Desde París

Todo es posible en esta cumbre del G7: que Donald Trump se vaya sonriente y no rompa nada y hasta que el Mercosur termine como un protectorado de Occidente. El Presidente francés, Emmanuel Macron, se codea con una tarea indecisa y peligrosa: desactivar las excentricidades demoledoras de Trump e impedir así que la cumbre se vaya por el barranco. Misión imposible a la francesa, país cuya sutileza y capacidad de reflexión nada tiene de mito. Por ahora, todo parece bien encaminado a pesar de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, las divergencias sobre Irán, Siria, los dispositivos fiscales, el medio ambiente y la irremediable volatilidad de Míster Norte. Hay algo patético e infantil en todo esto: de la almohada, del cepillo de dientes o del peinado de Trump depende el destino de la humanidad. Dos palabras funcionan desde hoy como anticuerpo contra la toxicidad que puede convertir la cumbre entre los siete países más industrializados (Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia y Japón) en una broma de mal gusto: informal y fuego. La primera: la memoria es acción y Francia planteó la cumbre del G7 bajo un carácter informal para evitar la repetición de los dos últimos encuentros del G7 donde el Presidente norteamericano, Donald Trump, jugó a despedazar todo lo que encontró a su alcance: en la cumbre de Canadá (2008) Trump rehusó firmar el documento final y en la de Italia (2007) Estados Unidos rechazó el texto sobre el cambio climático. En 2019 no habrá entonces una declaración final de los 7 porque se trata de un “intercambio informal”. La segunda: el fuego es el obsequio que el presidente brasileño Jair Bolsonaro y el Mercosur le mandaron al Presidente francés Emmanuel Macron. Con las llamas que se comen el amazonas y ante el ya mediocre desempeño de los dirigentes del grupo latinoamericano Macron saltó sobre la oportunidad para abrazarse al fuego y construir una narrativa de consenso con la protección del medio ambiente como caramelo para la opinión pública. Empezó diciendo que por culpa de Bolsonaro y su política en el Amazonas se opondría al acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. Ello deja en las sombras la realidad de siete países fracturados en todo y, de paso, sirve para esconder las responsabilidades de las siete potencias en los dramas actuales: la desigualdad mundial que promueven todos, Japón y su pesca brutal de las ballenas, Alemania y su multinacional Bayer dueña de la empresa eco terrorista Monsanto, Italia y su desprecio por la condición humana ante la crisis de los migrantes en el Mediterráneo, los demás como promotores y suministradores de armas con las que se alimentan conflictos como el de Yemen, se respaldan a dictaduras como la Egipcia o se hace añicos una región como la de Medio Oriente (la lista es inagotable). El Mercosur salvó al G7, le dio un espaldarazo a Emmanuel Macron para izarse como una figura internacional defensora del medio ambiente y dejó a los países del Mercosur con Brasil a la cabeza como unos incompetentes subdesarrollados que necesitan de la tutela del mundo para sobrevivir porque si se los deja solos destrozan el globo. Los buenos y responsables están en Biarritz, el jardín de infantes en el Mercosur. A ello conduce el populismo evangélico de Bolsonaro y el populismo burgués que controla la Argentina, los dos países más importantes del grupo.

El presidente francés se mostró a la altura de las circunstancias. La ofrenda ahumada de Bolsonaro y la ausencia de reacción inteligente y soberana del Mercosur le permitieron construir el relato con el que presentó la cumbre. En una alocución dirigida a su opinión pública, el jefe del Estado francés interpeló a los ciudadanos a “responder al llamado de los océanos y de la selva que se está quemando”. Según Macron, ’”todos estamos concernidos. Francia está más concernida que los demás que se encuentran en torno a esta mesa porque somos Amazónicos” (la Guayana francesa). El mandatario anunció seguidamente que en lo que atañe el Amazonas “vamos a lanzar no un simple llamado sino una movilización de todas las potencias” que se encuentran en Biarritz, y ello “en asociación con los países del Amazonas para luchar contra el fuego e invertir en la reforestación”. En esa misma línea ecológico-política, Emmanuel Macron adelantó que, por primera vez, se iban a activar una serie de iniciativas destinadas tanto a reducir la velocidad del transporte marítimo como a fomentar “una coalición de acciones sobre el textil”, un sector que figura como el segundo más contaminante del planeta. Macron aclaró que las empresas del sector se comprometerían “con fechas y objetivos”. La columna vertebral ecológica con la que se fue articulando la cumbre no dejó sin embargo los otras temas afuera, empezando por la misma arquitectura del G7. Macron habló de la necesidad de “abrir” el grupo a otras grandes democracias del mundo (sin sorpresa están ausentes las que componen el Mercosur). Es el caso posible de los países que fueron invitados este año: India, Chile, Australia y África del Sur.

