De repente el lenguaje se volvió peligroso. En las últimas conferencias de prensa del equipo con más suplentes de los últimos 50 años, los funcionarios leyeron. Nadie sabe lo que puede una palabra equivocada. Querer ganar elecciones no es excusa para poner en riesgo la estabilidad de todos los argentinos, decía Hernán Lacunza, el tercer Ministro de Hacienda de la era Macri. En un intento más por no asumir responsabilidades, el miércoles pasado nos advertía sobre la fragilidad del sistema financiero al pedir prudencia en declaraciones, promesas, discursos y tweets (sic). Las palabras y los actos de un hombre de estado pueden afectar a 45 millones de personas, leía, aunque en realidad se refería a la oposición y su capacidad de influir en la cotización del dólar. Ningunx de lxs periodistas presentes le preguntó desde cuándo y por qué teníamos una economía en la que una declaración en las redes podía afectar de inmediato los índices de pobreza.

Estrés de liquidez

Esa misma tarde cuadras y cuadras de 9 de julio se llenaron para denunciar el hambre y exponer lo que el lenguaje de las finanzas todo el tiempo evade: la calle, los cuerpos, las necesidades. Pero Lacunza habló de tensión financiera, estrés de liquidez y reperfilamiento. Las redes se llenaron de memes para pasar el mal trago con humor. Se estaba anunciando el default de parte de la deuda en pesos (letes, lecap, lecer y lelinks) y un posible megacanje II (ofrecer a los acreedores ganancias extraordinarias a cambio de patear hacia adelante la deuda). Repitió una y otra vez que las personas humanas (personas físicas, según el viejo código civil) no se verían afectadas y que la medida sólo alcanzaría a entidades financieras. El martes, en el programa Brotes Verdes de Alejandro Bercovich, personas que se veían muy humanas contaron cómo su liquidez (básicamente, sus billetes) quedaron atrapados en Fondos Comunes de Inversión que habían invertido en esos instrumentos. En una economía con inflación por encima del 50%, nadie que maneje un negocio y pague sueldos puede prescindir de utilizar algún instrumento financiero de corto plazo para asegurar cubrirse ante la desvalorización diaria del peso. Todavía no conocemos cuánto esto afectará la cadena de pagos. Se anunciaron medidas para emparchar los errores. Lo que sí sabemos es que, a pesar de la insistencia en hablar del sufrimiento de los mercados, el estrés sólo puede habitar los cuerpos. Sobre todo, lxs de quienes podrían no cobrar sueldos o perder el trabajo.

Antes de los anuncios, Lacunza agradeció a lxs periodistas presentes por concurrir al Ministerio de Economía, como se llamaba en la gestión anterior, aunque detrás de él dijera Palacio de Hacienda. Sería quizás una pista que se terminaría de develar el domingo, cuando firmó un decreto instruyendo al Banco Central a aplicar controles de cambios y a obligar a lxs exportadorxs a liquidar los dólares que hasta hace poco amarrocaban con total libertad. No había muchas más opciones para evitar que se vacíen por completo las reservas. Los más liberales ya se hacían agua la boca proponiendo una dolarización, la salida por derecha que terminaría por hacer trizas los salarios. Pero Lacunza escuchó más a lxs kirchneristas que al partido liberal libertario.

Al (reper)filo del abismo

Así se deben haber sentido las últimas semanas lxs candidatos de Cambiemos que aún aspiran a algún cargo en las elecciones de octubre. El nombre despectivo que la otrora oposición le dio al control de cambios volvió como un boomerang puntiagudo hacia el oficialismo: cepro, cepo cheto, cepo macrista. La limitación de 10 mil dólares a la compra mensual llega algo tarde y aunque es necesaria, no evita otros mecanismos de fuga al que acceden lxs especuladores. Sólo un 2% de la población verá restringida su libertad de compra. A pesar de que el dólar a mitad de semana se mantenía estable y se extendió el horario de atención de los bancos, las salas de espera no dejaron de estar abarrotadas. La insistencia de funcionarios en que no hace falta retirar los depósitos y que se trata de un pánico irracional no parece hacer mella en quienes recuerdan otras crisis, por más diferencias que podamos listar entre la situación actual y el 2001. Nadie quiere publicar la primera foto de ahorristas golpeando persianas. La memoria, también, tiene un registro corporal.

Mientras tanto, el columnista de TN Joaquín Morales Solá se sumó a la ola de argumentos para convencer a sus oyentes de no retirar depósitos. Aprovechó para desplegar todos sus prejuicios y su odio: no tuvo ningún empacho en decir que mucamas, choferes y taxistas, es decir, laburantes, eran quienes podían poner en peligro los ahorros de quienes intentaran sacarlos de sus cuentas. La naturalización del robo como forma de vida habla más de él y los intereses que defiende que de las estadísticas de inseguridad. Parece que el pedido de ser cautelosos con las declaraciones no aplica cuando se trata de estigmatizar a la población que no accede a la compra de dólares.

Está por verse si el prometido proyecto de reperfilamiento será o no enviado al Congreso y si el FMI aprueba el último desembolso del año, con el que el gobierno cuenta para que cierre el programa financiero. Son 5400 USD millones. We started a great relationship (comenzamos una gran relación) decía el presidente hace poco menos de un año en un evento de millonarios donde se lo premiaba como Ciudadano Global. Esa misma noche, nos deseaba a todxs lxs argentinxs que tuviésemos un “crush” con Christine Lagarde. Un amor a primera vista. Pero crush se pronuncia igual que crash, que significa choque.

Entre Argentina y el FMI hay sesenta años de historia, aunque quizás en el Cardenal Newman no se estudie. O se estudie desde la perspectiva de los acreedores. Si retomamos la metáfora del presidente, sería fácil explicar que no hubo ni amor ni primera vista. El primer préstamo del FMI fue en el año 1958. Se trató siempre de relaciones no consentidas. Y de divorcios ruinosos. A juzgar por el codazo que le dio en el balcón de la casa rosada a su esposa Juliana Awada la semana pasada y el “ya te vas a aflojar”, quizás esa gran relación que nos proponía era sincera en sus propios términos: para el presidente, el amor es a los golpes y sin consentimiento.

Al fondo de la olla

El fondo que sí se expresó fue el de las ollas vacías de quienes piden la declaración de la emergencia alimentaria. A una semana de los anuncios, la asamblea feminista piquetera que acompañó los reclamos de movimientos sociales frente al Ministerio de Desarrollo Social, nos mostraba con claridad una diferencia con los cortes de ruta de finales de los noventa. Encontramos palabras precisas: el ajuste es violencia patriarcal. Somos mujeres las que bancamos a diario los comedores, las guarderías, las ferias que sostienen las economías donde no hay ahorro, sólo deuda.

Aunque a más de unx se le quemen los papeles, esta semana quedó más demostrado que nunca que las palabras importan. Es quizás ya un consenso entre economistas, sin importar su proveniencia ideológica. No por mero giro lingüístico sino porque provocan reacciones concretas, portadas siempre en cuerpos que se mueven e impactan en otros. Al acervo de eufemismos y metáforas que nos dejará el macrismo podemos oponerle una cosa bien concreta: con las recetas del FMI y el aderezo macrista de la desregulación total de la cuenta capital, sólo comen unxs pocxs.