Elijo vivir en esta ciudad cerrada.

Miles de conciudadanos deambulamos por nuestro lugar en el mundo. Éste. Construimos la urbe de forma vertical, uña que rasca el cielo. Metrópoli que es edificio gigantesco, cuatro manzanas de diámetro; calles en ascenso serpentean alrededor de las cuadras cubiertas por lujosos locales comerciales, academias, áreas de esparcimiento, sucursales bancarias, centros de salud y hasta una capillita para devotos de cualquier vertiente.

Y en los dos últimos pisos el residencial que nos aloja a nosotros, sus complacidos moradores, ya con que sólo abrir la puerta y salir, disponemos de todo lo que un ser civilizado requiera.

Me levanto, busco la hamburguesería Mac Bush donde desayuno a diario. Luego, hasta la hora de ocupar mi escritorio, sigo con actividades que se centran, mayormente, en la estética: ropa, maquillaje, peinados.

-‑¿Novedades? ‑inquiero a Josh (sólo nos permitimos sonrisas y buenos modales, nada de puteadas ni puños al aire)

--Abrió Capitán Malagueta; vende accesorios para aventuras.

-‑¿De qué tipo?

--Incursiones de alto riesgo. Atravesar una catarata por el aire colgados de una traílla. Arrojarse en paracaídas desde miles de metros de altura, Buceo...

Chocamos las palmas.

Aquí adentro brilla la luz el día entero. Ciudad en la que no llueve ni nos expone a calor o frío extremos en sus ambientes de temperatura controlada. Hemos declarado nuestra independencia tanto de los caprichos climáticos como de los políticos: que huelga de transporte, que paro del gremio de luz y fuerza, que no se atienden pacientes en hospitales. En esta urbe, ni cortes de electricidad ni paralización de servicios públicos. Tampoco huracanes o bloqueos de calles. Nada. Tachados esos problemas, logramos total autonomía. Previsibilidad sin sobresaltos de los que generan sindicatos o marginales al acecho. 

Aspiro el aroma de la correntada de perfumes. Uno me atrae especialmente, le pregunto a la portadora dónde se consigue: -‑En Berenice. Es un Giorgio Armani.

-‑Ya corro a comprarlo.

Y ahí distingo a la puntual Renata, sentada en los divanes con vista al mar, donde repasa sus apuntes de matemárica. Estudia en la Universidad que funciona en el segundo piso. --Salve, ingeniera ‑la aliento con una sonrisa..

Ciudad que se enclava al borde de la aglomeración edilicia externa: caótica, horizontal, ventosa, sucia, mendigos en los umbrales, desharrapados, asaltos, accidentes callejeros, basura sin recoger, baches.

Me muevo hacia el gimnasio circulando en la perfecta estética. Ascensores y escaleras mecánicas nos proporcionan los medios más seguros y confortables de traslación.

Ya acabado mi desayuno, paso a mi sesión de pilates en el Gym Club, enseguida a la cosmética Berenice, donde adquiero el perfume. Aquí olemos bien. Olemos a Francia. Cuando termine de trabajar, ‑a las nueve se inicia mi atención de Informaciones para visitantes que hablan solamente inglés‑, pasaré a una sesión de yoga.

Me cruzo en el ascensor con Camila y su carita dolorida. --Me duele el oído, voy al médico y vuelvo rápido a cambiar mi celular por un nuevo modelo que ha salido, imagínate, trae hasta un servicio on line de horóscopo personal. --Excelente, querida. Y suerte con el doctor.

Ella aprieta el botón del sexto piso, donde laboratorios químicos, clínicas y cirugía en todas las especialidades cubren cualquiera de nuestros requerimientos en materia de salud.

Con los carteles de orientación que hay, nadie puede extraviarse, y a ellos se suma la nutrida dotación de empleados identificados con insignias, que responden amablemente lo que se les inquiera. De paso controlan movimientos de algún acechador o anormales infiltrados. 

Antes de comenzar el trabajo, entro al baño. ¿Cuál? Cientos de sanitarios refulgen, públicos, lujosos, gratuitos, dotados de todo lo que exija la máxima higiene.

Quienes fundaron esta ciudad en 2010, la bautizaron Shopping "Cosmovisión". Nuestro lugar en el mundo.

Miles de personas nos visitan a diario. Y miles pasamos nuestras vidas  dentro. En cuanto a los que intentan obtener alojamiento en el residencial y llenan los formularios de petición, con el cupo agotado desde hace años, ya no quedan vacantes.

¿Qué puede faltarnos? En la plaza de recreación, actividades para los niños. Un barco pirata. Hamacas de altura que se precipitan hacia abajo.

Me acomodo en mi banco acolchado, detrás del escritorio repleto de carteles informativos. Se me acerca alguien ¿por una consulta? Me deja alelada. ¿Aquí? ¿Una persona con vincha y crines de caballos hasta debajo de la cintura, rasgos de Evo Morales, ojos achinados? "Con permiso", dice, y la caradura se pone a tocar una quena mientras golpea un pequeño bombo. A sus pies, un plato para propinas.

Toco el timbre de SOS. El custodio se acerca con velocidad, Simulo: ‑-Me siento mal, Ricardo, colitis, debo correr al baño. Luego acudiré al médico. Buscame un reemplazo, -y salgo disparada, viendo cómo Ricardo queda como yo, paralizado ante la de piel extranjera que puede pertenecer a la nación que se extiende afuera, pero foránea carente de visa para ingresar aquí. Actuando con decisión nuestro custodio le pide identificarse, cosa que la otra no hace, no trae el DNI del caso, y dada esa carencia, Ricardo la invita cordial y firmemente a retirarse. Bravo. Así se hace, man. Se necesita semejante valentía para preservar esta ciudad perfecta, nuestro lugar en el mundo.

Dedicado al shopping Beira Mar, de Florianópolis, Brasil.

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