Como se mueven bajo el influjo de la literatura recurren a las imágenes para contar sus emociones. Aurora y Blanca van hacia la poesía con el delirio maltrecho. Son mejores escritoras cuando hablan, cuando escriben sin certezas su diario íntimo, que al momento de pararse frente al micrófono en una tertulia literaria. En La vida extraordinaria, Aurora y Blanca viven en un enredo con la muerte que las convierte en escritoras. Los libros son un territorio exclusivo de su amistad donde no participan los hombres. La masculinidad es nombrada como un personaje de la historia que ellas construyen. La intimidad es tan descabellada que se vuelca en un diario intimo, soporte que ellas eligen cuando la distancia no puede involucrarlas en un diálogo. Con los hombres no hablan. Se aburren o tienen sexo, son objeto de una aventura que jamás alcanza el esplendor que ellas quisieran. En esta obra de Mariano Tenconi Blanco la escritura no llega para inventar sino para transmitir un deseo y obligar a las protagonistas a encarnarlo y desearlo aún más, aunque todo eso las lastime.

El autor y director ensaya un lenguaje de la sexualidad exclusivamente femenino que deriva en expresiones surrealistas. En un poema Blanca entiende que el sexo que demanda implica meterse en la concha conejos, a todos los hombres que le gustan, a la Argentina entera. Hay en lo femenino una ambición de abundancia, una ansiedad que solo consigue apaciguarse cuando las amigas se unen en esa librería del fin del mundo.

La amistad es una reescritura borgena del Martín Fierro. Blanca Cruz y Aurora Fierro saben, desde el primer encuentro, que su destino implica seguir los pasos de la otra. La historia argentina hecha un manojo de literatura que ahora tiene a las mujeres como protagonistas. La vida extraordinaria hace de la decisión de salir del hogar para participar de una tertulia literaria o ver un amante, un acto épico que no puede concretarse sin una dosis de locura. Esa actitud desatada que convierte a Blanca en una ciudadana sublevada que rompe una oficina pública o a Aurora en una mujer que ensaya las variedades del suicidio, es el rechazo a un limite. La escritura de un diario íntimo aparece como el sustento de una acción emancipadora, como la palabra que no puede decirse frente a los otros, porque la dramaturgia de Tenconi Blanco es también una incursión sobre los modos fallidos de convertirse en escritoras, de no entender que la literatura está en ese relato sincero de sus vidas .

Las mujeres aquí reflexionan sobre sus experiencias, involucradas en la extensión de sus emociones. Lorena Vega es un alma sensible, la actriz llega hasta lo más insospechado de cada estado como si hubiera en ella un pozo inagotable del que saca acciones bellas, deslumbrantes, cargadas de una vida que no puede parar de contar todo lo que siente. Ese vértigo también está en Valeria Lois que luce esa gracia que convierte todo drama en una expresión más compleja porque en su arte está la contradicción, el comentario, el guiño que piensa la escena.
Ellas son una suerte de Blanche Dubois maravillada por la quietud de una ballena muerta. Que van a Ushuaia como el personaje de Tennessee Williams iba a la casa de su hermana a buscar un lugar donde sobrevivir. Tenconi Blanco podría ser nuestra versión de Williams por ese empecinamiento sabio en descubrir en lo femenino una verdad de lo social que no necesita narrarse desde lo político. Pero si en el autor norteamericano no había salvación para los seres frágiles, Tenconi encuentra en ese desvarío de las mujeres que no saben muy bien como ocupar el lugar público pero que no van a dejar de intentarlo, una potencia inalcanzable.  

La vida extraordinaria se presenta de jueves a domingos a las 21 en el Teatro Cervantes.