El silencio como materia prima. También como motor de comunicación. La posibilidad de crearlo, “como un enólogo crea un vino”. De volverse un “sibarita del silencio”. Y hasta la chance de transformarlo en catarsis, cuando se crea un silencio compartido. A todo eso alude Jorge Drexler, paradójicamente, para hablar de hacer música: sonidos combinados con arte. Y es que su última gira, Silente, lo llevó a buscar todo eso en escena. A apagar todo lo que pueda resultar apagable, a quedarse sólo con lo más primario, y a invitar al público a meterse en otra experiencia de escucha. El uruguayo mostrará sus canciones en este particular formato los próximos 26, 27, 28 y 29 de septiembre en Buenos Aires, en el teatro Gran Rex.

El formato de Silente es totalmente solista, solo Drexler con su guitarra. En escena, sin embargo, lo acompañan cuatro personas más. No son músicos de la banda sino técnicos que llevan y traen paneles, crean ambientes, transforman escenografías de manera manual, como parte del pacto de escucha de Silente. Porque, a falta de enchufes y motores de ventiladores que conspiren contra el silencio buscado, toda la puesta del espectáculo, describe el cantautor, es con tracción a sangre.

Si hay algo que acostumbra y gusta hacer Drexler es desplegar análisis sobre su música y sus circunstancias, sobre el cómo y el por qué. La entrevista telefónica con PáginaI12 no será la excepción, y no hará falta insistir demasiado para dar pie al desarrollo de algunas cuestiones. Y a que aparezcan núcleos temáticos que también habitan sus canciones, y sus recitales: las cuestiones del lenguaje y el sentido, su interés por la ciencia y por entender (o asombrarse de) el arte desde la ciencia (¡Que viva la ciencia, que viva la poesía!”, comienza el ya clásico “Guitarra y vos”). Uruguayo, correctísimo e ilustrado (ese espíritu que también trasuntan sus canciones) Jorge Drexler charló con PáginaI12.

-¿Por qué optó por este formato tan particular de Silente?

--Es una suerte de spin-off del disco anterior (Salvavidas de hielo), en particular de una de las canciones, “Silencio”. Que fue una de esas canciones que con el tiempo muestran “algo”, que de alguna manera levantan la mano y tienen algo para decir. No son necesariamente las que tienen más difusión, más views o más escuchas, y de hecho este es el caso.

-¿Es algo que sucede con el tiempo, se va construyendo con la escucha?

-Claro. Yo digo que las canciones, cuando recién sacás un disco, son más semillas que frutos. En vez de estar listos para ser consumidos, los discos son el comienzo de algo. Empiezan una vida a partir de ahí. Vos lo sacás y nacen todas las canciones en igualdad de condiciones, pero te vas dando cuenta, con el paso del tiempo, de que algunas por extrañas, caprichosas razones (no sé muy bien cuáles), reaccionan ante el medio de una manera diferente.

-¿Y por qué “el silencio como materia prima”?

-De alguna manera a partir de esa canción germina la idea del show, con el silencio como un bien precioso, escaso y necesario. Y así pasa a ser la materia prima del concierto. Luego, cuando vas trabajando con el silencio como materia prima, tenés primero que crear un silencio, como un enólogo crea un vino. Nos hemos vuelto enólogos del silencio, ¡sibaritas del silencio! Vamos a los teatros y vamos apagando, una a una, todas las fuentes de ruido: Los focos automatizados, la máquina de humo, los diferentes sistemas de amplificación que tienen un zumbido, el proyector para que no suene el ventilador… Hasta que llegamos al máximo nivel de silencio posible. Como en un concierto de guitarra clásica.

-¿Se puede lograr eso en un teatro como el Gran Rex?

-En verdad está en el límite, desde luego más grande que eso, imposible, y de hecho es el más grande que vamos a hacer. Es un teatro con características de sonido tan especiales, que nos animamos a hacerlo ahí. Pero sí, tendemos a formatos más pequeños.

-Entonces, primero es la “creación” del silencio. ¿Después?

-Una vez que diseñamos el silencio, empezamos a trabajar a partir de ahí. El concierto está lleno de elementos que te empujan al silencio. Claro, es una paradoja porque un concierto es una actividad sonora, y el silencio es la ausencia del sonido. Pero bueno, intentamos que de la misma manera que la oscuridad solo se puede hacer patente en el contraste con la luz, del mismo modo, el silencio aparezca por el contraste dinámico con el sonido.

-¿De qué modo se “empuja” al silencio?

-Hay muchos elementos que van obligando a una actitud de escucha, para mí sorprendente. Es un concierto mínimo, exigente con el público, y que entra en los detalles. Se produce un tipo de comunicación muy catártico; una catarsis estática, pero intensa. El concierto tiene momentos en que es híper acústico, el diseño de sonido está muy manejado, desarrollado con muchos tipos de microfonía alternando al mismo tiempo, y pasando de un tipo de sonoridad a otra. Además, dado que no teníamos proyector ni luces móviles, trabajamos todo con una iluminación antigua.

-¿Cómo es eso?

-Tuvimos que ir al tipo de iluminación de hace cuarenta años, antes de que existieran las luces automatizadas. Como dije, no podíamos permitir esa fuente de perturbación del sonido. Entonces, la escenografía es movida toda a mano. Hay cuatro personas arriba del escenario haciendo una especie de coreografía, con cuatro paneles traslucidos con los que vamos creando espacios. A veces yo quedo adentro de esos paneles, a veces afuera. A veces hay proyecciones en esos paneles, pero no hechos con proyector, si no con un foco para que no se genere el ruido, y porque da una textura diferente. Es un concierto muy teatral, y además completamente anti pop: elude todos los clishés del pop, ya sea en el sonido, la iluminación o la actitud. Todo se encamina en búsqueda de este concepto de silencio…

-Entonces armó la gira solo para abaratar costos, como podría creer un mal pensado...