Más allá de estas palabras, todo el secreto de la cumbre no lo tiene Macron sino el incordioso presidente norteamericano. Lo que haga o no haga Trump condiciona toda la cumbre. Míster Norte llegó de buen humor y almorzó con Macron durante dos horas. El tema más controvertido entre los dos presidentes es el impuesto que Francia decidió cobrar a las empresas agrupadas bajo el nombre GAFA, es decir, Google, Amazon, Facebook y Apple. Estas formidables evasoras de impuestos en todo el planeta tendrán que pasar por la caja del fisco francés. A Trump no le agrada la decisión, ya la calificó como “una estupidez de Macron” y antes de llegar a Biarritz repitió “no me gusta lo que Francia ha hecho” y amenazó con aplicar altísimos gravámenes a las importaciones de vino francés. El famoso encanto francés y la inobjetable habilidad de Macron parecen haber sensibilizado al lunático de Washington. La presidencia francesa evocó una posible conferencia de prensa conjunta con Trump. El pasadizo es estrecho o inestable. En ese camino también está el tema iraní y la ofensiva descabellada de los trumpistas y sus aliados saudíes contra Teherán. El viernes, Macron mantuvo un encuentro con el canciller iraní, Mohammad Javad Zarif, en un intento de mediación entre Teherán y Washington. Recordemos que apenas llegó al poder Donald Trump salió del acuerdo nuclear firmado en 2015 con Irán y activó una batería de sanciones contra Irán. Macron busca que Trump suavice esas sanciones y reanude el diálogo. El entorno del presidente francés explicó que Trump “quiere un acuerdo con Teherán, pero hay que organizarlo y el presidente de la República busca crear el espacio de una negociación”.

Hasta ahora, todo suena a idilio franco norteamericano. Después del almuerzo, Trump twitteó “:hay muchas cosas buenas” y será “un gran fin de semana”. El tema bandera de la cumbre no es la ecología sino la igualdad. Mal le pese a las retóricas oficiales y a los principios de esta cumbre, el G7 es el mayor arquitecto de la desigualdad mundial. Un informe de Oxfam publicado un par de días antes de la cumbre apunta al hecho de que “al adoptar un régimen neoliberal fundado sobre la desreglamentación y la privatización y, por consiguiente, modelar la economía mundial según ese modelo”, los miembros del G7 contribuyeron al incremento de las desigualdades. Las cifras de Oxfam son aplastantes. La ONG acota que “desde los años 80, las desigualdades de las ganancias se agravaron en todos los países del G7:en estos países, el 20% de la población más pobre reciben en promedio 5% del total de las remuneraciones mientas que el 20% más rico percibe el 45%”. Otro dato: el 40% de los millonarios del mundo residen en los países del G7.

Quedan dos días a fuego lento, el del Amazonas y el interno a la cumbre. ¿Cómo hará Macron para sosegar los ímpetus anti multilaterales de la primera potencia del mundo (America First) en el corazón de un cónclave multilateral ?. Trump es la fuerza y Macron su cara contraria, aquella que la sabiduría pone como la fuerza humana más poderosa e invisible: la sutiliza. La cumbre del G7 es un combate entre dos hombres y, simultáneamente, una mala y buena noticia para la soberanía del Sur: la torpeza política y moral del Mercosur lo ha puesto como plato del banquete que se van a comer los dirigentes en la cena que esta noche se lleva a cabo en un faro. Pero bastaría con ver la pantomima de estas potencias, las crisis en las que están inmersas para entender que nunca han estado más cerca de ser libres.

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