En medio de tanta urgencia, de tanta coyuntura abrumadora, nunca está de más pensar en el futuro. Si bien resta superar “la formalidad” del proceso electoral que refrendará al Frente de Todos por un margen muy probablemente superior a los 17 puntos de diferencia obtenidos en las PASO, el cambio de rumbo está definido.

Quedó en evidencia que a pesar de la desgracia histórica del macrismo, de la recaída neoliberal, la situación política es muy distinta a la de 2001, aunque la económica tenga puntos de contacto. Es innegable que el voto de las mayorías tiene un condicionante profundo en el bolsillo. Sería un exceso de optimismo creer que desde 2015 se produjo un cambio radical en la conciencia popular. La batalla cultural contra la reaparición de gobiernos oligárquicos y entreguistas está en pañales y se supone que en los próximos años será una tarea mucho más activa que en anteriores gobiernos populares. Definitivamente hay que aprender del adversario. Hoy sólo se puede afirmar la aparición de un fuerte voto castigo a la debacle económica macrista, a la pauperización social sistémica.

Las diferencias políticas con la anterior gran crisis deben buscare en otra parte. Una muestra muy potente fue la multitudinaria movilización de las organizaciones de la economía popular de esta semana. La marcha demostró que, a diferencia de 2001, los sectores más afectados por el desastre cambiemita están políticamente organizados y parcialmente contenidos. La segunda gran diferencia es que desde el mismo diciembre de 2015, aunque en construcción, siempre existió una expectativa de salida política. Ambos factores, organización de los excluidos y alternativa política explican que la suma de cerca de cinco millones de nuevos pobres no se exprese en un estallido social de proporciones.

Puede decirse que entre 2001 y 2019 el aprendizaje de la sociedad civil fue que el “que se vayan todos” no conduce a ningún lado. A ello se sumó que la superestructura política fue capaz de dar respuesta a las demandas de construcción de unidad, tarea que la historia deberá agradecer por siempre a la inteligencia y desprendimiento personal de CFK. Se cuentan con los dedos de las manos las ocasiones de la historia local en las que la dirigencia superó la altura de los acontecimientos. Y si los acontecimientos siguen una trayectoria predecible, duda que siempre aparece cuando se está dentro de una dinámica de crisis terminal como la presente, con megadevaluación y default, el próximo gobierno asumirá con el poder político emergente de una diferencia electoral contundente, un poder que será indispenable para enfrentar a los remanentes del bloque histórico que fue representado por el macrismo.

Sin embargo, la emergencia de un nuevo y contundente poder político es apenas una condición necesaria. La herencia económica cambiemita dejará condicionalidades muy potentes cuya superación no dependerá solamente de la voluntad política. Afortunadamente la política siempre tiene mucho para hacer en materia económica, pero las restricciones existen y son muy reales.

La restricción principal es bien conocida: el macrismo agravó, valga la redundancia, la restricción principal. Si a partir de 2012 la economía se había frenado por la escasez relativa de dólares, en 2019 esa restricción no sólo se empeoró notablemente, sino que el default de la deuda --selectivo, parcial o total, ya se verá la dinámica-- significa que no se podrá recurrir por mucho tiempo al endeudamiento privado voluntario. La escasez de divisas será la marca fundamental de los próximos años

Los economistas deberán extremar su creatividad para crecer con pocos dólares. Vale recordar que alrededor del 70 por ciento de los insumos de la industria son importados. Quizá, y sólo quizá, la imposibilidad de endeudarse funcione como una extraña bendición que obligue a avanzar en el único camino estructural para alejar la restricción de divisas: desarrollarse, lo que significa transformar la estructura productiva para que las exportaciones crezcan más rápido que las importaciones. El detalle, a esta altura el lector ya sabe que siempre hay detalles, es que para desarrollarse también se necesitan dólares. Es un círculo vicioso. Esto es así incluso en sectores en los que se cuenta con ventajas absolutas, como el agro y los hidrocarburos, y en los que quienes se perfilan como futuros hacedores de política depositan sus esperanzas. Las divisas disponibles determinarán la velocidad posible del desarrollo.

La segunda restricción es quizá la más conocida, tener al FMI adentro. La voluntad del futuro gobierno, sobre la base de los datos que se conocen hasta ahora antes que las declaraciones explícitas, no es rupturista, pero sí de negociación dura. Es verdad que el Fondo está expuesto financieramente a la situación argentina, pero eso no debe llevar al error de creer que por ello “bajará las banderas” en materia de condicionalidades. Hay economistas cercanos a Alberto Fernández que creen que es posible avanzar “un poquito” en materia de reforma laboral y previsional, pero se ilusionan con metas de déficit fiscal menos restrictivas que den margen para el impulso de la demanda agregada. El dato positivo es que Argentina y el FMI son socios en la desgracia, pero también que el Fondo tiene más para perder, ya que en términos reales si hay más desembolsos difícilmente tengan el carácter contante y sonante que tuvieron para la administración saliente, sino que serán refinanciaciones.

La tercera restricción es el problema salarial. El próximo gobierno iniciará con salarios en niveles mínimos históricos, el gran logro del Cambio, una situación agravada por la devaluación post PASO y por la que pudiese llegar hasta el 10 de diciembre. Esto significa que encontrará una “puja distributiva reprimida”. Alberto Fernández dijo además que para volver a poner en marcha la economía se necesitaba “ponerle plata en el bolsillo a la gente”. El problema aquí reside en la relación entre el ciclo del salario y el ciclo económico. Se necesita que los salarios crezcan para reactivar la economía, pero cuando la economía crece se necesitan dólares. Otra vez el círculo vicioso que conduce a la restricción externa. Para colmo los aumentos salariales inciden en la formación de precios, es decir en la inflación, de allí el énfasis en lograr una acuerdo tripartito, entre Estado, empresarios y trabajadores, en materia de evolución de precios y salarios, la vieja idea de administrar la lucha de clases.