-(risas) ¡No hay ahorro! De hecho, lo que iba a ser una gira muy chiquita, se volvió una gira bastante más elaborada en logística que la anterior. Somos ocho personas viajando, además del técnico de sonido y de luces hay cuatro personas arriba del escenario. La luz está muy trabajada, la escenografía también.  Todo el concierto es frágil, exige una concentración muy grande. 

-¿Y cuáles son los temas que “pasa” por este concepto de silencio?

-La primera gira después de un disco siempre se debe mucho al disco, entonces no precisa un concepto propio, responde a las canciones del disco. Como esta es la segunda gira, ya ha pasado el tiempo para madurar y trabajar con los elementos que queramos. Por eso hablo de un “concepto”, en todo caso más claro. Y en este caso el repertorio queda completamente abierto: está desde mi última canción, hasta mi primera canción.

-Dijo que es más exigente con el público, o que convoca a una actitud de escucha distinta. ¿Qué reacciones vio, en lo que lleva de gira?

-En el público ese diseño de silencio se reproduce a lo largo del concierto, entonces también ese público se va metiendo ahí. Quiero decir, la gente entra con la actitud habitual, muy cálida, muy participativa. Y aunque siguen cantando y participando un montón, se va explicitando a lo largo del concierto que vamos rumbo a ese silencio. Me gusta pensarlo como una catarsis de un silencio compartido.

-Comparado con los conciertos habituales, con su banda, ¿qué encuentra?

-Realmente siento que cada concierto es diferente y tiende a un diálogo diferente con el público. Pero aquí tal vez es un diálogo centrado en la dinámica con la audiencia. Pasa algo: uno ve cómo el público abre las orejas. Es otra la actitud de escucha. Diferente a la que tenés cuando el concierto te cae encima. Este es un contacto, el público tiene que ir hacia el escenario auditivamente, requiere una escucha dinámica, no es una escucha pasiva.

El mundo del "todo ya"

-Un concierto como Silente, así planteado, parece ir en contra de cierto modo de hacer contemporáneo...

-Es que vivimos en un mundo en el que la sobre explotación y la sobre oferta, en todos los ámbitos sensoriales es muy, muy grande. Vivimos en el mundo del todo ya: se pretende que nos den todo servido, hecho y de manera instantánea, y esto es exactamente lo contrario. 

-¿Por qué dice que estos conciertos son más exigentes con el público?

-El concierto va siendo entendido de a poco, la gente va entrando, hasta que se llega al punto que quiero llegar. Además de eso, no se te regala el concierto, tienes que tener una actitud participativa, tienes que salir a encontrarlo.

-¿Ir dispuestos al silencio, en medio de la música?

-Desde ya está planteada la paradoja: una gira no puede ser Silente. De la misma manera que un Salvavidas de hielo, es un imposible. Son todas situaciones que tienen un punto inverosímil, como para generar una paradoja que te descoloque y te lleve a mirar la realidad desde un ángulo diferente. Es como el koan japonés, frases paradojales, como unos epigramas contradictorios: La balsa de piedra, por ejemplo, ese título tan precioso de la novela de Saramago. Los lees y no tienen asidero. No te dan una solución pero te hacen una buena pregunta. El concierto aspira a ser una buena pregunta.

-Una aspiración para nada pequeña. 

-Para nada estoy seguro de que lo consiga. Es a lo que aspiro. 

Ciencia y educación

Varios temas atraviesan Silente. Uno, que está siempre presente en las canciones o los discos del uruguayo, la ciencia, su capacidad de explicar el mundo, y hasta hacerlo con belleza. "No sé muy bien por qué, pero entró la ciencia con especial fuerza. También la educación, y en especial la educación pública", cuenta Drexler en la charla con PáginaI12. Es que una de las canciones incluidas en el repertorio, “A la sombra del ceibal”, la escribió para el Plan Ceibal, de informatización de la escuela pública uruguaya, un proyecto similar al desguazado Conectar Igualdad local.

"A partir de ese tema, que lógicamente remite a la educación pública, de alguna manera hay una narrativa del aprendizaje de mis canciones, de mi educación como compositor. Y, en general, de lo que significa para un país la educación pública. Es un momento del concierto que ha ganado espacio propio, en los diferentes lugares de la gira, por el modo en que lo ha recibido el público", cuenta. 

-En la Argentina la educación pública sufre ataques y tiene defensas. Seguramente también aquí rebotará de una manera especial...

-Lo tengo clarísimo, soy plenamente consciente de adónde estoy yendo. Y si bien surgió de manera espontánea, es un momento que marca especialmente el lugar donde es recibido. Cuando hice la gira por Brasil, que fue la parte más bonita de la gira, todo lo que tiene que ver con la ilustración, con el creer en la ciencia, con la razón, con el diálogo, y con la educación pública, generaba mucho revuelo. Porque el país está en un espiral muy irracional, ha habido un retroceso en muchas áreas. Brasil está en carne viva. Me dio una impresión muy dramática. No siempre negativa, porque por otro lado ha despertado el activismo en muchas personas, se han formados colectivos de defensa de la Amazonia en peligro, por ejemplo. Pero también están el autoritarismo, los sentimientos más primarios de odio, desconfianza, miedo, intolerancia. Y el descrédito a la ciencia, el ponerla en un grado de relatividad: no, no estamos destruyendo el planeta, no es para tanto. Cuando hay evidencia concreta de que es así.