Los vecinos de San Telmo, agrupados en ollas populares, organizaciones sociales, asambleas y partidos políticos, aseguran que el asesinato de Vicente Luis Ferrer, a manos de dos custodios del supermercado Coto, es el resultado predecible “de una política de Estado que ha llevado a la militarización de nuestro barrio y del sur capitalino, que tuvo episodios como la represión en el Hospital Borda y a los artesanos de la calle Defensa, y que sigue todos los días con la presión sobre los pibes que viven acá, con los cuidacoches y con todos nosotros en general”. El caso se sumó a otro episodio violento reciente: el del policía que mató de una patada en el pecho a un hombre en San Cristóbal. En diálogo con Página/12, dos representantes de la comunidad barrial señalaron que “el propósito es cambiarle la fisonomía a un barrio histórico, donde la feria de artesanos, el candombe, el arte callejero, no sólo atraen al turismo local e internacional, sino que además contribuyen a mejorar la economía barrial frente a una crisis económica que acá se nota en el aumento año a año de la gente que concurre a las ollas populares” de Parque Lezama y la Plaza Dorrego. Hasta el momento, ninguna autoridad del gobierno porteño se pronunció públicamente sobre el crimen en el supermercado de San Telmo.

Eva Bernat y Mauricio García, cuyos nombres nada tienen que ver con la famosa “grieta”, señalaron que la presencia policial “es cada vez más abrumadora, con grupos de a cuatro agentes, con uniformes que no sabemos bien a cuál de las policías pertenecen porque andan con chalecos antibala”. Con su presencia y actitud “van echando a los pibes de las calles, aunque ya no los agreden como solían hacer, porque los vecinos los salen a defender”.

Eva contó que “grupos de pibes del barrio se reunían siempre en la esquina de Carlos Calvo y Balcarce, donde hay una casa deshabitada, pero ya no pueden hacerlo porque cuatro policías se instalan ahí desde temprano, para que no puedan juntarse en el lugar donde se juntaban desde hace años”. De esa manera “los van corriendo de sus espacios naturales”.

Señalaron que en la protesta del jueves pasado, en la puerta del Coto, para pedir justicia por la muerte de Ferrer, “se fue armando un operativo con uniformados con cascos, escudos y todo un escenario montado como si fuera una representación, cuando éramos todos vecinos del barrio que no íbamos a armar ningún escándalo”. En esa concentración “vino mucha gente que fue golpeada y maltratada en ese Coto y en otros, y supimos de informes sobre cómo aprietan a los vigiladores para que actúen con violencia, generando una guerra de pobres contra pobres”.

Las organizaciones vienen trabajando juntas “desde la época de las rejas que cerraron el Parque Lezama”, allá por el 2012, en algunos casos, pero otras ya vienen desde el 2001. En el caso de ambos “empezamos en 2012 a articular con otras organizaciones sociales, comedores, centros culturales, asambleas y desde entonces trabajamos juntos”. En 2015 se logró liberar de rejas al parque que inspiró a tantos poetas y escritores, pero con la “macrisis” comenzó a funcionar la olla popular del Lezama, todos los lunes, desde las 19. “La olla se hace siempre, y si llueve, debajo de la autopista, pero no se suspende porque la gente viene siempre”.

A fines de octubre del año pasado se repartían 25 porciones, en diciembre ya eran 50 y ahora concurren entre 70 y 80 personas. Al principio, era “más la gente que estaba en situación de calle, pero después se fue sumando gente que vive en los hoteles, que tienen la ayuda del gobierno porteño, pero no les alcanza el subsidio porque los hoteles están carísimos”. Vienen muchas familias y gente que tiene trabajo, una changa que sólo les da “para una comida al día: o comen al mediodía o comen a la noche, en pleno San Telmo, a 15 cuadras de la Casa Rosada”.

Junto con la “tensión social” por la situación económica, lo único que se ha incrementado es “la presencia policial, en el marco de la resignificación que se quiere hacer del barrio, para acercarlo al modelo del actual gobierno, que a través de las fuerzas de seguridad está expulsando a la gente, no sólo a los que están en situación de calle, o a los que pasan por acá, sino también a los que vivimos acá”, explicó Mauricio. “Los vecinos nos vemos muy presionados por el precio de los alquileres y los cambios que se han producido en el uso del espacio público del barrio”.

Como ejemplo dijeron que “antes el candombe en la calle se vivía de otra forma y empezaron los problemas, hubo represión inclusive, y los ‘toques de llamada’ de los domingos no pueden ser tan largos y libres como antes”. Otro de los signos claros fue la represión a los artesanos de la calle Defensa, en marzo de este año. “Es insólito que eso ocurra, porque San Telmo es San Telmo por la feria de artesanos, por los artistas que vienen, y por la gente que llega al barrio para comprar las artesanías. Eso significa ir contra la identidad del barrio, contra el disfrute”. Y “si se atenta contra eso, se atenta contra la economía barrial, porque mucha gente aprovecha la movida y sale a vender su sanguche de milanesa, su empanada y eso es un recurso que ayuda a la subsistencia”.

Mauricio hizo mención a una vecina suya que “cultiva plantitas y el domingo se viene a la feria para vendarlas, pero al final se tuvo que ir porque si no están ‘anotados’ vienen los de Espacio Público y te sacan todo". Eva recordó que “este proceso comenzó diez años atrás y nosotros recién nos fuimos dando cuenta exacta con el correr del tiempo, cuando querían reacondicionar al Parque Lezama como un paseo de los años treinta, con la intención de quitarnos un lugar que, como decimos nosotros, es el patio ‘de atrás’ de nuestras casas, porque todos vivimos en espacios muy chicos”. Todo en medio de una corrida general para cambiarle la cara al barrio, pero la gente de San Telmo y de todo el sur capitalino, resiste.

“Lo que quiere el Estado actual es cambiar el barrio para hacerlo más rentable, cobrar más impuestos, transformarlo a su manera, darle más espacio a los negocios y dejar atrás la historia de nuestros barrios”.

Las organizaciones que resisten en forma conjunta, además de Lezama y Dorrego, son, entre otras, la Asamblea del Pueblo que tiene su comedor; el Centro Cultural Martín Fierro; el Polideportivo Martina Céspedes; el Centro Afrocultural, cuya sede está clausurada desde hace un año; la Mesa Comunitaria de Salud y Educación; la Murga Caprichosos de San Telmo, que trabaja con los pibes en situación de calle, y el Movimiento Comunero.