el resto era improvisar, era central tocar lo que nos pasara en el momento”, observa. “A mí capaz me daba vértigo en algunos momentos y necesitaba algo en papel, pero Pablo me señalaba algunas magias que habían pasado en el vivo”.

El disco, además, incluye ritmos que no son necesariamente del universo de la cultura negra o afrodescendiente, pero que Moncada y equipo “anegraron”. Por ejemplo, versionaron “Calle” del Tape Rubín, agregándole una buena fila de percusión. “Les pedimos que tal parte sonara como una síncopa, o tal como un arrastre, nos fijamos juntos cómo hacer el marcatto, íbamos mezclando con cosas del tango, fue alucinante y muy enriquecedor para todos porque nos interpeló a investigar”.

Así también aparecen obras como la “Tonada de la Luna Llena”, de Simón Díaz, que la cantante reconoce como “un capricho”. “Tenía muchas ganas de cantarlo y hicimos un tratamiento de la percusión que tiene influencia indiscutiblemente negra, pero la luna necesitaba un espacio porque ese click en Brasil sucedió en un momento de mucha calma, en que atardecía pero estaba la luna”, cuenta con los ojos ya no en el bar céntrico sino en la costa de Brasil. Una suerte de barco musical que, como en otros tiempos, también zarpa del puerto de La Boca.