Fernando Stefani es docente de la UBA, investigador principal del Conicet y vicedirector del Centro de Investigaciones en Bionanociencias (Cibion). De un tiempo a esta parte se convirtió en una referencia de autoridad a la hora de intentar comprender los vínculos entre ciencia y modelos de desarrollo. ¿De qué manera una idea alojada en el cerebro de un investigador se transforma en un producto de escala industrial? ¿Cuáles son los pasos necesarios? ¿Argentina está preparada para dar ese salto cualitativo y dejar de comprar tecnologías para empezar a fabricarlas por su cuenta? En concreto, ¿cuál debe ser el rol del Estado y el compromiso de los privados? Sobre la orilla de estos interrogantes se estaciona este nanotecnólogo de tono firme, gesto amable y explicaciones quirúrgicas.

--Con más inversión en ciencia y tecnología, ¿Argentina lograría un mayor nivel de desarrollo? ¿Cómo se produce esta relación causal?

--Sí, el financiamiento es clave para poder ser competitivos en el plano internacional. A lo largo de la historia, el único mecanismo que conocemos los humanos para realizar actividades económicas de mayor valor es el conocimiento agregado. Necesitamos hacer ese camino con la intensidad suficiente de manera que repercuta en nuestras exportaciones, en la composición de nuestro producto bruto, así como también en nuestros propios trabajos. Hasta ahora hemos considerado a la ciencia como algo esencialmente “bueno”, “lindo” y que trae aparejado un montón de beneficios para la ciudadanía, pero continúa desconectada del progreso.

--La CyT como motor de desarrollo.

--Exacto, como engranaje fundamental del desarrollo económico y social. Para que esto ocurra, primero, hay que recorrer un camino de aprendizaje con el objetivo de innovar y poder competir en el mundo. Lo sorprendente es que, incluso mientras aprendemos, también mejoramos nuestras condiciones productivas. El rol de la CyT en la economía de Argentina ha sido muy pobre, estamos muy lejos del desarrollo y no lo vamos a conseguir si no nos orientamos por esta senda. Lo que sucedió con los resultados de las PASO nos despierta ilusión; de nuevo se genera una oportunidad y no debemos dejarla pasar. Hay que revertir el desempleo, la deuda y la desindustrialización galopantes, problemas que Alberto y compañía ya supieron resolver en su momento.

--Pero no alcanza con resolverlos.

--Debemos solucionarlos pero con la ciencia y la tecnología adentro. Además, una vez que se recupere el equilibrio no podremos darnos el lujo de quedarnos quietos, estancados. Se suele decir que antes de promover la CyT hay que resolver la pobreza, sin embargo, la única manera para generar actividades económicas más rentables es a partir del conocimiento agregado. Desde el día cero, el plan del nuevo gobierno debería ser ese. Durante la gestión anterior se recompuso el sector de una manera formidable, mejoró notablemente el sistema y las condiciones laborales pero faltó esta última parte: la articulación con la industria y el sector productivo.

--¿De qué manera se vincula el conocimiento con el sector productivo?

--Con el emprendedurismo y con las buenas intenciones individuales no alcanza. Se requiere instituciones fuertes, un Estado robusto e interventor que marque el camino. Si en la actualidad, uno de nuestros científicos descubre algo importante con potencial comercial, la misma Secretaría de Ciencia y Tecnología envía un correo para intentar vincular al equipo de investigación con instituciones del exterior. Algo ridículo. Tenemos que hacer ese pasaje tan famoso que va de las ideas en los laboratorios al diseño de productos con valor agregado. Hoy solo invertimos en la primera parte, la más riesgosa y la que no brinda rédito económico. Requerimos de la participación activa y comprometida de los privados, que son los encargados de escalar los productos. El país tiene empresas interesantes pero hay que estimularlas con los instrumentos adecuados.

--Desde su perspectiva, ¿qué cambios habría que hacer desde el propio sistema científico? A menudo, suele pensarse a la ciencia muy separada de la tecnología.

--Pienso que se confunden los roles. Como nuestra ciencia no impacta en la economía nacional sino en otras que absorben y financian nuestras ideas (Reino Unido, Israel, Estados Unidos), nos empezamos a echar culpas. Se culpa a los científicos bajo el argumento de que “investigan cualquier cosa, temas irrelevantes” y, al mismo tiempo, se juzga a los empresarios como “miserables, que no invierten en tecnología”. En verdad, los dos grupos están equivocados: los investigadores deben investigar y el empresario debe generar riqueza con productos o servicios; dos actividades naturalmente distintas y desacopladas. Como la conexión no funciona, buscamos excepciones y nos abrazamos fuerte de ellas; siempre habrá un privado que apostó a la tecnología y le fue bien, de la misma manera que siempre habrá un científico que salió del laboratorio y armó su empresa.

--El problema es que la política pública no puede basarse en excepciones.

--Ese es el tema justamente. Necesitamos de planificación y articulación, y eso se logra con instituciones que se dediquen en exclusiva a la innovación industrial. En el mundo desarrollado las tienen y, en base a ese conocimiento, se vuelven capaces de predecir y deducir qué productos funcionarán en el futuro a mediano plazo (10-15 años). Con esa mirada prospectiva, analizan los mercados, exploran los saberes que se generan y evalúan las tecnologías que emergen.

--El principal conflicto en un país como Argentina es el tiempo. Pasar de la idea a tener un producto de escala comercial lleva décadas. ¿Cómo se hace si las políticas en el sector se interrumpen cuando cambia el gobierno?

--Necesitamos políticas de Estado que trasciendan los humores políticos, a partir de gestiones público-privadas en instituciones de innovación industrial. Se requiere de expertos en ideas, en captación de capitales, en monitoreo de los desarrollos y en evaluación de procesos y productos. Cualquier gobierno que tenga aspiraciones de realizar una verdadera transformación debe iniciar este modelo de desarrollo desde el primer día tras la asunción. Hoy se argumenta pobreza para no invertir en la solución de la pobreza, algo paradójico. Las naciones que se han desarrollado han arrancado de situaciones peores que las nuestras. El caso de Corea del Sur siempre resulta ilustrativo al respecto. Debemos cambiar el paradigma: la ciencia no solo es un bien cultural que hay que guardar en una vitrina ni la tecnología es algo que se puede comprar afuera.

--Por último, ¿qué áreas son interesantes como para dinamizar en las próximas décadas?

--Hay algunas que evidentemente tienen mucho potencial y Argentina tiene bastante por hacer. La agroindustria, la industria alimenticia, la biotecnología vegetal y animal, la pesca y la explotación del mar, así como también la industria metalmecánica que, dotada de incentivos adecuados, puede ser competitiva a nivel mundial. No es simple de lograr pero podemos hacerlo, sobre todo si hay voluntad política.

 

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